Un estudio publicado por The Conversation cuestiona los beneficios de los parques infantiles cerrados, al evidenciar que estos pueden limitar la creatividad y la autonomía de los niños. En contraste, los entornos abiertos y menos estructurados, como los que existen en Venecia promueven el juego libre, la integración intergeneracional y el sentido de pertenencia.
La investigación fue realizada por José Antonio Lara-Hernández, investigador en arquitectura de la Universidad Tecnológica de Auckland, y Gregor H. Mews, docente en urbanismo en la Universidad de Sunshine Coast. El equipo comparó dos contextos urbanos: parques cerrados en Auckland, Nueva Zelanda, como Taumata Reserve, y espacios públicos abiertos como la plaza Campo San Giacomo dell’Orio, en el barrio Santa Croce de Venecia, Italia.
Creatividad infantil y apropiación del espacio
Según The Conversation, los parques de Auckland son zonas aisladas del tejido urbano. Si bien los cuidadores los consideran seguros, estos espacios imponen estructuras de juego rígidas y reducen la autonomía infantil. En cambio, en las calles peatonales de Venecia, los niños participan activamente del espacio público: juegan a la pelota, dibujan en el suelo, riegan plantas y se mueven con libertad.
La comparación se basó en la diversidad de actividades observadas como indicador de creatividad. Taumata Reserve obtuvo una puntuación de 1,46, mientras que Venecia alcanzó 2,33. Además, en las calles venecianas se documentaron más de 2.600 actos espontáneos de juego, lo que refleja una cultura urbana en la que el juego infantil es dinámico y autogestionado.
Gestión del riesgo y vínculo comunitario
El estudio introduce el concepto de “apropiación temporal”, que alude al uso flexible y no planificado del espacio por parte de los niños. Esta idea se articula con el marco de diseño SPIRAL, basado en experiencias individuales y narrativas culturales. Ambos conceptos promueven espacios públicos más inclusivos, adaptables y sensibles a la infancia.
De acuerdo con The Conversation, en Auckland las vallas y normativas restringen esta apropiación temporal. En Venecia, en cambio, las condiciones urbanas —como calles libres de tráfico y diseño a escala humana— permiten que los niños desarrollen su capacidad de gestionar riesgos.
Uno de los investigadores, padre de dos niñas, relató cómo sus hijas ganaban confianza al explorar entornos abiertos. “Los niños necesitan aprender a gestionar riesgos”, afirmó.
Esta exposición, según los autores, fomenta el juicio, la resiliencia y la interacción con la comunidad, lo que refuerza los vínculos sociales y el cuidado colectivo del espacio urbano.
El valor cultural del juego y el sentido de pertenencia
La investigación también explora la relación entre infancia y territorio desde la perspectiva maorí en Nueva Zelanda. Conceptos como whakapapa (genealogía), whenua (tierra) y whanaungatanga (relaciones) reflejan una conexión profunda con el lugar. Según The Conversation, el juego infantil permite a los niños ejercer su turangawaewae: “un lugar donde estar de pie”.
Desde esta visión cultural, el juego no solo tiene una función recreativa, sino que consolida la pertenencia, la identidad y la continuidad generacional, aspectos que los parques cerrados no logran integrar plenamente.
Recomendaciones para un urbanismo inclusivo
Los autores proponen una serie de recomendaciones dirigidas a gobiernos locales y urbanistas:
- Incorporar elementos naturales, materiales sueltos y arte interactivo que permitan un juego abierto y creativo.
- Reducir el tráfico y la velocidad de circulación, especialmente cerca de escuelas, parques y zonas residenciales.
- Habilitar calles compartidas donde niños, adultos y animales puedan convivir en armonía.
- Involucrar a los niños en el diseño urbano, mediante talleres participativos y procesos de placemaking, reconociendo su derecho a ser escuchados, como establece la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU.
- Evaluar el éxito de los espacios públicos no solo por su eficiencia o mantenimiento, sino por su capacidad de generar curiosidad, alegría y relaciones intergeneracionales.
Infancia, agencia y futuro urbano
“Venecia demuestra que los espacios públicos compartidos ayudan a los niños a enriquecer y dar forma a las ciudades tanto como al resto de la población”, concluyen Lara-Hernández y Mews en declaraciones recogidas por The Conversation.
Los investigadores advierten que los parques seguros deben verse como un punto de partida, no como una solución definitiva. Para lograr ciudades más saludables, es necesario reconocer la agencia infantil y diseñar entornos donde los niños puedan vivir, jugar y transformar activamente el espacio común.