“Cuando emigrás, lo que más duele es perder tu estatus social. Y eso no tiene que ver con la economía, sino con el lugar que vos ocupás en una sociedad: pasás a ser nadie”, dice Lucrecia Mangialabori tres años después de haberse instalado en Madrid junto a su marido, Guillermo; su perro, Pan; y su gato, Pepino.

Su decisión de dejar Argentina no fue improvisada. “Es algo que me acompañó durante toda mi vida. Desde los cuatro años hasta los quince viví con mi familia en Chile y aprendí a adaptarme: a otro país, a otra idiosincrasia. Pensando en eso dije: ‘Bueno, ¿cuán difícil puede ser emigrar, más siendo adulta?’. Alerta spóiler: no es sencillo”, reconoce.

En junio de 2022, cuando metió su vida en siete valijas y se subió al avión, Lucrecia llevaba diez años dedicándose a la educación canina. “Mi trabajo consiste en ayudar a la gente a comprender a sus perros para darles una mejor calidad de vida”, explica. “Yo siempre digo que es un trabajo artesanal porque es muy personalizado. Tenés que meterte en cada casa, entender a cada perro y a cada persona. El objetivo es que el humano que convive con el animal tenga las herramientas necesarias para resolver las problemáticas que lo aquejan. En un punto, hago de traductora entre el perro y la persona”, agrega.

En sus comienzos, allá por 2014, el rubro aún no tenía el auge que tiene ahora. “No había tantas líneas de trabajo, ni tantos profesionales. Por eso siento que lo mío fue bastante pionero, sobre todo en una especialidad históricamente ligada a lo masculino”, dice Lucrecia. A partir de 2018 se volcó de lleno a esa actividad y el crecimiento fue veloz: su cuenta de Instagram sumó miles de seguidores y su agenda se llenó. “Tenía la posibilidad de elegir qué clientes aceptar y a qué casas ir. En ese contexto, venir a Madrid fue, entre comillas, empezar de cero. Si bien traés tu experiencia, también tenés que reaprender muchas cosas. Antes el trabajo llegaba a mí, cuando emigré tuve que salir a buscarlo. Tuve que volver a hacer que la gente me conozca”, cuenta.

Junio de 2022. Lucrecia y su marido, Guillermo Vila, en viaje a Madrid

Hoy, tres años más tarde, Lucrecia sostiene su vocación con esfuerzo y constancia. En ese nuevo mapa volvió a hacerse un nombre y, aunque con altibajos, logró más de lo que imaginaba: armó una nueva red de alumnos y fortaleció la anterior gracias a la virtualidad, encontró trabajos “de lo suyo”, los dejó, le ofrecieron ser columnista de educación canina en una programa de tevé española y hasta cuidó a los perros de los Campeones del Mundo.

Infobae se contactó con ella para contar su historia.

¿Se puede construir una carrera o emprender lejos de casa sin dejar de hacer lo que uno ama? ¿O mudarse de país implica, al menos por un tiempo, trabajar de lo que sea? ¿El talento y la experiencia alcanzan o todo se reduce a tener contactos y suerte? ¿Hasta qué punto es un privilegio sostener la profesión en el exterior? Aquí responde esas y otras preguntas en formato de máximas.

Lucrecia y su perro Pan en la estación Príncipe de Vergara en el barrio Goya de Madrid

1° “Lo que más funciona es lo que menos se planifica”

“Mi idea siempre fue venir a Madrid a trabajar de lo que amo, que es la educación canina. No llegué planificando demasiado. Tampoco tenía miedo de no poder hacerlo: vine confiando en mi capacidad, en todo el trabajo previo y en aportar un diferencial que hiciera que la gente pudiera ver algo distinto en mí. Pero bueno, una cosa es lo que uno trae en mente y otra cosa muy diferente es lo que uno encuentra. En ese contexto, lo primero que me pregunté fue: ‘¿Cómo hago para que la gente me conozca?’. Además de usar redes sociales —en mi caso son una vidriera virtual— y grupos de WhatsApp de argentinos que viven en España, empecé repartiendo folletos con mis datos. Hasta que alguien me dijo: ‘No, acá los folletos no se usan. Se usan las tarjetas personales’. Fui por las tarjetas y comencé a dejarlas en los locales del rubro: veterinarias, pet shops o cualquier lugar donde hubiera público cautivo. En paralelo surgió algo sencillo pero efectivo: el contacto uno a uno con la gente en el parque. Estar paseando con mi perro, empezar a charlar con alguien que tiene perro, que me cuente alguna cuestión y darle una solución. Fue otra forma de difusión que me sirvió muchísimo. A veces siento que lo que más me ha funcionado es lo que menos planifiqué y lo que me salió del corazón. Por supuesto que siempre estuve dispuesta a dedicarme a otra cosa para generar ingresos. Y de hecho, al día de hoy sigo estándolo, pero nunca quisiera dejar la educación canina. Por suerte ahí tengo el apoyo de mi pareja que, hoy por hoy, trabaja de lo que le gusta también y, a diferencia mía, tiene un sueldo fijo”.

Julio de 2022. Lucrecia celebró su cumpleaños número 39 en la Plaza Mayor de Madrid

2° “El apoyo emocional es clave”

“Algo que me sostuvo muchísimo para mantener mi profesión en el exterior fueron mis alumnos de Argentina. Toda esa gente que me seguía desde antes y que fue fidelizándose. Varios de ellos volvieron a llamarme o le pasaron mi contacto a familiares y amigos. Hay mucho del boca en boca que se va construyendo con el paso del tiempo y habla del valor de tu trabajo. Saber que esas personas confiaban en lo que yo hacía, aun a 10 mil kilómetros de distancia, me hizo sentir contenida. Mientras buscaba clientes nuevos en Madrid, tener mi agenda ocupada con alumnos y estar pendiente de ellos —por más que no hubiese un rédito económico al mismo nivel que dar clases presenciales— fue fundamental para que yo continuara con mi trabajo. Creo que sin esa red y todo ese apoyo emocional no hubiese podido sostener lo que implica empezar de nuevo en otro lugar. Es muy difícil ser un emprendedor en otro país. Es muy difícil, digo, porque uno a veces da por sentado el hecho de que: ‘Me voy y me dedico a lo que me gusta’, y la realidad es que, cuando dependés de vos mismo, tu sostén de cada día sos vos. Nadie va a venir a decirte: ‘Vas por buen camino. No aflojes’. No existe. Por eso, para mí, la gente de Argentina fue y sigue siendo clave”.

En Instagram es @lucrecia.dogcoach y se presenta como

3° “En todos lados se cuecen habas”

“Creo que ahí hay un mito bastante arraigado que tiene que ver con: ‘Nos vamos a España porque total hablamos el mismo idioma’. Y la realidad es que, si bien hablamos el mismo idioma, en muchas situaciones tenés que adaptar el lenguaje para que la gente comprenda lo que le estás queriendo transmitir. Por ejemplo, en Argentina a la comida para perros le decimos ‘alimento balanceado’, en Madrid, en cambio, le dicen ‘pienso’. A mí me costó un montón incorporarlo. Me salía ‘alimento balanceado’ y la gente me miraba como diciendo: ‘¿En qué idioma habla esta mujer?’. Otra dificultad que encontré fue la dinámica de la comunicación. Acá la idiosincrasia es distinta: tenés que ser más pragmático y no irte mucho por las ramas. Para mí —que me apasiona explicar las cosas y dar muchos detalles— eso fue limitante. Tuve que aprender a sintetizar y a ser más concreta en mi forma de enseñanza. Fue un gran desafío. Con respecto a la mirada que los españoles tienen sobre los perros y la convivencia con ellos, también sentí un choque cultural fuerte. Pensaba que acá iba a encontrar una visión más avanzada de la educación canina, que iban a estar varios pasos más adelante, y no fue así. En muchas cuestiones, por lo menos en relación con mi rubro, España está un poco más atrás que Argentina. ¿A qué me refiero? Una cosa es tener un interés genuino por mejorar la calidad de vida del animal, y otra muy distinta es querer resolver un problema de tu perro solo porque pueden echarte del edificio en el que vivís. A veces uno romantiza mucho la idea de vivir afuera y piensa que todo va a ser fantástico, que todo va a ser mejor. Pero como dice el dicho: ‘En todos lados se cuecen habas’. A mí, particularmente, todo esto me puso en perspectiva”.

En la previa a un partido del Atlético de Madrid

4° “Siempre fui fiel a mis principios e ideales”

“Un día estábamos caminando y mi marido me dice: ‘Mirá, una guardería canina’. Entré, me presenté, dejé mi tarjeta, y unos días después me llamaron: ‘Estuvimos mirando lo que hacés y estamos muy en línea con tu filosofía de trabajo’. Ahí entablamos una relación en la que ellos me pasaban clientes a cambio de que yo les pagara un fee. Eso me sirvió muchísimo para sumar alumnos. Después de un tiempo, me ofrecieron trabajar medio día en la guardería. Creí que era una muy buena idea porque me daba un sueldo fijo —alrededor de mil euros— y, además, me permitía conseguir potenciales clientes en ese mismo espacio. Hasta ahí parecía todo ideal y, en su momento, fue una gran alegría y una oportunidad que hasta el día de hoy sigo agradeciendo. Pero también es difícil trabajar bajo las reglas de alguien que no conocés, sobre todo si esa persona está más enfocada en el negocio que en cómo debería funcionar una guardería canina, donde la prioridad debería ser el bienestar de los perros. Esa diferencia de criterios fue lo que me llevó a tomar la decisión de dejar ese trabajo. Si bien me servía a nivel económico, no me hacía sentir del todo conforme en lo emocional. Por otro lado, implicaba un desgaste físico enorme. Por más que la gente piense que trabajar con perros es una pavada, que estás ahí sentado mientras juegan entre ellos, no es así. Es un trabajo exigente. Yo terminaba la jornada sin energía como para, encima, salir a dar clases después. Entonces, bueno, se juntaron todas esas cosas. Y entendí que, aunque fuera estable, no era sostenible para mí. Era una cuestión de principios y de ideales”.

Con Tarzán, el perro de Julián Álvarez

5° “Hay que estar abierto a nuevas oportunidades o crearlas”

“Cuando llegué a Madrid, me reencontré con una amiga de mi adolescencia que vive acá hace muchos años. Un día me invitó a ver un partido del Atlético de Madrid y ahí conocí a Barbie Occhiuzzi, la pareja de Nahuel Molina. Ella me contó que tenía un perrito, Río, y que lo tenía que operar. Pegamos buena onda y empezó a seguirme en Instagram. Pasó el tiempo y, cuando llegó el Mundial de Qatar, a fines de 2022, me escribió porque no sabía con quién dejar a Río. ‘¿Vos sabés quién lo puede cuidar?’, me preguntó. Yo en ese momento no cuidaba perritos —eso lo empecé a hacer más adelante en la guardería—, pero le dije: ‘Si querés, hacemos una prueba de adaptación con mi perro y, si está todo bien, te lo cuido yo’. Así empezó mi relación con Barbie y con Nahuel que, a esta altura, se ha vuelto una amistad. Ya hace dos años que cuido a sus perros —ahora son dos— y hemos compartido muchas cosas. Ellos también me refirieron con otras personas, como Julián Álvarez y Juan Musso, que es arquero del Atlético. Con él, al final, no pude trabajar, pero con Julián sí: cuidé a Tarzán algunas veces. Nunca hubiese pensado que iba a conocer a los Campeones del Mundo, mucho menos que iba a terminar cuidando a sus perros o compartiendo un mate con ellos. Sé que desde afuera quizás se ve de una manera glamorosa, pero yo lo vivo de forma muy natural, porque son personas muy cálidas. Es como encontrarte con un amigo. Y claro, también me abrió puertas, porque directa o indirectamente eso genera admiración y, a veces, confianza”.

6° “Son las vivencias lo que hace que la gente se acuerde de vos”

“Dos meses atrás recibí un mensaje de un exalumno mío, un catalán divino que tenía un perro que se llama Rayo. Hacía un tiempo que no nos veíamos y me escribió para ofrecerme hacer una columna de educación canina para un programa de televisión en el que estaba trabajando. Se emitía en Televisión Española (RTVE) y me iban a pagar por cada aparición. Como licenciada en Comunicación Social sé que los medios han ido cambiando y la forma de consumir información también. Pero la televisión nunca deja de ser la televisión y llega a los lugares más recónditos. El proyecto me parecía magnífico, me llenó de ilusión y de energía. Así fue que terminé en un magazine junto a un montón de figuras reconocidas. Hicimos la presentación en un teatro y me dieron un micrófono para contar qué iba a hacer. Todo fue fantástico. Sin embargo, el programa no tuvo el impacto que esperaban y recortaron los contratos de todos los colaboradores externos, entre ellos el mío. La ilusión me duró poco. Quizás no llegué a hacer lo que me hubiese encantado —tener un espacio para la educación canina en televisión abierta—, pero igual me siento orgullosa. Saber que alguien me tuvo en cuenta fue importante. Porque, al final, son las vivencias lo que hace que la gente se acuerde de vos y te tenga en mente. Y eso solamente te lo da el tiempo. Podés tener las mejores redes sociales, podés tener la mejor página web, podés repartir todas las tarjetas del mundo, pero lo que realmente hace que las personas te recuerden es otra cosa: es cómo se sintieron con vos. Y eso se construye con tiempo. No es una cosa instantánea establecerse en otro país”.

“Al final, son las vivencias lo que hace que la gente se acuerde de vos y eso te lo da el tiempo”, dice Lucrecia

7° “Es importante arremangarse y trabajar con humildad”

“Para sostenerte en el exterior, todo depende de la convicción con la que vengas. El que emigra pensando que va a hacer un dineral no es, en general, el que se queda. El que se queda es el que realmente busca un cambio y viaja sabiendo que va a tener que adaptarse. Nadie está contando plata… o sí, la estás contando porque no te alcanza. Si venís a trabajar ‘de lo tuyo’ o querés armar un negocio propio, es importante arremangarse y hacerlo con humildad. Acá les molesta mucho la gente pedante o soberbia. Uno es el que tiene que adaptarse a los locales, no al revés. La mayoría de los sueldos van de 1.000 a 1.500 euros por mes. Sacá la cuenta: no es mucha plata. Vivir solo es carísimo, por eso es muy común compartir piso. En ese sentido, trabajar de lo que te gusta y poder subsistir es un privilegio. Y yo lo reconozco: no podría estar viviendo acá de lo que me gusta si no fuera porque mi pareja tiene un sueldo fijo que entra todos los meses. Mi ingreso es variable. Hay meses en los que gano más que él y otros en los que no gano nada. Un detalle: cuando te anotás como autónomo —que es como ser monotributista— tenés una cuota base los primeros dos años. En mi caso, era de 87 euros mensuales. Es un número, pero es pagable, incluso con ingresos bajos. Una vez pasado ese período, la cuota sube a un mínimo de 300 euros por mes y te la debitan. Si tenemos en cuenta que un alquiler promedio ronda los 1.000 euros, esa cuota representa un tercio del alquiler. Es un montón. Claro que ser autónomo tiene beneficios: estás aportando para la jubilación, tenés acceso a salud… todo lo que ya sabemos. Pero si no estás produciendo lo suficiente, se vuelve inviable”.