El último tercio del siglo XIX y los comienzos del XX fueron idealizados a posteriori como la Belle Époque, la edad de la inocencia porque aún no había padecido las crueldades de la Gran Guerra. Para unos pocos fue un periodo de alegría desenfadada y progreso indefinido, y, para la gran mayoría, siguió siendo de múltiples privaciones y miserias.
Para estos últimos, el ilusionismo representó la mejor vía de escape, ya que, por unos centavos, los hacía partícipes “del más grande espectáculo de magia”, donde no cabía el dolor sino la sorpresa y el asombro y donde los magos, esos seres rutilantes, temibles y sobrenaturales, cada noche, hacían que la fantasía fuera posible.
David Bamberg (1904-1974), conocido como Fu Manchú, fue el más grande ilusionista de los escenarios argentinos del siglo XX. Heredero de una dinastía de magos holandeses, construyó un arte profundamente teatral, visual y humorístico, hecho de asombro y precisión.
La muestra reúne los restos materiales de sus shows: trajes, máquinas ilusorias y objetos que hacían posible lo imposible.
Como escribió él mismo:
“Un fantástico mundo de misterio e ilusión permanece encerrado en estos vetustos cajones.”
En tiempos de lo digital y las realidades virtuales, estas artesanías análogicas del asombro, nos hablan de una época en donde la construcción de ilusiones se realizaba con la colaboración de numerosos técnicos y artesanos, requería una alta pericia e imaginación, ensayos, riesgo, secretos aún hoy no revelados y una gran complicidad con los espectadores.