Todo comenzó con un curso de mecanografía en el bachillerato.

Wanda Woods se inscribió porque su padre le aconsejó que dominar la mecanografía le ayudaría a encontrar trabajo en el futuro. En efecto, la Agencia de Protección Ambiental federal la contrató como trabajadora extraescolar cuando aún cursaba el penúltimo año.

El supervisor “me sentó y me puso delante de una máquina llamada procesador de textos”, recordó Woods, que ahora tiene 67 años. “Era grande y voluminosa y utilizaba tarjetas magnéticas para almacenar información. Yo pensé: ‘Esto me gusta’”.

Décadas más tarde, seguía gustándole. En 2012, el primer año en que más de la mitad de los estadounidenses mayores de 65 años utilizaron el internet, Woods puso en marcha un negocio de formación informática.

 

Ahora es instructora en Senior Planet de Denver, una iniciativa respaldada por la Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas (AARP, por su sigla en inglés) que busca ayudar a las personas mayores a aprender y mantenerse al día con la tecnología. Woods no tiene planes de jubilarse. Seguir involucrada con la tecnología “también me mantiene informada”, aseguró.

Algunos de los neurocientíficos que investigan los efectos de la tecnología en las personas mayores están bastante de acuerdo. La primera generación de personas mayores que ha tenido que lidiar, no siempre con entusiasmo, con una sociedad digital ha alcanzado una edad en la que el deterioro cognitivo es más común.

Dadas las décadas de alarmas sobre las amenazas que supone la tecnología para nuestro cerebro y bienestar, lo cual a veces se denomina “demencia digital”, cabría esperar que empezaran a aparecer efectos negativos.

Sin embargo, parece que pasa todo lo contrario. “Entre la generación pionera en el uso de la tecnología digital, el uso cotidiano de esta tecnología se ha asociado con un menor riesgo de deterioro cognitivo y demencia”, afirmó Michael Scullin, neurocientífico cognitivo de la Universidad Baylor.

Es casi como escuchar a un nutriólogo decir que el tocino es bueno para la salud.

“Esto cambia la narrativa de que la tecnología siempre es mala”, señaló Murali Doraiswamy, director del Programa de Trastornos Neurocognitivos de la Universidad Duke, que no participó en el estudio. “Es refrescante y provocador, y plantea una hipótesis que merece más investigación”.

Scullin y Jared Benge, neuropsicólogo de la Universidad de Texas en Austin, son coautores de un análisis reciente que investiga los efectos del uso de la tecnología en personas mayores de 50 años (edad promedio: 69 años).

Los investigadores descubrieron que quienes utilizaban computadoras, teléfonos inteligentes, internet o una combinación de estos dispositivos obtenían mejores resultados en las pruebas cognitivas y presentaban menores índices de deterioro cognitivo o diagnósticos de demencia que quienes evitaban la tecnología o la utilizaban con menos frecuencia.

“Por lo general, se observa mucha variabilidad entre los estudios”, detalló Scullin. Pero en este análisis de 57 estudios en los que participaron más de 411.000 personas mayores, publicado en Nature Human Behavior, casi el 90 por ciento de los estudios encontraron que la tecnología tenía un efecto cognitivo protector.

Gran parte del recelo hacia la tecnología y la cognición surgió de investigaciones realizadas en niños y adolescentes, cuyos cerebros aún están en desarrollo.

“Hay datos bastante convincentes de que pueden surgir dificultades con la atención o la salud mental o problemas de comportamiento” cuando los jóvenes están sobreexpuestos a las pantallas y los dispositivos digitales, explicó Scullin.

El cerebro de los adultos mayores también es maleable, pero en menor medida. Y quienes comenzaron a lidiar con la tecnología en la mediana edad ya habían aprendido “habilidades y destrezas fundamentales”, enfatizó Scullin.

Luego, para poder participar en una sociedad en rápida evolución, tuvieron que aprender mucho más.

Años de experimentos de entrenamiento cerebral en línea, que duran pocas semanas o meses, han producido resultados variables. A menudo, mejoran la capacidad de realizar la tarea en cuestión sin mejorar otras habilidades.

“Tiendo a ser bastante escéptico” sobre este beneficio, admitió Walter Boot, psicólogo del Centro de Investigación sobre Envejecimiento y Comportamiento del Centro Médico Weill Cornell. “La cognición es muy difícil de cambiar”.

Sin embargo, el nuevo análisis refleja “el uso de la tecnología en la vida real”, agregó, donde los adultos “tuvieron que adaptarse a un entorno tecnológico en rápida evolución” durante varias décadas. Boot consideró que las conclusiones del estudio eran “plausibles”.

Análisis como este no pueden determinar la causalidad. ¿La tecnología mejora la cognición de las personas mayores, o las personas con baja capacidad cognitiva evitan la tecnología? ¿Acaso la adopción de la tecnología es tan solo un indicador de que se tiene suficiente riqueza como para comprar una computadora portátil?

“Todavía no sabemos si es el huevo o la gallina”, reconoció Doraiswamy.

Sin embargo, aun cuando Scullin y Benge tomaron en cuenta la salud, la educación, el estatus socioeconómico y otras variables demográficas, siguieron encontrando una capacidad cognitiva significativamente más alta entre los usuarios mayores de tecnología digital.

¿Qué podría explicar esta conexión aparente?

“Estos dispositivos representan retos nuevos y complejos”, dijo Scullin. “Si no te rindes al usarlos, si superas la frustración, enfrentas los mismos retos que, según los estudios, benefician la cognición”.

Incluso lidiar con las actualizaciones constantes, la resolución de problemas técnicos y los nuevos sistemas operativos, a veces enloquecedores, podría resultar ventajoso. “Tener que volver a aprender algo es otro desafío mental positivo”, sostuvo.

Aun así, es posible que la tecnología digital también proteja la salud cerebral al fomentar las relaciones sociales, las cuales se sabe que ayudan a prevenir el deterioro cognitivo. O quizá sus recordatorios y avisos podrían compensar en parte la pérdida de memoria, como descubrieron Scullin y Benge en un estudio sobre teléfonos inteligentes, mientras que sus aplicaciones ayudan a conservar capacidades funcionales como comprar la despensa o ir al banco.

Varios estudios han demostrado que, aunque el número de personas con demencia aumenta a medida que la población envejece, la proporción de adultos mayores que desarrollan demencia ha dismnuido en Estados Unidos y en varios países europeos.

Los investigadores han atribuido este descenso a diversos factores, entre ellos la reducción del tabaquismo, el aumento del nivel educativo y la mejora de los tratamientos para la hipertensión arterial. Es posible, según Doraiswamy, que el uso de la tecnología haya sido parte de este patrón.

Por supuesto que las tecnologías digitales también suponen riesgos. El fraude y las estafas en línea se dirigen a las personas mayores y, aunque ellos son menos propensos a denunciar las pérdidas por fraude que los jóvenes, las cantidades que pierden son mucho mayores, según la Comisión Federal de Comercio. La desinformación plantea sus propios peligros.

Y, al igual que con los usuarios de cualquier edad, más no siempre significa mejor.

“Si pasas 10 horas al día viendo Netflix, podrías perder tus conexiones sociales”, señaló Doraiswamy. La tecnología, señaló, no puede “sustituir otras actividades saludables para el cerebro”, como hacer ejercicio y comer de forma sensata.

Una pregunta que sigue sin respuesta: ¿Se extenderá este supuesto beneficio a las generaciones posteriores, los nativos digitales que se sienten más cómodos con la tecnología con la que batallaban sus abuelos? “La tecnología no es estática, sigue cambiando”, advirtió Boot. “Así que este tal vez no sea un efecto único”.

Pero el cambio que ha provocado la tecnología “sigue un patrón”, añadió. “Se presenta una nueva tecnología y se produce una especie de pánico”.

Desde la televisión y los videojuegos hasta el avance más reciente y quizás más aterrador, la inteligencia artificial, “gran parte es una reacción inicial exagerada”, indicó. “Luego, con el tiempo, vemos que no es tan malo y que en realidad puede tener beneficios”.

Como la mayoría de las personas de su edad, Woods creció en un mundo analógico de cheques y mapas en papel. Pero a medida que cambió de trabajo durante los años ochenta y noventa, pasó a utilizar computadoras IBM y aprendió a manejar los sistemas Lotus 1-2-3 y Windows 3.1.

En el camino, su vida personal también se digitalizó: compró una computadora de escritorio cuando sus hijos la necesitaron para el colegio, un teléfono móvil después de que ella y su marido no pudieran pedir ayuda cuando se les ponchó una llanta en la carretera, un reloj inteligente para contar sus pasos.

Hoy en día, Woods paga sus recibos y hace sus compras por internet, utiliza un calendario digital y envía mensajes de texto grupales a sus familiares. Y no parece tenerle miedo a la IA, la nueva tecnología más revolucionaria de todas.

El año pasado, Woods recurrió a chatbots de IA como Gemini y ChatGPT para planificar una excursión en autocaravana a Carolina del Sur. Ahora los utiliza para organizar un crucero familiar con motivo de su aniversario 50 de bodas.

The New Old Age se produce a través de una asociación con KFF Health News.