Dos lapsus. Del jefe de Gabinete de Ministros, Guillermo Francos, el 26 de junio de 2025. Del también el jefe de Gabinete de Mauricio Macri, Marcos Peña, el 25 de agosto de 2016.
Ante los legisladores, Francos aseguró que cada una de las medidas impulsadas por el presidente Javier Milei guían al país hacia “un futuro de confianza y pobreza”. Marcos Peña, en el mismo lugar pero nueve años antes había dicho que “hay un consenso respecto de la necesidad de avanzar en un sistema de tarifas y de subsidios para proteger a los que más tienen…”.
Estos dos lapsus tienen fecha, lugar, autores y gobiernos. Fueron esclarecedores y crueles: “crecimiento de la pobreza” en 2025, subsidios a los ricos en 2016. Dichos por sus “jefes” en el símbolo de la democracia, que significa sistema de gobierno en el cual la soberanía es del pueblo, a través del voto de la mayoría, que la ejerce por medio de sus representantes. Pueblo, voto de la mayoría y representantes no son lo mismo.
Francos proyectó “el crecimiento de la pobreza” tan convencido que los representantes del Congreso no salieron de su anonadamiento y no le devolvieron nada. Ni risitas ni un ¡te equivocaste, Francos! El jefe de Gabinete leía y en el único momento en el que habló de manera improvisada se le escapó una verdad que ni siquiera le despertó un atisbo de respuesta, una vergüenza, una aclaración al estilo de Peña, que al percibir su lapsus se detuvo y dijo: “Ustedes saben lo que quise decir”.
Claro que lo sabíamos Marcos. Ese primer informe confesaba lo que vendría, un enorme préstamo del Fondo Monetario Internacional que tardó pocos meses en fugarse a los bolsillos de las familias más ricas, lo que convirtió a ese lapsus en una premonición. Se volvió realidad, para angustia de una mayoría del pueblo que lo había votado. Pueblo, mayoría de votos y representantes no son lo mismo.
El estatuto de un lapsus tiene un lugar fundamental en el siglo XX, decir una verdad sin quererlo, ahí donde cae la represión.
Guillermo, a diferencia de Marcos, ni siquiera hizo mención a su equivocación, a su equívoco, a su lapsus. No lo reprimió, lo sepultó. En nueve años, la derecha se ha vuelto aún más cruel, como si fuera posible que se volviera todavía peor. Con pocos años de diferencia, la derecha nacida en democracia, del voto de la mayoría, destroza al pueblo con representantes crueles. Democracia, pueblo, voto, representantes no están en la misma vereda.
La vereda es de los indigentes que duermen en el frío invierno y mueren. Más de 60 muertes de personas en situación de calle en lo que va del año. La derecha ha cambiado, se ha vuelto aún más inhumana, sepulta hasta el descubrimiento más maravilloso y polémico del siglo XX: el ser humano responsable de lo que dice aún sin tener intenciones de decirlo. Las palabras manejan al lenguaje, las letras manejan a las palabras, el enunciador debe escuchar esas letras que se deslizan y levantarlas de eso nauseabundo a la condición de la palabra que genera la riqueza inconmensurable de lo humano.
No podemos manejar el destino de nuestros deseos. Francos, como su gobierno, desea un país empobrecido. Y aún más pobre porque no escucha sus palabras, que retornan del Congreso a las veredas. Palabras sepultadoras de nuestra mayor riqueza, el pueblo, y sobre todo de los indigentes, los más vulnerables, los que viven en la calle.
Se escucha una sirena a las 7 de la mañana cuando el frío es todavía más abrazador; vienen a levantar el cuerpo del ser humano 61 que duerme y muere en la calle. La respuesta de ese lapsus de Francos desguarnece aún más a los miles de indigentes que atesoran la revuelta de sus palabras.
Un corazón en la ciudad se congeló en ese momento en que el frío se vuelve más encarnizado. No es a la noche sino a la madrugada cuando se abren los mundos, ni noche ni de día aún, el frío se cuela hasta los huesos y el hombre fallece antes de la llegada de la ayuda humanitaria en un horario inhóspito.
Francos pregona el crecimiento de la pobreza, y la pobreza responde con la muerte: un ser humano murió de frío, de desinterés, de falta de medicamentos, de falta de médicos, muertos que se convertirán en zombis que le recordarán a Francos que la crueldad retumba en los cuerpos de los más débiles.
Si desean un crecimiento de la pobreza la tendrán y los pobres morirán en sus narices vengándose de su enorme desplante a lo humano.
* Martín Smud es psicoanalista y escritor.