Sus captores, en un último acto de miserabilidad, pretendieron simular que Larrabure se había ahorcado en su inhumano encierro, en esa celda infame, bajo tierra, sin luz y ventilada por tubos, disimulada en un subsuelo improvisado en una mercería en el barrio rosarino de Bella Vista.
La verdad fue que, al negarse a colaborar con ellos, lo asesinaron el martes 19 de agosto de 1975, y el cuatro días después apareció su cuerpo envuelto en una sábana y en una frazada en un zanjón cercano a la avenida Ovidio Lagos y Muñoz, en Rosario. Pesaba 40 kilos y la autopsia determinó que había sido estrangulado con un cable y que había recibido un fuerte golpe en el cráneo. Resultó inverosímil la versión de los terroristas de un suicidio; con el grado de debilidad y en la estrechez de su encierro, que hubiera podido quitarse la vida de ese modo era imposible.
Cincuenta años después continúan apareciendo elementos de este impactante caso.
Por la década del setenta, Mendiolaza era un páramo soñado para el descanso y el disfrute de la naturaleza, con muy pocas casas. Ubicado a cuatro kilómetros al norte de la ciudad de Villa Allende y a 23 al noroeste de la capital provincial, en las Sierras Chicas, se había iniciado como un pequeño poblado. Esas tierras, pertenecientes a la Estancia del Retiro del Rosario, fue convertido en municipio de segunda categoría en 1964 y recién 23 años después tendría su primer intendente. En 1914 había llegado el ferrocarril y la primera escuela en los alrededores data de 1921.
Ese fue el sitio elegido por los terroristas del ERP para mantener cautivo a Larrabure cuando fue secuestrado de la fábrica militar de Villa María la noche del 11 de agosto de 1974.
Cerca de la una de la mañana del domingo 11 comenzó el ataque de unos 70 integrantes del ERP cuando el conscripto Mario Pettiggiani permitió el ingreso de los terroristas. El soldado Jorge Fernández, 20 años, que estaba en la guardia, quedó hemipléjico por un disparo en la cabeza.
Como resultado del ataque el mayor Argentino del Valle Larrabure y el capitán Roberto García, ingeniero químico, al darse a conocer, se los llevaron.
García terminó malherido al querer fugarse y fue abandonado más adelante, ya que los terroristas creyeron que había muerto por los tiros en la espalda que recibió. El combate dejó un saldo de un policía muerto y siete heridos, entre policías y militares.
Luego de haber estado tres meses en Mendiolaza, fue trasladado a Rosario, a una celda excavada debajo de una mercería en el barrio Bella Vista, que los terroristas llamaban “Pabellón Silva Tettamanti”, nombre de dos guerrilleros.
Fueron meses angustiantes: el ERP solo negociaba con la familia ya que se negaba a hacerlo con el Ejército. A través de cartas escritas por Larrabure y solicitadas publicadas por la familia, se mantenía la comunicación.
La primera carta de Larrabure está fechada en septiembre. Manifestó su preocupación por los ingresos familiares y aventuró que quizá con la venta del auto más los ahorros la familia podría comprar un departamento. “Marianita, todas las noches te hago un huequito y siento tu cabeza sobre mi brazo y hombro”, contó. Dijo que escribió otras cartas que no les llegaron, que recibía un trato caballeresco de prisionero de guerra, que tenía sus remedios para el asma. Pidió que en una solicitada en La Nación le contasen las novedades, la salud de su esposa y recomendaba que los chicos siguiesen estudiando.
La primera solicitada fue el 28 de septiembre, donde su esposa Marisú le informaba que la salud de su mamá declinaba y reclamaba su presencia. Le decía que contaba con el apoyo de todos, que por el momento se quedarían en Villa María y que no tenían dificultades económicas. “Animo, que todo se solucionará”, terminaba el texto.
Su mamá Carmen, a quien todos le decían Clarita, era muy anciana y ya estaba postrada. Nunca le contaron por lo que estaba pasando su hijo, sino que le decían que no iba a visitarla porque estaba complicado en el trabajo.
El 8 de octubre escribió dos cartas, una a la hija por su cumpleaños. En su carta del 22 de ese mes se quejó de no haber leído nada en el diario, que del asma estaba mejor y que antes de dormir hablaba con cada uno de ellos. Alentaba a su mujer a no bajar la guardia y que, si sucedía lo peor, sus hijos no debían odiar a nadie y que debían poner la otra mejilla.
En la segunda comunicación del 25 de octubre, su hermano Oscar le contó que su mamá estaba peor. Algunas cartas llegaban por correo, alguna llegó a lo de un hermano que vivía en Tucumán y otras las remitían a la casa de María Elena, hermana menor de la esposa de Larrabure, que vivía en Floresta. En una oportunidad, a la mujer la hicieron ir a un bar a recoger una, y recordó haber reconocido a Gorriarán Merlo.
Una semana después, en otra solicitada, su esposa le comunicó que su madre había fallecido. En el diario que se encontró, por esos días él intuyó que alguien de la familia había ido a despedirse de él.
El 16 de ese mes el personal civil de la fábrica le mandó su afecto y solidaridad, sin odios ni rencores. En diciembre su esposa le anunció su mudanza a Buenos Aires y que su hija había regresado de su viaje a Bariloche.
En enero de 1975 su esposa se quejó que hacía dos meses que no tenía noticias suyas. Que hijos habían terminado la escuela sin problemas y que estaban ansiosos por tener noticias suyas.
Su esposo le confiesa que había vivido momentos muy inciertos, pero que los estaba superando y les indicó que, a través de una solicitada que debía salir en la sexta de La Razón, le contasen cómo iban las cosas. Ya Larrabure presentía su fin: “No tengan mucha esperanza de volverme a ver. Sepan siempre que los quise mucho”.
El 28 de febrero su hermano le hizo saber que esperaban su liberación y que para la subversión, él era un trofeo de guerra. El 31 de marzo su hermano Narciso les pidió “a los jóvenes secuestradores…” poder ver a su hermano para verificar que recibía el tratamiento adecuado a un prisionero de guerra, certificar su salud y si, en definitiva, seguía con vida. Hasta se ofreció a reemplazarlo en su cautiverio. Eran tan compinches que un año después de la muerte de su hermano, Narciso murió de tristeza por no poder salvarlo.
En marzo, con un “querido vasco”, su esposa le anunció que habían recibido “tus siempre esperadas líneas”, y que su salud estaba bien. Larrabure había escrito el 15 de ese mes.
En junio de 1975 en un bar sobre la avenida Pueyrredón en Once, los terroristas dejaron detrás de un viejo depósito de agua, en el baño, una foto de Larrabure que impactó: el aspecto de su rostro y su pérdida de peso evidenciaban el brutal encierro que estaba sufriendo.
Los captores, a cambio de liberarlo, exigieron canjearlo por cinco terroristas: Invernizzi, Gómez, Suárez, Debenedetti y Ponce de León.
La esposa pidió una reunión con la presidente Isabel Perón pero la cancelaron cuando la mujer estaba por salir. La familia estaba sola. La última carta es del 12 de julio. “A pesar de los muchos meses de encierro en condiciones anormales, no estoy mal. Tengan esperanza de reunirnos nuevamente algún día”.
Con el no de Isabel Perón se cortaron las negociaciones. Por testimonios conocidos posteriormente, los terroristas le propusieron dejarlo libre a cambio de que trabajase para ellos en el armado de explosivos. No aceptó. Los propios subversivos lo calificaron de patriota.
Luego de 372 días de cautiverio, el 19 de agosto de 1975 lo asesinaron ahorcándolo, aunque quisieron hacer pasar la muerte por un suicidio. Tenía 43 años.
Lo velaron en el regimiento de Patricios y a la viuda le comentaron la intención de Isabel Perón de concurrir al velorio. “Ahora la que no la quiere recibir soy yo”, respondió la viuda.
Cuando allanaron el lugar donde había estado cautivo, encontraron una poesía escrita por él a la que había titulado “Soledad, desesperanza”, en la que reveló cómo se sentía en realidad, y donde exponía todo aquello que había ocultado en sus cartas. “En la soledad del cautiverio, lascerado por el recuerdo y la tristeza…” comienza.
En 1977 la familia se sorprendió cuando la revista Gente publicó un diario que Larrabure había llevado durante su encierro. “Estremecedor documento de una época”, tituló. La familia no tiene los originales, sino que las copias que circulan se basan en lo publicado en la revista.
Mendiolaza
Hoy Mendiolaza cambió. Ya en la década del noventa experimentó un crecimiento poblacional cuando mucha gente, que vivía en la ciudad de Córdoba y alrededores, la eligieron para vivir. De un poco más de 500 habitantes que tenía según el censo de 1991, hoy cuenta con unos treinta mil.
El 27 de mayo de 1975 el pueblo, donde aún eran pocos pobladores y todos se conocían, se vio convulsionado por un espectacular operativo militar y policial a una casa que aún se levanta en una manzana que es un triángulo, delimitada por el Boulevard Italia y San José de Calasanz, a unas cuatro cuadras de la plaza del centro.
Ese día los pobladores se enteraron de que allí se ocultaba una cárcel del pueblo, y que Larrabure había estado encerrado los primeros meses de su cautiverio.
Por 2008 Alicia Rodríguez, ama de casa con su esposo -que trabaja en la ciudad de Córdoba- y sus dos hijos se radicaron en Mendiolaza. Un día, cuando ella fue al aeropuerto a despedir a su hija, vio en la capilla una estampita de Larrabure, le llamó la atención y por curiosidad, googleó su nombre. Para su sorpresa se enteró de que el primer lugar donde el militar estuvo encerrado fue en el pueblo donde ella vivía y que en algunas páginas de Facebook locales, la historia se contaba mal. Indagando en el pueblo, comprobó que la mayoría, que había llegado muchos años después del hecho, no sabía nada.
Lo que a ella siempre le llamó la atención fue cómo, en una comunidad tan chica que era en la década del setenta, nadie se hubiera percatado de la presencia de gente extraña y de movimientos. Cuando fue el allanamiento, recuperaron armas, explosivos y demás elementos de los terroristas, y en la lógica de la mujer habrían habido camiones o camionetas que los llevaron allí. Ella presume que por miedo nadie denunció nada o que tal vez habrían estado amenazados.
Un viejo vecino, que trabajaba en la municipalidad, le señaló la casa en cuestión. La mujer estuvo un mes tomando fuerza y cuando se animó, se acercó y palmeó las manos. Contó a Infobae que la atendió una pareja, que son los caseros, que la dueña es de Tucumán, que ellos no sabían nada. Hace años que la cárcel del pueblo había sido rellenada. La casa se mantiene tal cual, salvo por el color de la pintura del frente y de las refacciones que debieron hacerle cuando fue afectada cuando fue allanada.
Ella decidió hacer algo. Armó una página de Facebook en la que reproduce fragmentos del diario que Larrabure llevó en su encierro. Además, entusiasmada con el proceso de beatificación del militar, mandó grabar una placa de bronce de unos veinte centímetros con la leyenda “Siervo de Dios Larrabure intercede por Mendiolaza”. La idea es colocarla en un monolito, muy cerca de la casa, donde había una imagen de San José de Calasanz, el patrono del pueblo, y que quitaron. Pero aún su iniciativa no encontró respuesta en el municipio.
La idea de Rodríguez es que no se siga recordando a Mendiolaza como el sitio donde se mortificó a Larrabure, sino como “la ciudad que le agradece su integridad como ciudadano argentino dando su vida por Dios, su familia y nuestra querida Patria”, según sus propias palabras.
Siervo de Dios
“Hombre del perdón” y “faro de reconciliación”. Estas son algunas de las frases con las que monseñor Santiago Olivera, obispo castrense, usa para definir a Larrabure.
En diálogo con Infobae, aseguró que el militar “fue un don para cada uno de nosotros”, y que a través de las cartas que escribió durante su cautiverio, invitaba a perdonar a los que le estaban haciendo mal, en consonancia con lo que dicta el Padre Nuestro “perdona nuestras ofensas, / como también nosotros perdonamos / a los que nos ofenden”.
A instancias de la iglesia argentina, se abrió una causa para su beatificación por el martirio que soportó y al abrir el proceso se lo declaró el 14 de marzo de 2023 Siervo de Dios.
Monseñor Olivera no es un prelado cualquiera, porque maneja el know how en el intrincado proceso de elevar a una persona a la santidad. Antes de ocuparse de la atención espiritual y pastoral de los militares y de las fuerzas de seguridad en el país fue, durante dos períodos consecutivos, Delegado Episcopal para las Causas de los Santos. Su primera tarea fue la de continuar motorizando la causa del Cura Gabriel Brochero, quien ya era venerable, y así impulsó su beatificación y canonización. Además, fue vice postulador de la Sierva de Dios María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula.
Contó que el proceso por delante es largo. Comenzó con tomarles testimonios a los testigos, el análisis del contexto histórico, la posible participación de médicos, además del dictamen de los peritos teólogos y la recopilación de toda la documentación del candidato. Calculó que para octubre todo ese material se enviará al Vaticano, quien hará su evaluación y será el Papa quien tenga la última palabra.
“Su actitud ante el sufrimiento y la muerte muestran la obra de la virtud y el don de fortaleza que, vivificada por la Fe, se alimenta en la caridad, cuya corona es la capacidad del perdón”, destacó Olivera sobre Larrabure.
Una marcha militar
Hoy martes, en el ministerio de Defensa, se hará una ceremonia que Arturo Larrabure califica de inédita. Por primera vez, relacionada a su padre, se hará un acto conjunto de esa cartera, Ejército e Iglesia, durante el cual se estrenará la marcha militar “Coronel Argentino del Valle Larrabure”. Por la tarde, se oficiará una misa.
Fue compuesta hace tiempo por Miguel Ángel Milano, hijo de un suboficial de Ejército, quien durante 38 años fue el director de la Banda Municipal de Rosario. Mientras Larrabure permanecía cautivo en Rosario, Milano vivía a escasos 900 metros. Al conocer el caso, lo impactó profundamente, lo que lo llevó a componer la marcha.
Adolfo Storni, un economista, amante de la historia, pariente lejano de la poetisa Alfonsina Storni, escribió la letra. “Me causa mucha admiración la postura de Larrabure cuando habla del perdón y la familia de justicia y no de venganza”, remarcó Storni.
La letra de la marcha es la siguiente:
Ya tu nombre anunciaba tu valor,
fuiste mártir, héroe y soldado.
Salesiano, místico de amor
El martirio se ensañó contra tu cuerpo,
pero tu alma santa los perdonó.
Abrazaste la Cruz y nuestra enseña,
y el ejemplo a tus hijos nos quedó.
Te lloramos y después te recordamos,
como símbolo de patriota y protector,
al que nunca el temor doblegó.
Y en Rosario, cuna de la Bandera,
fuiste altivo y un santo en cautiverio,
que a los ciegos captores perdonó.
Argentino del Valle Larrabure
venerable siervo del amor.
Hoy la patria agradece tus servicios,
y el Ejército horna tu valor.
Con tu ejemplo inquebrantable y salvador,
nos diste ejemplo de cristiano con valor.
Argentina evoca y admira,
a ese gran hombre y santo de Dios.
Al hijo de Larrabure, que cuando secuestraron a su papá tenía 15 años, le quedaron grabadas las palabras del Papa Francisco cuando en octubre del 2023 viajó a Roma a verlo. Aquel le dijo que “parece mentira (repitió estas dos palabras) que tengas que mendigar la historia”, y también calificó el secuestro y asesinato de su padre como “el Aldo Moro de la Argentina”.
Es que medio siglo pidiendo justicia es demasiado para cualquier mortal.