A mediados de los ochenta, cuando recién entraba en la adolescencia, Ed Motta trabajaba como DJ en fiestas que organizaba un amigo de su padre. Allí hacía sonar reggae y dub con canciones de artistas como Augustus Pablo. También programaba mucho soul. Faltaban algunos años para su debut como músico profesional, pero esas noches le enseñaron que la música podía tener efectos directos en la gente. “Era muy curioso, era como estar tocando. Podía percibir la temperatura de ciertos repertorios, momentos y acordes: ‘Ah, eso emociona más’, ‘Eso emociona menos’. De alguna forma fue un aprendizaje del comportamiento de las personas. Fue muy interesante, muy instructivo”, cuenta hoy, cuando ya está cerca de los cuarenta años de carrera. Sentado en un sillón de cuero en su casa de Río de Janeiro, a las diez de la mañana, con un trago en la mano, Motta habla vía Zoom rodeado de vinilos, libros, lámparas vintage, un piano y más objetos que muestran parte del mundo interior que construyó para salir lo menos posible de allí. Se destaca, en un lugar privilegiado, una copia de Countdown to Ecstasy, el segundo disco de Steely Dan, una de sus bandas de referencia. “En mi vida el objetivo nunca fue hacer algo para agradar, pero tampoco nunca quise desagradar. En esas fiestas podía ver lo que las personas podían odiar o disfrutar”. En unos días, Motta podrá aplicar una vez más esa experiencia con el público porteño. Será el miércoles 2 de julio, cuando se presente en Deseo junto a su banda. El brasileño llegará treinta años después de su primera visita a Buenos Aires, una ciudad que siempre estuvo por atraparlo de manera definitiva.

Aquel comportamiento de la gente que Motta comenzó a observar cuando era un DJ amateur todavía está presente, pero nunca de la misma manera. “Es una experiencia siempre diferente: en Alemania gustan de eso, en Italia de eso. En Francia eso. En Brasil así, en Argentina así. Es completamente diferente cada país, cada costumbre”, dice Motta, que tiene con qué contentar a todas las audiencias, por distintas que sean. Su discografía repleta de jazz, funk, soul y R&B con letras en portugués y en inglés lo volvió un músico exportable capaz de presentarse en diferentes partes del mundo con el mismo prestigio que en casa. O incluso más. “Eso es porque está en inglés”, dice. “En Brasil, dicen ‘Ah, no es en nuestra lengua’. Es un problema”, sigue, y repite la palabra como si esa situación le hubiera pasado muchas veces. “Problema, problema, problema”, dice, y estalla en una risa contagiosa y lenta, como si tardara en arrancar y tampoco pudiera apagarse de inmediato. “Y en Argentina también: cuando Spinetta hizo su disco en inglés, Only Love Can Sustain, en Argentina no gustó. Y es un disco brillante”, agrega, en un español rústico pero muy claro. De inmediato se pone a cantar durante unos diez segundos una de las canciones que el Flaco grabó para aquel álbum de 1979. Lo va a hacer durante varios pasajes de esta entrevista, como es habitual en él en cada diálogo con la prensa.

Por momentos, a Motta parecieran no alcanzarle las palabras y es entonces cuando se pasa al lenguaje donde se mueve con mayor soltura. Al que le dio prioridad durante los inicios de su carrera, cuando pensaba que la música era más importante que las letras de las canciones. Hoy, en cambio, reconoce que ambas están a la misma altura. “Me dan el mismo trabajo”, dice. Luego sigue hablando de aquel disco de Spinetta. “Es brillante, pero es en inglés. En Brasil o Argentina es lo mismo. Y por ejemplo, Eduardo del Barrio, que es un arreglador de Argentina importante, que trabajaba con la generación de los setenta del jazz, fue a Estados Unidos a trabajar con Earth, Wind & Fire por años. Y las personas no saben de eso en Argentina, Brasil, o Chile”. En Brasil, Ed Motta no padece el anonimato ni mucho menos, pero él mismo reconoce que suele tocar más en Europa, algo que no parece molestarle. Volverá allí en 2026. Uno de sus discos más recientes, AOR, de 2013, donde Motta rinde homenaje al llamado “Adult Oriented Rock”, es el que más éxito tuvo en el viejo continente, según cuenta.

YO, (CASI) ARGENTINO

Un lugar común de las entrevistas de Ed Motta en medios argentinos es el enorme conocimiento que tiene de la cultura de nuestro país. Es inevitable que se mencione ese aspecto en cada diálogo con periodistas locales, porque él mismo incluye las referencias en sus respuestas. Humilla con datos precisos, nombres de discos, letras de canciones y anécdotas de tango, jazz, rock, cine y hasta historietas. Así pasan el pianista Jorge Dalto, Rodolfo Alchourron, Francisco Solano López, Ricardo Darín, Alberto Breccia, Horacio Altuna, Carlos Franzetti y más. El vínculo más fuerte de Motta con Argentina empezó en 1995, cuando vino por primera vez para tocar en vivo en el Hotel Bauen. En aquella oportunidad llegó con algo de conocimiento sobre la música local. En Brasil había comprado discos de bandas como Crucis y Alma y Vida. Pero recién al pisar Buenos Aires terminó de sumergirse.

“Recuerdo que mi primera vez en Argentina fueron tres noches. Tenía una participación de Luis Salinas, el guitarrista. Y una de esas noches asistió Rodolfo Mederos. Yo ya tenía el disco Generación Cero y me puse muy contento. Me acuerdo que en aquella primera vez me quería mudar a Argentina. Yo conocía el cómic argentino, conocía a Piazzolla, pero no mucho más. Y en ese viaje compré discos de Spinetta, de La Máquina de Hacer Pájaros, Vox Dei, Manal, Color Humano, Billy Bond y La Pesada, Kubero Díaz. Todo rock de Argentina. Y también mucho jazz: Chivo Borraro, Jorge López Ruiz”. Motta ve la tapa del primer vinilo de Seru Giran a través de la pantalla, la reconoce de inmediato y empieza a cantar “Autos, jets, aviones, barcos”. “Grabado en Brasil”, dice. “Grabado en San Pablo con equipos brasileros”, agrega, como si fuera un columnista de La Mega o un asiduo concurrente de cada domingo a los puestos de discos de Parque Rivadavia. “Me gusta mucho Peperina, pero mi preferido es Bicicleta. Brillante. Eso fui comprando en Argentina en cada vuelta. Compré muchas cosas. Me gustan los discos solistas de David Lebón también”.

En cada visita, Motta siempre encuentra algo para llevar al hogar-guarida que comparte con su esposa, la ilustradora y autora de cómics Edna Lopes, donde tiene más de treinta mil vinilos y su propio estudio. Esta vez ya tiene una lista preparada, pero no de discos: “Tengo muchas cosas para traer, muchos vinos. Y sinceramente no voy a pasar por (la avenida) Corrientes, nada. Porque ya tengo amigos que están esperando para comer mollejas, vinos. Tengo que pagar vinos que ya compré. Para el almuerzo, para cenar, para traer para Brasil. Es increíble (risas)”. Sin embargo, no está tan al día: todavía no vio El Eternauta en Netflix, una serie que reúne un buen puñado de canciones que Motta conoce con precisión, de Pescado Rabioso a El Reloj. “Pero tengo la serie completa en cómic. Además, soy fanático de Darín”, aclara.

A nuestro país Motta llegará con una banda integrada por Michel Limma en piano, Milton Pellegrini en bajo, Ivan Castro en batería y Abel Cardoso en guitarra. Será la oportunidad para que el público escuche canciones de toda la carrera del músico, que empezó formalmente en 1988, cuando todavía no había cumplido los 17 años, con el disco Conexão Japeri. “Voy a hacer un poco de cada cosa. Es como un concierto de Led Zeppelin, ¿no? Tienes que tocar ‘Stairway To Heaven’, ‘Rock and Roll’, ‘Black Dog’”, dice, y se ríe, quizás recordando que el guitarrista Jimmy Page fue uno de los primeros ídolos de su juventud.

Ed Motta (Foto: Gabriela Perez)

DE ADENTRO HACIA AFUERA

Motta parece incapaz de apreciar la vida más allá de los consumos culturales y la gastronomía (tuvo una columna especializada en el diario Folha de São Paulo). Vive encerrado en su casa todo el tiempo que puede. No le interesa lo que pasa en las redes y la música actual no lo estimula. Más que un hombre del pasado, parece alguien sin tiempo que vive en el presente constante que construyó para sí mismo. Desde allí consigue información e inspiración. Disfrutó los días de cuarentena durante el Covid y no tiene problemas en declarar que rechaza cualquier tertulia de bar, que odia los viajes y que aprendió más viendo películas y televisión que andando por la calle.

El cine es otra de sus pasiones. Tiene más de 200 discos de Ennio Morricone, y su último trabajo, Behind the Tea Chronicles, de 2023, está inspirado en películas, series y hasta espectáculos de Broadway que Motta disfrutó y disfruta en la comodidad de su casa, donde no recibe (ni quiere) demasiados invitados. Behind the Tea Chronicles es, para el brasileño, uno de sus mejores trabajos. Una síntesis de su búsqueda estética. Lo compara con otros discos como Dwitza (2001) y algunos de sus primeros álbumes, como Um contrato com Deus (1990) y Entre e Ouça (1992). Asegura que allí ya estaba el desarrollo estético que quería trazar y que hoy alcanza. Con una búsqueda que no tiene problemas en no sonar de Brasil. Si hubiera sido por él, siempre habría cantado en inglés.

En agosto va a cumplir 54 años. Viene de una familia donde la música estaba presente de manera ineludible. Su tío, Tim Maia, una leyenda del soul y el funk de su país, anticipó su camino. Ed comenzó como baterista. Admiraba a cantantes como Ronnie James Dio. Luego llegó Stevie Wonder, alguien que se percibe de manera constante en su manera de cantar. Hoy asegura que cada día su música se acerca más y más al jazz. “Con el tiempo, las canciones van cambiando su arquitectura. Su arquitectura se cambia naturalmente, como cambia el mundo. No se sabe si para mejor, ¿no? Pero cambia”, dice sobre la forma de interpretar su viejo repertorio, antes de volver a lanzar una risa ralentizada.

Luego del show en Buenos Aires, continuará con la preparación de su próximo disco, que aún no tiene fecha de grabación, ya que aún se encuentra en etapa de demos, un período que puede durar poco… o bastante. “Mis demos tienen todo: batería, bajo, teclados, metales. Todo. Es casi el disco. Una locura total”, dice, e inclina su teléfono un poco hacia su izquierda para mostrar una escalera ubicada a un costado. “En el segundo piso tengo el estudio. Llamo a algún músico o hago yo solo la mayoría de las cosas. Puedo estar un año haciendo un demo. Un año y recién entonces decir ‘Ahora puedo mostrar las canciones’, o ‘Bueno, ahora sí podemos grabar’”. Más que paciencia para preparar sus canciones, dice, tiene obsesión para buscar una perfección que, según él mismo reconoce, es muy difícil de alcanzar. “La perfección existe, pero no es humana. El ser humano es imperfecto”, aclara. Pero sí cree que la grabación es el momento más importante de la música, porque “tiene el poder de la eternidad”. A diferencia de otros artistas que consideran que los discos son como una foto del momento en que fueron registrados, para Motta cada álbum es “una foto que se puede pensar por tres años”. Todo sea para tratar de alcanzar “la película perfecta”. “Mi mujer siempre habla de lanzar un disco de demos. Existe esa idea. Se podría haber hecho este año, pero ya estoy con el nuevo. Pero (de publicarlo) van a encontrar lo mismo que en los discos. Lo mismo, lo mismo. Me gustaría mostrar cómo nacen las canciones. Nacen absolutamente estructuradas”.

La obsesión que tiene para la construcción musical, en cambio, ya no aparece tanto a la hora de la escucha. Motta dice que es una etapa superada. “Ya tuve eso con muchos artistas”, cuenta. “Al momento escucho muchas cosas diferentes”, sigue. “Vengo escuchando mucho la obertura de Tristán e Isolda, de Wagner. Mucho”, dice, y la tararea, hace las cuerdas con un “Aaaaa” prolongado que parece disfrutar tanto como poner el disco. “Pero escucho muchas cosas diferentes”, aclara como si hiciese falta y, mientras muerde una de las aceitunas de su trago, cuenta que elige la música que va a escuchar con la ambición de cualquier coleccionista: con una curiosidad que se traduce en una escucha constante y variada, durante todo el día, todos los días. Sin embargo, a esta hora, cerca de las once de la mañana, todavía no escuchó nada. “Las entrevistas empezaron temprano”, reconoce.