“Tomate un café, Mabel, dale, que hace frío”. Una médica residente del Hospital Garrahan le acerca el café con leche que le compró a la mamá de una de todas las pacientes que atiende este hospital público pediátrico, el de mayor complejidad de la Argentina. El que hace 10.000 cirugías al año -100 de ellas son trasplantes- y tiene camas para recibir a 500 pacientes al mismo tiempo.
Mabel viajó una hora y media desde el barrio Colino, en Quilmes, hasta este rincón de Parque Patricios en el que se salvan las vidas de chicas, chicos y adolescentes de todo el país. Este rincón que, en los casos más extremos, en los más infrecuentes, en los más dolorosos -física y psíquicamente-, se vuelve la única y, sobre todo, la mejor opción para la salud de un paciente y de toda su familia.
Esta vez, Mabel no viajó para que atiendan a Alma, su hija, paciente de este hospital desde que en el centro de salud de su barrio le dijeron “es una gripe, dale ibuprofeno”, pero los síntomas empeoraron y ella dijo “me voy al Garrahan”. Esta vez Mabel se tomó el colectivo para sostener una cartulina violeta que dice “Familias y pacientes en apoyo del Garrahan”.
El hospital atraviesa días críticos: buena parte de sus trabajadores reclaman una recomposición salarial que no llega. La punta del iceberg de esos reclamos son los médicos residentes, que ganan entre 797.000 y 982.000 de pesos mensuales, según qué año de la residencia estén atravesando. Trabajan entre 60 y 70 horas semanales, incluida una guardia de 24 horas. Matemática pura: los residentes de 1º año cobran menos de 3.000 pesos la hora.
La crisis salarial los tiene en el ojo de la tormenta de un conflicto que en las últimas horas se endureció. Pero no son sólo los residentes quienes reclaman una recomposición: también los médicos de planta, los técnicos, los enfermeros, los trabajadores administrativos. El Gobierno aseguró que descontará los días de paro a los residentes y que los echará si se ausentan por más de cinco días.
No hubo, en cambio, ninguna propuesta de mejora salarial. Los residentes vienen de una mala experiencia: Mario Russo, el ex ministro de Salud, había firmado el año pasado un incremento para ellos; horas después dio marcha atrás. Es por eso, según argumentan, que no declinan sus medidas de fuerza. Esta semana hicieron paro y marcharon a la cartera que ahora conduce Mario Lugones. En medio de la desesperación por un salario cada vez más licuado, del enojo y la tristeza, cuidan a sus pacientes y a las familias de esos pacientes.
“Estos son los médicos del Garrahan. Alguien que te trae un café, que se preocupa porque tengas una frazada, que hayas comido bien, que te pregunta cómo dormiste porque sabe que cuidar a un hijo que está mal de salud es durísimo y puede ser largo”, dice Mabel, que tiene un comedor y un merendero en el que ayuda a 150 chicos de su barrio. Ella y Alma, su hija, pasaron un año y un mes internadas en ese hospital al que llegaron desconcertadas y en el que obtuvieron un diagnóstico después de muchos estudios: lupus.
“Mi hija estaba hinchada, tenía ampollas en el labio, en el cuello, y se hinchaba cada vez más. Llegamos al hospital y nos atendieron en menos de media hora. Nos internaron ese mismo día”, cuenta Mabel. A los médicos les dice “doctora Caro”, “doctora Nati”, “doctor Martín”: esa es la cercanía con quienes se ocupan de la salud de su hija, que llegó al hospital con 8 años.
“Aparte de ser médicos son familia. Se ocuparon de que vinieran psicólogos a contenernos cuando nos explicaron que el lupus no tiene cura pero sí tiene tratamiento. En los momentos más difíciles de trabajo de mi familia, que depende de las changas que va consiguiendo mi marido porque se quedó sin trabajo hace un tiempo, estuvieron atentos a que no nos faltara un café calentito, un plato de comida”, cuenta Mabel.
Ella y Alma visitan el hospital periódicamente para los controles médicos. “Yo sé cuánto gana un residente de acá y sé los millones que gana un senador, ¿cómo no voy a venir a defender esto? Los argentinos salimos mucho a la calle, por ejemplo, cuando gana la Selección… ¿cómo no vamos a defender al Garrahan, si es lo más grande que hay?”, remata Mabel.
Virginia habla con Infobae justo después de organizarle los medicamentos a Marcial, su hijo, que está internado en el hospital. “Creíamos que tenía una muela infectada, pero en nuestro pueblo, Vicente Casares, cerca de Cañuelas, me sugirieron que lo vieran en la Facultad de Medicina de la UBA. Ahí enseguida me dijeron: ‘Llevalo al Garrahan’, y vinimos. Resultó en un sarcoma en la mandíbula. Nos diagnosticaron y empezaron a tratar tan rápido que no hay tiempo para pensar ni para bajonearse: vamos todos para adelante”, describe.
El 5 de septiembre del año pasado Marcial empezó a hacer quimioterapia. “Los médicos lucharon muchísimo para conseguir la prótesis. Nos ayudaron con toda la burocracia de la obra social y lograron la prótesis de titanio porque tuvieron que sacarle la mitad del maxilar a mi hijo”, cuenta. Lo operaron pero el cuerpo de Marcial, que tiene 15 años, rechazó esa prótesis: tuvieron que sacársela y ahora los médicos se concentran en que termine sus 36 sesiones de quimioterapia sin sobresaltos.
“Después van a reconstruirle el maxilar con huesos de la pierna. Nos explican todo siempre con mucho detalles y, sobre todo, con mucha contención”, cuenta Virginia en la puerta del hospital. Se abraza con Meche, una enfermera a la que ve entrar, y explica: “Meche es una de las tantas enfermeras que atiende a Marcial. Hace reiki y le sacó la ficha a mi hijo, que se siente muy contenido por ese tipo de terapias, así que le hace reiki y él se calma. Acá todo es así: buscan lo mejor para cada chico, y lo buscan prestando atención a cada caso. Siempre están atentos a que no le falte nada a ninguna familia, y conocen cada detalle de la vida de cada chico”.
Sin conocerse, Virginia lanza un argumento muy parecido al de Mabel: “Nueve millones de pesos cobra un senador o un juez. ¿Hay plata para eso y no hay plata para los laburantes de este hospital? Siempre se cuidan los mismos bolsillos”, dice, y enfatiza: “Yo vi a los médicos luchar por la prótesis de mi hijo, a esa vocación hay que cuidarla. No tengo dudas de que este es el mejor hospital pediátrico de la Argentina, y acá vienen los que no tienen un peso y los que tienen la mejor prepaga porque no hay otro lugar como este”.
Flavia no vio a los médicos del Garrahan luchar por una prótesis, pero sí los vio probar formas de usar un respirador artificial que no estaban descriptas en ningún tratamiento previo. Lo vio porque la paciente a la que intentaban salvarle la vida era Bianca, su hija, que ahora tiene 6 años y que llegó al hospital en la ambulancia que la trasladó tras llegar a Buenos Aires en la avioneta que las trajo desde Reconquista, en el norte de Santa Fe.
“Bianca empezó con una neumonía que se hizo bilateral y que, además, era necrotizante, es decir, iba muriendo el tejido de sus pulmones. En el hospital de mediana complejidad que tenemos en Reconquista me dijeron enseguida que nos viniéramos al Garrahan. Un avión sanitario costaba 6.500 dólares y yo tenía 24 horas para traerla por el estado en el que estaba: no teníamos esa plata”, reconstruye Flavia.
Lo que sí consiguió fue que alguien le costeara una avioneta, en la que viajó con una médica y una enfermera, aunque sin el equipamiento necesario. “Nos la jugamos, no había margen, así que vinimos como pudimos”, le dice a Infobae.
A los dos días de haber llegado al Garrahan, los médicos tuvieron que intubar a Bianca porque su deterioro era cada vez mayor. “Llegó un momento en el que los médicos me dijeron que teníamos que dejarla ir, que ya no había nada que pudiera mejorarla, pero que ellos iban a seguir haciendo todo por cuidarla y que ella estuviera cómoda. Muchas de esas noches de mi hija en coma los médicos se quedaban conmigo charlando hasta las 4 de la mañana, ya no sobre su estado de salud, sino sobre cualquier cosa. Cualquier cosa que me pudiera hacer sentir acompañada, ellos se ocupaban mucho de eso, de que comiéramos incluso en los días más difíciles, de que descansáramos un poco”, cuenta Flavia.
Bianca, muy de a poco, empezó a recuperarse. Con un respirador europeo -”que es como una Ferrari”, dice Flavia-, los médicos probaron tratamientos que no se habían hecho hasta ese entonces: cantidades de horas en algunos modos del respirador que nadie había intentado, combinaciones inéditas de esos modos. “Y mi hija se recuperó. Tuvo que hacer una rehabilitación desde cero: aprender a tragar, aprender a sostener de nuevo su cabecita. Venían las kinesiólogas tres veces por día a trabajar con ella”, cuenta Flavia.
“Mi marido y yo estábamos solos acá, cuidando a nuestra hija, que estaba sana y de repente tenía una bacteria que la estaba matando rápidamente. Estábamos a 800 kilómetros de nuestra casa, y los médicos y los enfermeros se convirtieron en nuestra familia. Se ocuparon de que nunca nos sintiéramos solos. Por eso hay que cuidar el hospital, por cómo te tratan y porque es el mejor hospital pediátrico del país. Viste cómo dicen… Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires y te salva la vida de un hijo en el Garrahan”, remata Flavia.
De todo eso está hecho este hospital. De tratamientos innovadores, enfermeras con el ojo atento a lo que cada chico necesita y médicos que cobran menos de 3.000 pesos por hora y se las rebuscan para comprarle un café a una mamá que viajó desde lejos y tiene frío.