La guerra en Ucrania es, además de un violento enfrentamiento militar, un laboratorio de estrategias de resistencia. Ante la supremacía tecnológica rusa y la escasez de medios electrónicos avanzados en sus filas, el ejército ucraniano recurre a tácticas tan insólitas como el uso de redes de pesca para protegerse de los drones enemigos, en un ejemplo de cómo la inventiva compensa las carencias materiales. La desigualdad militar es acentuada por la falta de apoyo internacional efectivo, lo que debilita la capacidad ofensiva de Ucrania y empuja a la sociedad y su presidente, Volodimir Zelenski, a una situación cada vez más precaria y de creciente fatiga social.

En este contexto incierto, Moscú aprovecha la distracción global generada por otras crisis, como el conflicto en Gaza, y la presión económica facilitada en parte por el comercio de petróleo. Vladimir Putin intensifica la ofensiva mientras percibe el agotamiento de la sociedad ucraniana, debilitando aún más la moral de un país cuya esperanza de una paz rápida se ha visto frustrada. La percepción de que la ayuda occidental no llega en la magnitud prometida refuerza el sentimiento de vulnerabilidad y la tentación de buscar un acuerdo para frenar el desgaste.

Cambiando de escenario, el mar Mediterráneo, tradicionalmente percibido como seguro, sigue albergando tiburones, incluso grandes blancos, cuyo punto de cría principal es el Canal de Sicilia. Contrario a la imagen creada por la película “Tiburón”, estos animales rara vez suponen un peligro real para las personas. Paradójicamente, España —desconocido para la gran mayoría de sus ciudadanos— es uno de los principales consumidores y exportadores de carne de tiburón a nivel mundial, lo que contribuye a la delicada situación de estas especies, muchas de las cuales, al igual que el gran blanco, están amenazadas por la sobrepesca y el cambio climático. Mientras tanto, el aumento de episodios de rayas varadas este verano evidencia los efectos de la alteración de los ecosistemas marinos, que requieren mayor atención y políticas de conservación más estrictas para proteger la salud del Mediterráneo.

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