Anas Al Sharif es un corresponsal de TV para Al Jazeera en la Franja de Gaza, a quien Meta le cerró sus cuentas de Facebook e Instagram para acallarlo y el portavoz del ejército israelí, Avichai Adraee, lo acusó de pertenecer de Hamás, una virtual sentencia de muerte: ya mataron a siete compañeros suyos. Pero esta semana Al Sharif tiene otras urgencias que lo han convertido en reportero de su propio drama que le carcome las entrañas: “No he dejado de cubrir la crisis ni un instante en 21 meses, hoy lo digo sin rodeos… y con un dolor indescriptible. Me ahogo de hambre, tiemblo de agotamiento y resisto el desmayo que me persigue a cada instante… Gaza se muere. Y morimos con ella”.

El 20 de julio pasado, Sally Thabet, la corresponsal del canal satelital Al-Kofiya se desmayó tras una transmisión: no había comido en todo el día. Luego declaró al Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) que recuperó la consciencia en el hospital, donde la rehidrataron y nutrieron por vía intravenosa. Desde allí hizo la crónica de sí misma contando cómo, ella y tres hijas, se van muriendo de hambre. Para los médicos la situación es la misma: el doctor Mohammad Saqer del hospital Nasser declaró a CNN que el jueves pasado se desmayó durante su turno, pero tras recibir suero y azúcar, completó su guardia de 24 horas (hace 3 meses que no deja el hospital): “Mis colegas me sostuvieron antes de que cayera; somos personas exhaustas tratando a personas exhaustas, hambrientos tratando a hambrientos”.

El periodista Shuruq As’ad del Centro de Periodismo Palestino contó que Sally Thabet fue la tercera periodista que se desmayó en vivo en una semana.

¿Gajes del oficio?

No es que los periodistas sean más importantes que el resto de la población; simplemente tienen mayor exposición por la circunstancia laboral: lo que viven y sufren es lo de un palestino promedio. Incluso tienen la “ventaja” de que las empresas de comunicación les envíen dinero virtual a través del celular. Pero aun a los precios astronómicos del mercado –100 dólares un kilo de harina— a veces no hay quien les venda. Y tienen la desventaja de ser un blanco móvil: el chaleco identificatorio de “Press” les viene jugando en contra. Las agencias de noticias ocultan el nombre de sus periodistas para cuidar su vida. Pero las cadenas de TV no pueden resguardar su anonimato. La ONU verificó hasta ahora 211 periodistas asesinados en Gaza y Reporteros Sin Fronteras da una cifra similar, considerando que, al menos, en 45 casos fueron ataques “quirúrgicos” deliberados. Israel jamás rindió cuentas de esto, incluyendo la bomba de fabricación norteamericana Mark 82 de 230 kg que el pasado 1 de julio convirtió en cráter al café Al-Baqa en ciudad de Gaza –conocido por ofrecer internet y frecuentado por periodistas– donde dos trabajadores de prensa fueron asesinados: Ismail Abu Hatab —destacado fotoperiodista y cineasta— y Amna Al-Salmi, una artista visual que trabajaba en medios creativos. Además fue herido el periodista Bayan Abu Sultan (en total hubo 41 muertos, incluyendo los asistentes a un cumpleaños infantil).

La muerte del alma

La medicina considera a la muerte por hambre como la más terrible: el organismo consume toda su glucosa y glucógeno debilitándose con mareos y dolor de cabeza. Y arranca la autofagia: el cuerpo devora sus propios músculos y órganos generando calambres severos y alucinaciones. En dos semanas el sistema inmunológico colapsa y brotan infecciones o úlceras en el tracto digestivo, y pérdida de visión y audición. Así llega la locura por hambre documentada en el Holocausto y el Holodomor de Ucrania, donde víctimas comían tierra o cuero. El gran Primo Levi lo atestiguó y sentenció: “morir de hambre es la muerte del alma antes que el cuerpo”.

Esto no es una posibilidad en Gaza: está ocurriendo. La Organización Mundial de la Salud dijo que una cuarta parte de la población enfrenta condiciones cercanas a la hambruna. El miércoles pasado su director, Tedros Ghebreyesus, aseguró: “No sé cómo llamarlo, salvo hambruna masiva, y es provocada por el hombre; está muy claro, esto es por el bloqueo”. El bloqueo a la ayuda humanitaria es casi total, llega a cuentagotas y pocos se atreven a ir a buscarla: son masacrados sin razón mientras hacen fila. Según la ONU, al menos un millar fueron acribillados con metralla, cañonazos de tanque, helicópteros y drones a la espera de comida, desde que Israel quitó del medio a las ONG internacionales y “reparten” ellos mismos –comida y metralla– a través del controvertido sistema dirigido por la

Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) en manos de israelíes y norteamericanos. Un soldado israelí anónimo admitió al diario Haaretz que “disparamos con morteros y lanzagranadas” contra civiles desarmados esperando comida, sin razón alguna.

La OMS informó el miércoles que al menos 21 menores de cinco años murieron por desnutrición en lo que va de año, sobre alrededor de un centenar de víctimas por la misma razón. Y este sábado el hospital Al Shifa comunicó que la desnutrición mató a otras cinco personas, incluido un bebe y dos niños, en las últimas 24 horas. Hood Arafat había nacido hacía diez días y no tuvo acceso a leche de fórmula. Su madre con problemas de malnutrición, no pudo amamantarlo. El número total de víctimas por desnutrición desde el inicio de la ofensiva israelí se eleva a 127, de los que 85 eran niños, según cifras del departamento de Sanidad de Gaza.

Periodistas famélicos

Una asociación de periodistas de la agencia Associated France Press declaró está semana: “Desde que se fundó AFP en agosto de 1944 hemos perdido periodistas en conflictos, hemos tenido heridos y prisioneros en nuestras filas, pero ninguno de nosotros puede recordar haber visto a un colega morir de hambre. Nos negamos a verlos morir; sin una intervención inmediata, los últimos periodistas en Gaza morirán”.

Un fotógrafo de AFP publicó un mensaje en redes sociales: “Ya no tengo fuerzas para trabajar en los medios. Estoy muy delgado y ya no puedo trabajar”.

La cadena Al Jazeera dijo que sus periodistas –como todos los palestinos en Gaza– están “luchando por su propia supervivencia; si no actuamos ahora, nos arriesgamos a un futuro en el que puede que no quede nadie para contar nuestras historias”.

La mayoría de los profesionales que transmiten desde Gaza no eligieron ser corresponsales de guerra: eran periodistas a quienes la guerra les cayó encima y –como todo gazatí– están encerrados en un megacampo de concentración del cual el gobierno israelí no deja salir absolutamente a nadie. Esta semana, AFP solicitó en vano a Israel que permitiera la evacuación inmediata de sus colaboradores autónomos y sus familias, tras advertir que sufren hambruna.

El CPJ ha documentado que los ataques a periodistas son deliberados: les bombardean oficinas y destruyen hogares con la familia adentro. Los que sobreviven se tienen que ir mudando de ciudad en ciudad –de una carpa a otra–, como todo gazatí. Por una cruel ironía de estos tiempos, no tienen comida pero sí internet para transmitir su muerte de hambre por Facebook Live.

Ningún periodista quiere ser la noticia. Porque rara vez eso sucede por algo agradable. Esta semana muchos decidieron ser la noticia, mostrando el hambre en su propio cuerpo. También las empresas que los emplean han reaccionado. Mientras tanto, gran parte de los gobiernos del mundo observan entre consternados, anestesiados, indiferentes o abiertamente cómplices como los de Argentina y EE.UU.

Mohamed Ahdad –Editor of Al Jazeera Journalism Review— declaró Página/12 desde Qatar: “BBC, AFP, AP y Reuters dijeron que sus periodistas en Gaza tienen hambre, pero el pueblo de Gaza tiene hambre desde hace muchos meses, no es algo nuevo. Naciones Unidas dijo claramente que Israel usa el hambre como arma en la guerra. El comunicado no dice quién causa el hambre, ni quién mata a los periodistas y sus familias. No habla del bloqueo de Israel que impide la entrada de comida y medicinas. Solo pide que Israel deje entrar y salir los periodistas, y que llegue comida a la gente. No menciona que Israel ha matado más de 60.000 personas y ha destruido Gaza. El primer ministro, Netanyahu, tiene una orden de arresto internacional por crímenes de guerra. Lo que le falta a este comunicado es aclarar quién es el responsable de la hambruna, que es Israel. Insisto: todo esto atenta contra los principios del periodismo y su profesionalidad. Desde hace dos años Al Jazeera critica las noticas que ocultan parte de la verdad. Pensamos que algunos grandes medios no dicen toda la verdad, porque están bajo presión política.

El cinismo del ministro

El jueves pasado el Ministro de Patrimonio de Israel, Amihai Eliyahu, dijo que era mentira que los gazatíes no estuviesen recibiendo suficiente comida y añadió que Israel, en efecto, está impulsando la destrucción total de Gaza. Este ultraderechista famoso por su racismo, dijo a la estación de radio Haredi Kol Barama que la Franja de Gaza será despejada para instalar asentamientos judíos. “El gobierno avanza a toda velocidad para arrasar Gaza; gracias a Dios, estamos erradicando este mal… No tenemos por qué preocuparnos por el hambre en la Franja; que el mundo se preocupe”. En mayo pasado, Eliyahu insistió en que Israel debía bombardear las reservas de alimentos y combustible en Gaza para matar de hambre a la población, como una forma de aplicar presión sobre Hamás: fue una profecía.

La radiotelevisión británica BBC y tres agencias de noticias –la estadounidense Associated Press (AP), la británico-canadiense Reuters y la francesa Agence France-Presse (AFP)– reclamaron en conjunto la entrada de la prensa a Gaza y denunciaron que el hambre carcome a sus periodistas palestinos en el terreno. “Instamos una vez más a las autoridades israelíes a que permitan la entrada y salida de periodistas en Gaza. Es esencial que la población reciba alimentos en cantidades suficientes” señalaron, agregando que sus empleados son “los ojos y los oídos” del mundo en el enclave palestino; “estamos profundamente preocupados (…) (…) el hambre amenaza su supervivencia (…) (…) cada vez más son incapaces de alimentarse a sí mismos y a sus familias”.

 

Las agencias de noticias denuncian que Israel ha prohibido desde el primer día de la invasión, el acceso de periodistas internacionales al terreno, una negativa sin precedentes en la historia de la guerra moderna. No les sirve de mucho: el genocidio se transmite por streaming a través de miles de celulares de víctimas y testigos anónimos.