“La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus” es un espectáculo que le hubiera fascinado a Wittgenstein, el autor del célebre “Tractatus”, el mismo que estudió los juegos de lenguaje y sostuvo: “Nombrar y describir no están, por cierto, a un mismo nivel, nombrar es una preparación para describir. Al nombrar una cosa todavía no se ha hecho nada. Tampoco tiene ella un nombre, excepto en el juego”.
Wittgenstein, en sus “Investigaciones filosóficas”, estudió a fondo los juegos del lenguaje. Y a esta altura queda claro que el logrado espectáculo de Diego Carreño es sobre los movimientos del lenguaje en una lengua desbocada, una catarata de sonidos que dicen lo que pueden y prueban la tesis de William Burroughs cuando afirmó que “el lenguaje es un virus”. El autor de “El almuerzo desnudo”, “Los chicos salvajes” y “Ciudades de las noches rojas” está presente en la puesta en escena a través de un retrato y de la obsesión del protagonista por terminar su tesis, trabajo que ya la lleva 24 años de esfuerzo.
Lo que consigue Diego Carreño a través de su actuación es muy poco frecuente, ya que impone el tono humorístico para hablar de temas filosóficos y lingüísticos, como el de la paradoja o la metáfora. Y lo hace con un tono hilarante, que no decae en ningún momento. Las voces que irrumpen en escena vienen a recordarle al protagonista que al margen de los objetos, artefactos y elementos que lo rodean, hay un mundo más allá de su desorden y su obsesión por terminar un trabajo que ya toma buena parte de su vida. “Las palabras son como la piel en un agua profunda”, escribió Wittgenstein en 1915. Este espectáculo hace honor a ese aforismo con los mejores recursos del teatro.