Desde su estreno en 2019, Bernadette de Lourdes se convirtió en un auténtico fenómeno teatral en Francia, atrayendo tanto a creyentes como a curiosos al pequeño pueblo pirenaico donde, en 1858, Bernadette Soubirous aseguró haber visto a la Virgen María. Ahora, ese mismo espectáculo que ha llenado funciones se presenta en pantalla grande, sin alterar su ADN. Estamos hablando de un musical popular, emotivo y profundamente devocional.

La historia no es nueva. El cine ya había dado versiones de las visiones de Bernadette: desde la solemne The Song of Bernadette de Henry King (1943), ganadora del Óscar, hasta la más sobria Bernadette de Lourdes de Robert Darène (1961) y Bernadette de Jean Delannoy (1988). Pero aquí la apuesta es distinta, ya que se busca convertir el milagro en canción, darle voz coral y acercarlo a las sensibilidades del público contemporáneo a través de la música compuesta por Grégoire y las letras de Lionel Florence y Patrice Guirao.

La joven Eyma, que encarna a Bernadette, brilla con una mezcla de candor y firmeza, logrando transmitir la inocencia de la adolescente y la fuerza que la sostuvo frente al escepticismo de autoridades y clero. A su lado, Sarah Caillibot y David Ban, impresionante, dan peso emocional a los padres, mientras una galería de figuras (el comisario, el párroco Peyramale, el procurador imperial, los vecinos) aportan matices al relato y ponen en escena las dudas y tensiones de la época.

El musical se estructura en cuadros sucesivos que trasladan al espectador de la gruta a la comisaría, de la parroquia al hogar humilde de los Soubirous. Todo está concebido para el impacto inmediato con canciones de estribillos fáciles, coreografías marcadas y un tono épico-religioso que busca conmover antes que problematizar. En ese sentido, funciona como una fábula edificante, cargada de símbolos y emoción colectiva.

Si algo distingue a Bernadette de Lourdes es su capacidad para transformar la fe en espectáculo. No pretende innovar ni distanciarse críticamente del mito sino que lo celebra, lo canta y lo pone en escena como un relato de resistencia y esperanza. Es ahí donde radica tanto su atractivo como su límite, ya que conmueve a quienes ya están predispuestos a creer, mientras que al público más escéptico puede resultarle excesivamente enfático, incluso ingenuo.

Con todo, como musical, logra su objetivo que es el de convertir a la muchacha de Lourdes en una heroína popular que canta, resiste y emociona. Un bello retrato de fe hecho canción, pensado para tocar corazones más que para convencer mentes.

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