“¿Qué más necesitaré arreglar que no estoy viendo?”, se preguntó Julieta Morón. A los 17 años su profesora de inglés le pregunto si se había operado la nariz. Respirar ya era un temita que necesitaba un retoque. No era lo único. “Se te levanta el labio cuando sonreís. Te conviene sonreír menos exagerado, así no se te ve la encía”, le recomendaron. Buen consejo: sonreír menos. Respirar peor. Vamos perfecto.
Las presiones estéticas no son un rompecabezas inocuo sino un ronroneo permanente por todo lo que se ve y se esconde, lo que sobra y falta. Los mandatos, las miradas, los cosquilleos de ser y no dejar de ser llevaron a Julieta a ponerse implantes, pagarse las siliconas, con los ahorros de toda su vida. Después empezó a investigar y se preocupó. “Tengo dos bombas de tiempo”, definió. Se las quitó.
Hizo un podcast, en 2022, y escribió un libro. Tetas vencidas. Revelaciones en primera persona sobre lo que nadie te dice de los implantes mamarios, de Círculo Rojo Editorial, que presento en la Llibrería própia (así escrito en catalán), de Mallorca, el viernes 23 de mayo, con un público que colmó la sala y terminó cantando con “La Ferni”, en la plaza de la ciudad y bailando chacareras en un ritual mágico de rondas, miradas y redescubrimientos de cuerpos libres y entrelazados.
La gente que fue a su presentación puso papeles abrochados como si colgaran ropa. Las frases que escuchan sobre su cuerpo desde ser demasiado llamativa, el peso de quedarse pelado para los varones hasta no conseguir talles de vestidos coloridos en talles XL y los comentarios que incomodan y dan ganas de estirar la pollera y meterse adentro para no ser molestada. Una exigencia corporal que pasa de exigir ser atractivas a demandar ser discretas. No es solo la demanda, sino la dualidad de la demanda que nunca puede ser satisfecha y que suele dejar siempre insatisfechas a las mujeres con su cuerpo.
“Por el hecho de ser mujeres se nos cuestiona. Se cree que exageramos, que estamos sugestionadas, que somos histéricas o demasiado sensibles”, escribió Julieta. Ella es periodista y escritora. Es una mujer que avanza más de lo que se deja avanzar. Es de las que manejan su vida (y su auto), de las que se atreven a dar un volantazo si la ruta está equivocada, de las que no dejan pasar las injusticias ni en la vida, ni en la caja de un supermercado, de las que dan su cama para hacer de los sueños un tejido colectivo y de la que trepa piedras y se zambulle en aventuras.
Es una mujer a la que dan ganas de ponerle la frase “con todas las letras”. Porque eso transmite. Ser la que quiere, saber lo que quiere y poder desaprender lo que no quiere. Ella tiene 34 años, se define nómade, alguien que se mueve, vivió en Comodoro Rivadavia y La Plata, no había un lugar propio, sino una búsqueda y un bus que iba y venía entre padres separados interprovinciales que le dieron no solo calle, sino también ruta, desde su adolescencia y que le quitaron el ancla de ser de un solo lugar como estrategia vital.
Ahora vive en Mallorca, España, en un tiempo que define “por ahora” y en el que reposan sus libros de Gabriela Cabezón Cámera, Pedro Lemebel o Virginie Despentes en una biblioteca custodiada por su espiritualidad y por un tiempo que se dedica a leer sin dejar que el teléfono la quite de la navegación por las historias escritas sin usar el pulgar. La visión del libro no es demonizar las cirugías ni pontificar sobre implantes, pero sí dar información y hacer una revisión crítica sobre el uso de siliconas como si fueran caramelos y la presión por lograr cuerpos irreales en mujeres que siempre se sienten realmente frustradas.
De la muestra también participó Vanesa Cufré que compartió fotos del Archivo de la Memoria Trans y hablo sobre los tratamientos que tenían que realizarse las pioneras travestis cuando no existían procedimientos amparados por la Ley de Identidad de Género. El libro llegó después de la repercusión del podcast, hace tres años, Tetas vencidas. “El formato se me había quedado corto, es breve y decidí darle más profundidad a lo que estaba contando. El sueño de mi vida era ser escritora. Nunca me imaginé que mi primer libro iba a ser sobre mis tetas, sino sobre poesía. Pero pasan cosas y fui abriendo el camino”, rescata.
-¿Cuáles fueron las repercusiones del podcast?
-Ni era ni soy una gran influencer, pero me llegaron mensajes de mujeres de Uruguay, España, Venezuela, Chile, Colombia y me decían que sentían que lo habían escrito ellas. Se identificaban con la vergüenza, el miedo, las contradicciones. Con el primer capítulo me escribió una mujer que descartó ponerse implantes al escucharlo. Sentí una responsabilidad de no crear paranoia ni ser sensacionalista. No quería demonizar a quienes se hacen cirugías estéticas o que se hacen cosas en el cuerpo. Pero entendí que era una responsabilidad. Un montón se los han sacado por mí relato. El impacto llega a lo profundo de los cuerpos de otras personas. Es el camino inverso de lo que hemos mamado quienes nos hemos puesto implantes y ahora lleva a que se los saquen.
-¿Cuál es tu objetivo?
-No es mi objetivo que se saquen los implantes, sino apuntar a los lobbys médico-empresariales que nos generan necesidades en un sistema patriarcal capitalista para que modifiquemos nuestros cuerpos. Es muy fácil tildar de superficial o simplista a la mujer que se hace algo. Hay que ir a otro lado.
-Hablaste de mamar mandatos: ¿cuáles fueron esas experiencias?
-Desde que nacemos que nos ponen una teta en la boca el primer contacto con el cuerpo de otra persona es a través de una teta. Hay un instinto de supervivencia de comer, de mamar y hay un elemento erótico. Estamos constantemente atravesadas por imágenes. Por un lado estaban las tetas de las mujeres de las revistas y, por otro lado, las tetas de las abuelas o de las profesoras del colegio, de la señora del almacén, de las tías. Las tetas que una ve que se desean era el mismo cuerpo y el mismo tamaño que tiene que ser de una forma para ser deseado. Cuando yo empecé mi pubertad estaba el corte de pollerita de Tinelli o la gracia de que la teta se le escapaba que quizás no tenía sensibilidad porque se le había perdido con la implantación. La cirugía estética en los pechos es una imagen para otro.
-¿Se pierde la sensibilidad erótica con la cirugía?
-A los 18 antes prefería dejarme el corpiño con push up, después, con los implantes las tenía dormidas como cuando vas al dentista y te anestesian. Tenía que mirar que no me lastimaran, me podía generar placer que al otro le diera placer pero no me daba un placer físico. Me gustaba estar con mis tetas pero había perdido la sensibilidad fina por sectores. Pero cuando empiezo a tener experiencias sexuales con mujeres nada que ver la densidad, la textura, como se erizan, se expanden, eran muy distintas a las de las otras mujeres.
-¿Qué te decidió a sacártelas?
–Nunca las sentí enteramente mías. Las disfruté al principio. Sentí que no iban con quién yo era. Me hacía ruido que había modificado el cuerpo para otro. En un punto lo hacía como cazadora. Un día me aparece un video de You Tube de Angie Monasterio contando su experiencia con los implantes mamarios que la habían enfermado. Empieza a enumerar síntomas que los tuve. Nadie nunca los relacionó con que tenía dos bolsas de tóxicos en mi cuerpo. No sé si antes tenía información y no la quise ver. Enseguida me las quise sacar, en julio del 2022. Volví a Argentina para operarme. Quería estar cerca de mi mamá y jugar al chinchón. Necesitaba contención y que me traigan un té.
-¿El libro es parte del proceso?
-El libro es parte del proceso. En el podcast no cuento cosas tan íntimas. El último episodio lo grabo antes de entrar al quirófano. Tiene la crudeza de lo simultáneo. Volver a encontrarme en un cuerpo porque ya habían pasado 14 años. No sé cómo hubieran sido mis tetas. Tenía las tetas pequeñas que a mis 18 me daban complejos y con cicatrices. Fue un proceso complicado volver a encontrarme desnuda frente a un espejo y frente a otra persona. Volví a dejarme puesto el corpiño o a usar corpiño con push up. Pero entendí que era un cuerpo que contaba una historia. A los 18 el cuerpo era un proyecto.
-¿Cómo fue el día después de la segunda operación?
-No fue fácil. Casi toda mi vida adulta tuve implantes. Estoy haciendo un proceso de reconocimiento.
-¿Cómo es poner el cuerpo frente a mandatos sociales que avanzan y retroceden tan fuertemente sobre los discursos corporales?
-Aunque todo esto hable del cuerpo y de mis experiencias lo que me ayudó es correr el eje y que mi valor no pase por el cuerpo sino cómo desnaturalizo, observo procesos que tomé con mi cuerpo. Lo que importa son las decisiones que tomé y a que otras se identifiquen, se sientan acompañadas y contenidas. Fue un poner el cuerpo literal. El valor pasa por otro lado.
-¿Te arrepentís o es parte de tu proceso vital?
-No puedo arrepentirme de nada en la vida. Hoy no sería quién soy si no hubiera entrado a un quirófano. No sé si no me dieron seguridad o confianza. Observar otras cosas desde otro lado. Forman parte de mi historia y de quién soy y ponérmelas me dio la posibilidad de sacármelas. No lo recomiendo. No es necesario que pasen por el proceso. Pero no me arrepiento.
-¿Argentina es un país muy obsesionado con la estética femenina?
-En Argentina las tetas están hipersexualidas y las tetas que no son para consumo molestan como las que se muestran en una marcha. Se le da mucho más peso y sentido a que una mina esté en tetas en la playa. En España todas mis amigas hacen topless. Yo a veces sí y a veces no. Puede ser menos erótico una teta libre que una con un microbikini. Pero eso ya está en el ojo del observador. En España hay más libertad y más comodidad.
-¿Cómo incorporaste citas y frases de escritoras y teóricas sobre las tetas?
-En el comienzo el libro era más académico y aburrido. Dejé las citas solamente. Intenté poner mayoritariamente a autoras latinoamericanas. Ayudan a enmarcar para donde va.
-¿Cuál sería tu próximo libro?
-El cuerpo y la utilidad. El otro día vi una cajera que no podía arreglar la moneda porque tenía las uñas demasiado largas. ¿Lo bello es lo que no es útil?