Los treinta, las drogas, la muerte y el enamoramiento, pueden ser los pilares (o los postes) de mucha gente. También lo son en la novela Electrónica, de Enzo Maqueira, para La Profesora y sus amigos, personajes que encarnan, ficcional, y narrativamente, estos grandes temas. Reeditada este año por Dosmanos, se trata de una novela que fuerza a los lectores a encarnar los personajes. Escrita casi por completo en segunda persona, el narrador ubica al lector en la piel de una profesora que lucha con un cuerpo. Se enamora, duela, se confunde entre las sustancias, pero también lidia con la cotidianidad: “dar clases era un trabajo de una vez por semana que te permitía salir, tomar pastillas, mirar todas las películas de cine francés(…) sin que tu papá o mamá te presionaran. La hija típica de la clase media de los noventa. Ese subtipo snob que vivía su pasado neoliberal con culpa”, reflexiona la protagonista.

Nombrado en una nota de la revista Viva como un “escritor del reviente”, Enzo ha publicado novelas como Hágase usted mismo e Higiene sexual del Soltero (ambas editadas por Tusquets), y conduce el programa que enlaza la literatura en la provincia de Buenos Aires: “Narraciones Extraordinarias”, por Radio Provincia (AM 1270). Quizás lo más disruptivo de la novela no resida en los temas -las drogas, el sexo- sino en ubicar al lector en esa posición incómoda y apremiante de la segunda persona: “La escribí en tercera hasta la última frase, que salió en segunda. Había sucedido algo. Decidí intercalar esa voz, era un efecto de zoom in y zoom out, una narración que como el personaje, también se encuentra por momentos medio drogada”, dice Enzo. No fue una elección fácil, para el autor esta posición del narrador “es lo que más gusta y lo que más genera odio. Mi maestra, Liliana Heker, cuando terminó la novela me dijo: ‘muy buena, pero nunca más uses la segunda persona’”.

Aurora, de Carlos Fuentes y El pecado mortal, de Silvina Ocampo, forman parte de la ficción que ha pasado por la segunda. Para Enzo, la elección no solo fue narrativa, también política: “mucha gente toma la segunda como una representación, y se toman los reproches al personaje como propios. La literatura tiene que ser más que un entretenimiento pasajero o un ejercicio intelectual, existe para interpelar”. Hay una unión entre lo que sienten los personajes y la propia escritura: “los personajes son de una generación o una época del sobre pensamiento, de la sobreinformación, la era del sobre estímulo, entonces la escritura también tenía que ser alborotada”, menciona Maqueira.

En Electrónica los personajes aluden a esa generación que permaneció en un entre: la televisión e internet, la tradición y la deconstrucción, el neoliberalismo y el kirchnerismo. Los llamados millenials, las personas de treinta o cuarenta años que vivieron movimientos de contracultura y de hegemonía. Los consumos también formaron parte de los cambios culturales, “habías elegido el camino de los excesos porque pensaste que así llegabas a la sabiduría”, dice la protagonista, y aclara el autor: “esa idea está basada en una frase de William Blake: ‘el camino de los excesos conduce al templo de la sabiduría’. Es una idea romántica del exceso más ligado al fomento de la rebeldía, la idea de que hay un mundo nuevo por construir. En el caso del libro, la electrónica de los noventa, el amor universal del éxtasis, una aceptación total de la diversidad sexual, otro mundo posible que surge en esa época contra la hegemonía del capitalismo salvaje. Claro, el consumo te consume decía algún slogan por ahí, y rápidamente los personajes de la novela comienzan por la búsqueda espiritual y terminan en una pérdida del sentido”.

El título, Electrónica, no es solo por la fiesta y el consumo de sustancias, también aparece en los personajes que cada vez son más electrónicos: “superando la capacidad humana, nuestras manos se están convirtiendo en una especie de mano biónica por los celulares. Ahora le estamos dejando a la inteligencia artificial nuestra capacidad de pensamiento y de creación. Electrónica es por la fiesta, pero también por la migración de humanos a máquinas, es por la polisemia”, menciona Maqueira y agrega entre risas, “polisemia es una palabra que usa la gente para parecer inteligente”.

Existe un cruce entre lo electrónico y el sentido humano: “la diferencia de las máquinas es eso: la tecnología no puede crear arte porque sabe que no se va a morir, nosotros con la finitud creamos, acaso sea una ventaja que tenemos”. Quizás una forma de combatir la artificialidad de la IA sea con la misma finitud humana.

En Electrónica hay otro signo de época; la protagonista es una mujer, una profesora universitaria que se enamora de un alumno, a su vez escrita por un hombre, en segunda persona: “en el primer borrador de la novela el protagonista era un profesor, pero apenas la termine dije: bárbaro, volví a escribir Lolita. Ya se sentía la espuma de la ola feminista del 2015, y pensé ¿qué pasa si es al revés? Se lo entregué a otra editorial y lo primero que me dijo la editora fue: ‘a las mujeres no les pasa esto, no son así’. Sospeché de la generalidad. Había un cambio de época y no se podía seguir escribiendo lo mismo”, menciona Enzo.

Cada escritor posee ese bien tan preciado: ser leído por los otros. En el caso de Maqueira, sus lectores suelen destacar a esa mujer escrita por un varón: “lo más curioso es que muchas mujeres me preguntan cómo hice para ponerme en el lugar de. Y yo lamento pincharles el globo, fueron mis dolores y catarsis, y resultaron ser las mismas: la diferencia claramente no es biológica sino cultural. La lucha con los fantasmas pareciera ser universal”. También le escriben muchos treintañeros, identificados con los personajes. “La literatura siempre es una buena oportunidad para dialogar en el tiempo y en el espacio”, a lo que podríamos agregar, una buena oportunidad para dialogar entre los géneros.