Ejnar Mikkelsen llevaba más de dos años y medio atrapado en el Ártico

Cuando el barco de rescate apareció en el horizonte helado, Ejnar Mikkelsen llevaba más de dos años y medio atrapado en el Ártico. La barba crecida, la ropa remendada, el cuerpo debilitado por el hambre y casi desnutrido apenas disimulaban la lucidez con la que había enfrentado el encierro en la pequeña cabaña construida con restos del barco Alabama.

A su lado, el ingeniero Iver Iversen, el otro sobreviviente de la misión, apenas hablaba. Habían pasado 28 meses varados en una cabaña improvisada, alimentándose con lo mínimo y escribiendo para no perder la razón. El 19 de julio de 1912, tras dos inviernos atrapados en la isla Shannon, una embarcación noruega logró acercarse a la costa durante un inusual deshielo de verano. Sus tripulantes vieron una señal de madera que los atrapados habían dejado clavada en la nieve. Al seguirla, se toparon con la cabaña rudimentaria. Adentro, atónitos y armados, estaban Mikkelsen e Iversen, flacos, casi sin ropa, pero vivos. Habían resistido 28 meses de hielo, hambre y aislamiento.

Durante ese tiempo, el mundo los creyó muertos. Pero Mikkelsen no era un improvisado perdido en el hielo. Estaba allí por convicción geográfica y política: buscaba demostrar que Groenlandia era una sola masa continental y que el llamado “Canal de Peary” no existía. Para ello, había apostado todo —su salud, su tripulación, su nombre— a una expedición que no buscaba gloria sino pruebas. Su formación como explorador ya lo había templado para lo peor. Porque si algo sabía hacer Ejnar Mikkelsen, era avanzar donde otros se detenían.

Ejnar Mikkelsen e Iver Iversen antes del aislamiento que sufrirían entre 1910 y 1912 en la isla Shannon (Wikicommons)

Las primeras travesías

El vínculo de Ejnar Mikkelsen con el hielo comenzó desde muy joven. Había nacido el 23 de diciembre de 1880 en Dinamarca y a los 14 años ya navegaba como aprendiz, y a los 16 caminó más de 500 km desde Estocolmo hasta Gotemburgo con el deseo de unirse a una expedición polar, pero no fue aceptado. Años después, todos los miembros de esa misión murieron en el Ártico. Aunque no poder formar parte de ella le causó cierto desanimo, le salvó la vida.

En 1900, se embarcó en una expedición danesa al este de Groenlandia, un primer contacto directo con la cartografía de zonas aún inexploradas. Poco después, participó en la expedición Baldwin-Ziegler al archipiélago ruso de Franz Josef Land, donde el hielo dictaba las reglas y los mapas eran apenas intuiciones sobre papel. Dormía con la brújula en el bolsillo, por si despertaba desplazado por un témpano.

Entre 1906 y 1908, fue segundo al mando de la expedición polar angloamericana liderada por Ernest Leffingwell, que exploró el mar de Beaufort en Alaska. En esa misión desarrolló habilidades muy importantes: técnicas de medición geográfica, vida comunitaria bajo condiciones extremas y la certeza de que “el Ártico no se conquista, se soporta”. Allí confirmaron que no existía tierra más allá de Alaska, refutando hipótesis previas.

Tripulación a bordo del “Duchess of Bedford” durante la expedición angloamericana de 1906-1908. Ejnar Mikkelsen (tercero desde la izquierda) fue segundo al mando en la misión que cartografió parte del mar de Beaufort, en el Ártico canadiense (Wikicommons)

Gracias a sus primeras travesías polares, Mikkelsen se consolidó como un cartógrafo meticuloso y un explorador resistente. Tras regresar de la expedición angloamericana al mar de Beaufort, en 1909, publicó “Conquista del Ártico” (Conquering the Arctic Ice), libro en que relató aquellas experiencias y reflexionó sobre la dureza de la vida en el hielo.

Ese mismo año, recibió un nuevo encargo: recuperar los diarios extraviados de la trágica Expedición Dinamarca, que se realizó entre 1906 y 1908. Sus miembros, entre ellos Ludvig Mylius-Erichsen y Niels Peter Høeg Hagen, habían desaparecido intentando confirmar la existencia del supuesto Canal de Peary. Esos documentos, de enorme valor científico y político, podían demostrar que Groenlandia era un bloque continental indivisible y reafirmar la soberanía danesa sobre su territorio.

Mikkelsen aceptó el desafío sin dudar. Sabía que no sería una misión ni corta ni segura, pero estaba convencido de que en los márgenes del mundo aún quedaban verdades por recuperar. Algunas, incluso, congeladas en la memoria del hielo. Y estaba él para correr todos los velos que aún tapan parte del mapa.

Tapa de la edición española de “Perdidos en el Ártico”, el libro donde Ejnar Mikkelsen narró en detalle la odisea vivida junto a Iversen durante su misión en Groenlandia (Ediciones del Viento)

El destino impensado

El 20 de junio de 1909, Ejnar Mikkelsen zarpó desde Copenhague al mando del Alabama, un barco reforzado para enfrentar los hielos polares. Lo acompañaban seis hombres: los tenientes Laub y Jørgensen, los tripulantes Olsen y Poulsen, el carpintero Unger, y un mecánico que sería reemplazado en Islandia por Iver Iversen, un joven ingeniero sin experiencia ártica. Sería su único viaje de ese tipo.

Llegaron a la isla Shannon a fines del verano, en la costa noreste de Groenlandia. Allí instalaron una base temporal, pero cuando la bahía comenzó a congelarse, el barco quedó atrapado y pronto fue destruido por la presión del hielo. La situación era crítica. Mikkelsen no perdió el rumbo: aún quedaba por cumplir el verdadero objetivo de la expedición.

Junto con Iversen, partió en trineo hacia el fiordo Danmark: tenía que encontrar los documentos perdidos de la Expedición Dinamarca. El resto de la tripulación, temiendo quedar aislada, regresó a bordo de un barco ballenero sin esperarlos. Allí los dejaron…

Lo que siguió fue un viaje al límite: tormentas, hielo traicionero, perros sacrificados para alimentar a otros perros y comer ellos, enfermedades, hambre y alucinaciones. En su travesía encontraron el cadáver congelado del explorador de la Expedición Dinamarca, Jorgen Bronlund, y, más adelante, los diarios de Mylius-Erichsen y Hagen, enterrados bajo piedras. Las coordenadas que allí figuraban desmentían la creencia sobre el Canal de Peary: Groenlandia era una sola isla.

Retrato de Ejnar Mikkelsen durante la expedición angloamericana de 1906-1908 (Wikicommons)

Cuando regresaron a la Isla Shannon, en noviembre de 1910, no quedaba nadie. Solo una cabaña improvisada, levantada con los restos del Alabama. Allí pasaron los siguientes 28 meses, en completo aislamiento.

Durante ese tiempo, sobrevivieron cazando cuanto animal se les cruzaba. Tomaron cuantas cosas encontraron —telas, clavos, grasa, carbón, cualquier resto del naufragio— para darle una nueva utilidad y que les sirviera para el guarecerse del gélido aire que les cortaba la cara.

La falta de nutrientes cambió sus cuerpos, la oscuridad polar desdibujó la noción del tiempo. Mikkelsen creyó ver a su prometida Naja sentada en el catre. Iversen hablaba con su abuelo muerto. Habían comenzado a alucinar… Una vez, la tensión llegó al punto de que Mikkelsen, en un arrebato, estuvo a punto de dispararle a su compañero. Aun así, cada determinado tiempo regresaban al montículo de piedras donde habían guardado los diarios, los desenterraban y para volverlos a enterrar. Eran una especie de garantía de que su esfuerzo tenía sentido si lograban sobrevivir.

Ejnar Mikkelsen e Iver Iversen fotografiados tras ser rescatados el 19 de julio de 1912, luego de 28 meses aislados en el Ártico

El 19 de julio de 1912, un tripulante de un ballenero noruego llamado Sjøblomsten vio señales de presencia humana en la costa: una tabla clavada con la fecha “1912”. Siguieron la pista. Al llegar a la cabaña, Mikkelsen e Iversen salieron armados, cubiertos con mantas, desconcertados. Habían confundido los golpes de los rescatistas con osos.

Estaban exhaustos, escuálidos, pero vivos. Habían pasado más de dos años en uno de los entornos más hostiles del planeta, sin ayuda, sin certezas, sin garantías. La noticia de su rescate conmovió a Dinamarca. Fueron recibidos como sobrevivientes de una historia improbable.

De regreso en Copenhague, Mikkelsen escribió Perdidos en el Ártico (1913), donde relató la travesía con precisión documental. Décadas más tarde, publicó Dos contra el hielo (1957), un testimonio más íntimo, atravesado por el silencio, la memoria y la necesidad de dejar constancia de lo que hizo. Entonces tenía 77 años y demasiada nostalgia.

Las pruebas que trajeron consigo cerraron una discusión geográfica y consolidaron la soberanía danesa sobre Groenlandia. Pero más que un hallazgo cartográfico, lo más importante fue haber regresado y haber demostrado la resistencia humana en el hielo.

Fotografía del “Alabama”, el barco reforzado con el que Mikkelsen zarpó de Copenhague en junio de 1909. Quedó atrapado y destruido por el hielo en la bahía de la isla Shannon (Wikicommons)

Después del hielo

El regreso del Ártico no marcó el final de su camino. En los años siguientes, Ejnar Mikkelsen siguió viajando, esta vez como un hombre con responsabilidades institucionales, científicas y humanas; ya no como un viajero solitario. En 1924, organizó una expedición para establecer un asentamiento permanente de los inuit —un pueblo originario— en Scoresby Sound, en la costa oriental de Groenlandia. Y en 1932, lideró una nueva misión científica que incluyó investigaciones geológicas en la Intrusión de Skaergaard, una de las formaciones ígneas más estudiadas del mundo.

Desde 1933 hasta 1950, fue nombrado inspector general de Groenlandia Oriental, y desde ese cargo impulsó políticas de defensa del territorio, apoyó a la cultura inuit, desarrolló investigaciones y reforzó la soberanía danesa en la región. No hablaba de conquistas, sino de convivencias. No buscaba mapas vírgenes, sino vínculos duraderos entre ciencia, política y pueblo.

Fue homenajeado en vida: recibió la medalla Hans Egede en 1933, y dos años después, la Patron’s Medal otorgada por la Royal Geographical Society de Londres. Pero más allá de los premios, su nombre quedó inscrito en el paisaje mismo.

La cordillera Ejnar Mikkelsen, en el este de Groenlandia, y el HDMS Ejnar Mikkelsen, patrullero de la Marina Real Danesa botado en 2009, llevan su nombre. Y en Shannon, la pequeña cabaña que construyó con Iversen aún resiste los embates del viento polar, es visitada ocasionalmente por científicos y navegantes que entienden que, allí, el tiempo se congeló. Murió en Copenhague el 1 de mayo de 1971, a los 90 años. En 2022, al cumplirse 110 años del rescate, Netflix estrenó Dos contra el hielo, la película que relata el drama y la supervivencia de Ejnar Mikkelsen en el Ártico.