Entré al Aula Magna de la Facultad de Derecho de la UBA. Percibí su silencio particular, solemne y misterioso a la vez. Había  familias, estudiantes, gente mayor y algunos solos. Yo había oído hablar de Pilar Policano: que tenía apenas 17 años, que algunos la llamaban “la Martha Argerich del violín”, que estaba despegando. Pero lo que pasó esa noche fue una revelación.

Tras las palabras de Leandro Vergara —Rector de la Facultad— y del Dr. Luis Ovsejevich —presidente de la Fundación Konex— entró Pilar, con su violín abrazado como si fuera parte de su cuerpo. Y esa mirada… no era la de una adolescente

La primera nota de la Romanza para violín y orquesta N° 2 en Fa mayor, Op. 50 de Beethoven detuvo el tiempo. Su sonido me envolvió y supe que la noche sería inolvidable. Después, el Concierto para violín y cuerdas en Re menor, MWV O 3 de Mendelssohn fluyó con una naturalidad asombrosa: chispa y lirismo en un mismo gesto. En el Capriccio para cuarteto de cuerdas en Mi menor, Op. 81 – Andante con moto, también de Mendelssohn, sentí un diálogo íntimo, como si el violín y el Ensamble Estación Buenos Aires se susurraran secretos.

Con el Rondó de la Serenata Haffner K. 250/248b de W. A. Mozart llegó la alegría más luminosa: cada frase era un gesto de gratitud hacia el público. Y entonces, el momento que me quebró: la Partita para violín N° 2 en Re menor, BWV 1004 de Bach, con la Allemande y la Giga. En la primera, cada nota parecía un suspiro, una plegaria; en la segunda, la emoción se volvió viva, una danza que era también un grito de libertad.

El cierre fue el Presto de la Sonata Kreutzer de Ludwig van Beethoven, en arreglo de Richard Tognetti. Un estallido de energía, como si Pilar hubiera guardado lo más puro para el final.

Esa noche, con la dirección de Rafael Gintoli, Pilar tocó con la pureza de quien no se guarda nada. No vino a impresionar: vino a dar. Y dio todo. Salí en silencio, caminé por Figueroa Alcorta con el frío en las manos y el calor en el pecho, sintiéndome vulnerable, tocado por algo que quizá no vuelva a vivir igual.

No escribo esto para contar que vi a una promesa. Escribo porque anoche entendí que la música todavía puede salvarnos, que la belleza existe y que hay jóvenes que vienen a recordárnoslo. Una de ellas se llama Pilar Policano.  Mariano Augugliaro