La señora Hortensia aparta la mirada por un momento de las patatas que se afana en pelar, una tras otra. “Bien más nos valdría que nos pusieran un centro de salud”, dice señalando a su derecha con un leve movimiento de cabeza.

Un antiguo contenedor reconvertido en aula móvil permanece cerrado al lado del puesto de tacos que Hortensia atiende junto a sus hermanas. Es día festivo en La Esperanza, una comunidad rural en el estado mexicano de Querétaro, y la persona que viene entre semana a dar “clases de computación” hoy no está. En la parte frontal del aula hay un logo de Microsoft. Hortensia explica que apenas ve gente entrar y que a ella, además, de poco le servirían las clases que ahí imparten.

A poco más de un kilómetro colina arriba desde el puesto de Hortensia, la tecnológica estadounidense está construyendo un macrocomplejo de centros de datos. Una nave llena de servidores funcionando día y noche opera desde 2024. La otra está ya en la fase final de las obras.

Las torres de ordenadores que hay en su interior son apenas una pieza de una enorme red global. Una telaraña de edificios más grandes que campos de fútbol que Microsoft y otros gigantes de internet, como Amazon y Google, están extendiendo por el planeta. A un ritmo endiablado. Y con un objetivo común: saciar las ingentes necesidades de computación que sus modelos de inteligencia artificial (IA)

En La Esperanza, como en cada vez más lugares del planeta, la nube se hace física. Pero Hortensia, al igual que sus vecinos, no sabe qué sucede dentro de esos edificios. De lo que sí habla con confianza es de cómo han cambiado los alrededores de La Esperanza en los últimos años. Un reguero de parques industriales ha crecido al norte y al este de la capital de este estado mexicano. Sin dejar, señala, beneficio alguno en las poblaciones que los rodean.

Quizás al contrario. Desde hace poco los cortes de agua en esta y otras comunidades de la zona se han hecho habituales. Un problema inexistente hace unos años. “Estas empresas deberían dejar algo en la comunidad. Pero no lo hacen”, dice Hortensia, resignada, mirando de nuevo al aula con el logo de Microsoft. “Los beneficios son solo para ellas”.

La señora Hortensia atiende su puesto de tacos en la comunidad rural de La Esperanza, en el estado de Querétaro, México. A menos de un kilómetro de aquí Microsoft tiene un macrocomplejo de centros de datos.

El centro de datos de La Esperanza es uno de la docena de proyectos estudiados por EL PAÍS y el Centro Pulitzer para este reportaje. Son proyectos impulsados por Microsoft, Amazon y Google, las tres corporaciones —junto a Meta— inmersas hoy en una feroz batalla en torno a la infraestructura que sostiene la carrera de la IA. Y ubicados, además de en Querétaro, México, en Santiago de Chile (Chile) y Aragón (España). Tres regiones separadas por miles de kilómetros, pero con un nexo común: en un tiempo récord se han convertido en destinos prioritarios para esta industria multimillonaria.

Amazon, Microsoft y Google, dentro de su frenética carrera, extraen hoy recursos básicos como el agua en zonas en situación de grave sequía. Pero también acaparan grandes extensiones de terreno para edificar sus centros y las redes eléctricas que los alimentan. Todo bajo un halo de opacidad que, en ocasiones, incluye el uso de empresas pantalla y en casi todos los casos la complicidad y connivencia de las autoridades locales. Las empresas citadas han declinado ser entrevistadas en profundidad para este reportaje.