Con los tacos gastados de recorrer los escenarios y los set de televisión, Carmen Barbieri es una de las figuras más completas del mundo del espectáculo. Gracias a su demostrada ductilidad, pisó los escenarios como actriz, cantante, bailarina y vedette. Pero también, por su conocimiento del show business, sabe tejer los hilos que diseñan la trama de un espectáculo. “Sé lo que tengo que hacer para que un espectáculo brille. Si fuera necesario, con el vestuario que tengo en mi propia sastrería teatral podría vestir a cuarenta personas para que salgan a escena impecables”, asegura.
Su presente la tiene como conductora en la pantalla de El Nueve al frente de Con Carmen, un magazine hecho a su medida, del que decide ocuparse con exclusividad. “Me propusieron ser parte de los dos musicales más importantes de la cartelera porteña, pero la conducción es un oficio muy exigente, y así lo tomo.”
Que la charla comenzara de forma casual fue el mejor punto de partida para un diálogo profundo sobre su presente y las vivencias extremas que marcaron los años cercanos a la pandemia, un período donde tanto ella como su hijo Federico Bal tuvieron encuentros cercanos con la muerte. Una conversación sincera con un ícono argentino.

–Este reportaje se generó espontáneamente. ¿Siempre estás lista para salir al ruedo?
–Cuando se tienen tantos años de trabajo, una tiene la disciplina y la seguridad para enfrentarse a las cámaras automáticamente. Ahora soy conductora, pero empecé como una bailarina del montón en un teatro de revistas. Y nunca dejaba de estar radiante.
–¿Es una disciplina familiar?
–Sí. Esa actitud viene de mi casa. Desde que nací, lo vi a mi papá (N. de la R.: el comediante Alfredo Barbieri), a las bailarinas y a las vedettes cambiarse en segundos.
–En aquella época ya tenías mucha experiencia. ¿Eras una “mini Carmen”?
–Sí, porque mi escuela fue la revista porteña; ahí aprendí todo. Ese género me dio recursos para más tarde hacer comedia musical, dramática y televisión.
–También te habrá dado herramientas para conducir.
–Sí. Pero me siento más entrevistadora que conductora. De hecho, por eso gané un Martín Fierro. Me encanta hacer entrevistas, soy muy curiosa, chusma. Le hice una entrevista a Isabel Pantoja que salió en ¡Hola! de España. Decían que una periodista había hecho llorar a “la Viuda de España”. Allá no me conocen y, para ellos, yo era periodista. ¿Qué más puedo pedir? Hago lo que me gusta, me divierto, y le agradezco a Dios poder disfrutarlo.

–¿Cuántas mujeres conviven dentro tuyo?
–Por lo menos dos. Una Carmen que es mamá y casi la mejor cocinera. Es feo hablar así, pero creo que lo que mejor hago es cocinar. Para eso también tuve una buena escuela. Y cuando estoy en pareja soy buena compañera, pero hace años que estoy sola; por elección.
–¿Qué es para vos ser una buena madre?
–No sobreprotectora, pero sí hincha pelotas. Mi hijo se queja porque le mando veinte mensajes, pero ¿de cuánto tiempo? Menos de un minuto cada uno. Antes de un saque le hablaba diez minutos.
–¿Te sentís pionera en esta época en que la mujer conquistó más espacios?
–No lo sé. Lo cierto es que siempre me mantuve sola y luché sola. Con Santiago Bal estuve 26 años, y todo ese tiempo convivimos con su cáncer. Él decía: “Yo soy un tipo sano; nunca un resfrío ni una gripe, solo tengo cáncer”. Yo traía el pan a la casa, cuidaba a mi hijo y, cuando trabajaba, mi mamá me daba una mano. Santiago pasaba más tiempo en terapia intensiva que en mi casa; pasó por 18 operaciones. Finalmente, le ganó a la enfermedad porque murió de EPOC.

–¿Y vos a qué le ganaste?
–A la depresión, seguramente. Aprendí a reírme. Yo soy de humor negro. A veces, cuando hago un show y hago un chiste de esos, la mitad de la platea me entiende, y la otra se incomoda.
–Comparado con el humor que se hacía en la revista, el tuyo debe ser ingenuo.
–En comparación, el mío puede ser apenas picante. Nunca me burlé de los otros; mis monólogos siguen siendo blancos, como los de mi papá. Él fue uno de los primeros que hizo fonomímica, también hacía imitaciones, cantaba, zapateaba y tocaba instrumentos. Nunca en la vida, ni en mi casa, lo escuché putear.
–Su influencia también habrá dejado marca en tu vida personal.
–Yo lo admiraba profundamente, por eso la mayoría de mis parejas fueron cómicos. Tuve un novio médico y mis otras parejas eran comediantes. Solo me casé con Beto César; dos veces.

–¿Dos veces?
–Sí, primero en Las Vegas y después acá. Se ve que no me había quedado claro (se ríe). Pero no me gusta casarme.
–¿Es divertido convivir con alguien que trabaja haciendo reír a los otros?
–No esperes que un cómico cuente un chiste en su casa. Mi mamá le decía siempre a mi papá: “Cuando salís te encontrás con tus amigos y todos se ríen y acá no te puedo sacar una palabra”. Él era un hombre muy melancólico y callado. Es la historia del payaso, que tiene una sonrisa pintada y detrás una lágrima.
–¿El teatro de revista tiene futuro?
–No, ya no existe. Ese teatro de revista que tenía cuarenta personas en escena ya no se hace más porque cuesta mucho dinero. En la cartelera actual está Pretty Woman o Mamma Mia!; tienen muchos bailarines, pero apenas uno o dos cambios de ropa. Lo que se hace ahora es una versión reducida que, para mí, es music hall. Federico está escribiendo una revista para despedirme como Maestra de Pista.
–¿Por qué pensás en despedirte?
–Porque ya no estoy para esos trotes. Puedo ser una capocómica alguna vez o presentar un gran espectáculo, tipo un Moulin Rouge! Hoy hay chicas jóvenes que saben hacer de todo.

–¿Federico es la continuación de la historia familiar?
–Él escribe como el padre. Tiene su inspiración. Yo nunca tuve ese talento. Pero sí sé pedir música a un compositor. Sé tocar la guitarra, mi maestro fue Oscar Alemán. De todos modos, si hay algo que no sé hacer me propongo aprenderlo. Escribí un libro, pero me ayudaron. Se llama Soy XL. Ese es mi talle, y no se consigue en ningún lado. Tengo unos hombros enormes; en Japón son todos chiquititos, allá soy XXXXL.
–En eso también sos referente.
–Claro, las mujeres grandes, gordas, gordotas, piensan que no pueden triunfar en la vida, y yo digo: “Sí, ¿cómo no?”. Pero no hace falta que lo diga.
–En El Nueve también le dedicás un momento al monólogo.
–Sí, todos mis programas abren con uno. Es un gran ejercicio que me ayuda a regular el ritmo porque hablo demasiado rápido. Además, es parte de mi rutina, porque una vez que recibo el libreto, lo leo más de veinte veces durante el día para llegar al estudio con la letra en la cabeza. Me gusta la adrenalina de empezar de nuevo todos los días.
–Sos una mujer que sabe reinventarse. ¿Estás de acuerdo?
–Como dijiste al principio, me gusta estar siempre lista. Eso tiene que ver con otra de mis versiones: soy una mujer que quiere tener todo listo para salir al ruedo. Me la paso ordenando los zapatos de show y las plumas. Tengo un departamento que uso como sastrería teatral. Entonces, tengo a dónde recurrir para armar un cuadro de zapateo americano con todos los talles para los chicos. Si quiero hacer un malambo, busco los bombos, las lanzas y hasta una bandera que puede cubrir todas las plateas.

–La vida te golpeó en un lapso de pocos años. ¿Cómo te sobrepusiste?
–Nunca. Estuve al borde de la muerte por covid. Los médicos me habían sacado de un coma inducido para decirme que habían hecho todo lo posible. Me dijeron que haga todo lo posible de mi parte y que mi hijo estaba afuera llorando desconsoladamente. Y mientras escuchaba todo eso y sentía que mi cuerpo estaba paralizado, pensaba “¿Qué me agarré?”. La enfermedad me fulminó, tuve que volver a aprender a escribir. Perdí parte de la vista y de la audición. Quería salir adelante por mi hijo, que recién había perdido a su padre. Y mientras tanto pensaba en cómo iba a disfrutar cada minuto de la vida si zafaba.
–Pero eso no fue lo peor que te pasó.
–No. Lo peor fue la enfermedad de Federico. Estoy feliz porque está bien después de haber tenido un cáncer fatal. Será un paciente oncológico toda la vida, pero hoy está sano.
–¿Ahora sos feliz?
–Absolutamente. Estoy viva, hago lo que me gusta, me divierto y encima me pagan. ¿Qué más puedo pedir?