Hay tres obras bajo su dirección en cartel (Sexágono, Potestad, Maxidonio). En el último tiempo escribió otras tres con la intención de regresar él al escenario luego de muchos años. Está en proceso de ensayos de otro espectáculo suyo acerca de Palestina, tema sobre el que se pronunció de manera contundente en la última ceremonia de los Martín Fierro de Cine y Series. Acompaña dos grupos de teatro popular que fundó -Che Adelita y el más reciente La calle no se calla, surgido en la era Milei para hacer frente, desde el arte, a este contexto-. Sigue dando clases en su teatro, el Calibán de la calle México, al que llega en el colectivo 102. También en colectivo busca a sus gemelas -Sibelina y Galatea, de nueve años- en la escuela pública a la que asisten en La Boca. Dice, medio en chiste medio en serio, que toma “ómnibus” para que lo saluden cuando está “amargado”. Todo eso es, así es, o está siendo, Norman Briski, alguien que acumula muchas vidas en una. Aunque lo que dice siempre descoloca, y es siempre distinto a todo lo que suena como ruido de fondo, Norman parece ser más lo que hace que lo que dice. 87 años; pura energía vital.
Cuando entre mates, en su departamento de Barracas, se le pregunta cómo está, lo primero que menciona es a sus hijas. “Después el laburo. La prioridad es mezclada”, responde. Por supuesto que la actualidad -o, habría que usar una palabra más suya, el “social histórico”- aparece rápidamente. “Y… muy amargado, y podría estar más; pero no soy tonto. Con un presidente (como este) que le toca a la Argentina, con toda mi historia y todo lo demás, podría dejar de vivir”, dice el actor, director y dramaturgo. Y aparece rápidamente también el recuerdo de Eduardo “Tato” Pavlovsky, “hermano, maestro, algo así; padre elegido”. Lo nombra dos veces en la conversación. “Yo digo siempre: ‘Tato, te fuiste a tiempo’. ¿Cómo te aguantás esta porquería?”
Al mismo tiempo que Javier Milei gobierna la Argentina, “están pasando cosas extraordinarias”, postula Norman en la charla con Página/12. “Es todo intercapitalista pero… el tema ruso, chino, ucraniano, Israel; todo eso da la impresión de que se desarma el imperio”. Decidió montar Maxidonio. El puchero misterioso, de Vicente Muleiro -con quien habían escrito, en conjunto, La conducta de los pájaros, de 2018- porque la figura del escritor le servía para poner en escena la pregunta de “qué le falta a la Argentina”. También, para “mostrar un paisaje distinto al del sometimiento y la falsa democracia”, en un trabajo “reflexivo y revisionista”.
Desde una pensión habitada por Macedonio se disparan múltiples “líneas argumentales y dramáticas“; las muchas dimensiones de la figura elegida. Las resumió bien Muleiro: la relación con su mujer muerta y una “muchacha”; su particular metafísica; sus reflexiones sobre el buen vivir, la ciudad, el país, la no-muerte, el no-yo; sus famosas reuniones con intelectuales que lo escuchaban con devoción -Borges, claro, entre ellos-. En primer plano, el costado político de Macedonio, su provocadora candidatura a presidente de la República. El escritor decía que muchas personas estaban decididas a abrir un kiosco, pero muy pocas lo estaban a ser presidentes, entonces era más fácil ser presidente que abrir un kiosco. Su campaña pretendía modificar ciertos puntos sensibles de la realidad a través de la fabricación de objetos extraños (la salivadera oscilante, peines de doble filo, escaleras desparejas, cafés que se vuelcan). Maxidonio muestra, también, “la arremetida conspirativa con un grupo para entregar a la ciudad de Buenos Aires a la belleza y el misterio”. Actúan Sergio Barattucci, Juan Felice W Astorga, Lorena García, Ezequiel Martelliti, Cony Fernández y Lucrezia Fiorito.
Este último estreno de Norman como director, que se puede ver los viernes a las 21 en México 1428, tiene cierta condición de respuesta al contexto actual. “La economía ha contagiado. Como yo soy más viejito, antes nos contagiábamos de cosas mejores. De algún tango, alguna poesía. Esa plaga, la de la economía, por supuesto que cubre lo que vendría a ser la angustia existencial. Porque no hay nada mejor para una persona que es un poco obsesiva que le des una tarea de ‘cuánto está el dólar, subió y bajó’, y tiene una tarea diaria que le está tapando la posibilidad hasta de pensar”, reflexiona Briski. “Es un entretenimiento vil. Hay un lugar que es reivindicativo y tiene sus razones, pero hay un lugar imaginario de esas razones. La economía es casi la manera psicótica… te despersonalizás. No sos una persona. Sos un contador público, cuya madre es un escribano. La clase media no quiere largar nunca sus hábitos y costumbres. Algunos se han desclasado, que es un síntoma, pero dan la vida por el dólar.”
“Eso es de una mediocridad que se da en las sociedades donde se fundan en ser norteamericano. La historia argentina es una historia de la derecha. Estos no son ni conservadores: esto es la consecuencia de las películas norteamericanas. Yo soy uno de esos, un actor de películas norteamericanas. Digo que hay que hacer la revolución pero desde un lugar de una estética de película technicolor. Soy un criado viendo a esos actores”, expresa Norman, para quien “Milei es muy buen economista para matar de hambre a un sector que prefiere que se muera porque los muertos bajan la inflación“.
-¿Qué te impulsa a poner en escena una obra sobre Macedonio Fernández?
-Primero saber que está Vicente, que sabe investigar y es un laburante, que sería de lo que más adolezco yo. Tengo poca vocación para la investigación; la tengo, pero como si fuese de ida. Es muy lindo que haya personas que se complementan para un trabajo dramático. Él escribió la obra ya con datos de la teatralidad, porque hicimos varias cosas juntos. Y entonces digo, ¿qué es lo que le está faltando a la Argentina en términos conceptuales? Le falta creatividad, inventar cosas. Siempre es el grupo adonde se encuentran esas cosas, un grupo de similares en términos de experiencia de explotación. Creo que el mismo grupo es el que a mí me salva. Cuando decido hacer Maxidonio lo primero que hago es juntar a mi gente. Macedonio quiso ser presidente y otras cosas más que son muy curiosas. Yo no sé si estarán gastadas o no. Me parece que no. ¡Mirá lo que se le ocurrió en vez de aburrirse con el poder! (La obra) es una aproximación al pensamiento anarquista de una manera querida, fraternal: “mirá lo que podríamos ser, lo que podría ser”. En mi vida he hecho cosas que producen la fiesta, la alegría. Me pareció que era lo que teníamos que hacer: mostrar un paisaje que no sea el del sometimiento y la falsa democracia. (Macedonio) era un tipo distinto y seguro con voces de sufrimiento y al mismo tiempo con invenciones. Hizo un puchero que construye como antibiótico, inventaba alternativas, sabía mucho de química…
-Se trata de un personaje exótico, ¿no?
-Si hubiésemos vivido esa época no nos resultaría tan exótico. Borges, un tipo que se leía todo, lo seguía hasta Haedo. Se iban a un bar de Haedo para escucharlo y qué sé yo. Porque se daban cuenta de que estaba jugando con lo temido. Eso es interesante porque no era como negación, sino como alternativa.
-¿Qué sería “lo temido”?
-Yo creo que en ese caso es el fascismo. Es de una época en que había temores por los conservadores. Uriburu ahí nomás; Alvear, que era como el fino, pero al fin y al cabo era más perjudicial que Uriburu. Es un producto de su época y después vinieron poetas, el absurdo, apareció un contagio de jugar con lo temido, una gran denuncia del amor suicida o el amor triste. (Macedonio) es un luchador de salir de los afectos tristes. Así que me parece que vendría fenómeno que se pudiese identificar con ese juego para hacer de nuestra lucha afectos alegres. Se ha perdido mucho. Estamos todos muy serios, muy mufa. Y sería bueno decir “estamos vivos”. Con la pasión del consumo se acabó el entusiasmo por otras maneras. No digo que sean mejores o peores, pero no es esta. Esta es: “vamos a vivir en la ciudad, caminar como contadores públicos”, con gente que está especulando que le puede comprar el otro. Se volvió medio feo. Medio sonso. La sociedad de Shakespeare… lo denuncia en Julio César; todas esas obras, denuncian eso todo el tiempo, una idea de que la complicidad civil puede estar haciendo la revolución o deteniéndola. Si los cubanos empezaban a pensar que eran los cubanos y todo lo demás no hubiesen ido a ningún lado. Todo eso tuvo creatividad. Eso estaba en la Argentina y lo mataron. Acá se mató la posibilidad de una alternativa, con la dictadura. Da la impresión de que las alternativas para un cambio social en serio va a ser difícil que pasen, pero como soy del teatro, sé que hay imprevisibles y por ahí surge algo que a uno ni siquiera se le ocurrió.
-¿Creés, todavía, en la posibilidad de una revolución?
-Si agarro un contagio de revolución en una semana se hace, que no vayan a laburar los de la CGT y se acabó el problema. Buscar el poder está fuera del sistema; en otro lugar, hay que descularlo. Y muchas veces no se sabe cuándo hay un pueblo que se inspira en hacer un cambio social. Cuando se acabe la enfermedad del juego perverso de la manipulación de los botones estaríamos cerca. O sea, si salimos del consumo. Una vez que te despojás, que decís, “basta del consumo porque ahí están los muertos”… serían los que hacen un celular con un carbón que viene de Madagascar. No sé, no existe más Madagascar, es una isla arrasada. El que hace eso ya tiene el poder. Lo tiene en él y para contagiarlo a los demás. Y ahí sale solo.
Una obra sobre Palestina
“El actor es un tío al que empujan al escenario para que haga lo que el público no se anima”, propone Norman. Es lo que sintió en octubre cuando pronunció el discurso a favor de Gaza que le trajo tanto aplausos como ataques e, incluso, dos denuncias que fueron desestimadas. Una vez caminaba por la calle con sus gemelas y una mujer lo increpó: “¿Por qué no vas a Gaza con tus hijas? Vas a ver lo que te pasa”. Respondió la pequeña Gala, ya, evidentemente, parecida a él: “¿Qué le pasa, señora?” El dramaturgo escribió una obra, Piedra libre, sobre el tema, para dos actores. “Quiero que sean funciones sin publicidad, como hizo Vajtángov en Rusia. Quiero ser el Indio Solari, que nunca hizo los afiches, ni un solo programa y se llena de gente. Es un paradigma”.
-¿Qué podés adelantar de esta obra?
-Es muy difícil explicarla porque está verde. Pero lo que más tengo en la cabeza es no hablar de un dirigente. Es un ñato que está ahí abajo en el túnel y y que está “¿qué hora es?”, que le traigan el morfi, y otro actor que es el correo, digamos, porque no podría combatir a nadie, es medio chiquitito. Es obrero metalúrgico el que lo hace. Tiene un uniforme que le agarró un poco de una cosa israelita, mezclado. Y no me acuerdo bien, pero le trae vitamina E creo, porque el otro no toma sol. La obra tiene su humor negro. Hice un puente en el teatro, ¡me re putearon! Tomo el tema no desde el punto de vista de la bandera nacional y popular. Es un soldado de la causa Palestina. Y me hace acordar tanto a Walsh, otro amigo que se fue, que hizo La granada. Esto no tiene esa potencia, porque yo no tengo a Edgar Allan Poe detrás mío como lo tuvo Walsh, que iba a la comisaría todos los días para saber dónde había una cosa interesante. Es otro camino, más lorquiano.
-¿Te esperabas que el discurso sobre Gaza generara todo lo que generó a nivel social?
-Todos creen que sí, pero yo ni idea; qué quilombo se armó. O sea, cuando salía de la platea para irme, que estaba con dos amigos que no son tan pro-palestinos, no sabían qué decir porque tienen parientes en Israel, entonces estaban re cagados. Y vino un tipo con la bandera palestina en la escalinata de la salida del teatro y me agarra y me abraza con la bandera. “Uy, pero esto es mucho para mí”, pensé. Me agarra como… no puede ser que no diga algo. También pasó que cuando dije “Gaza” hubo un silencio y yo dije “qué mierda hago”. Y digo, “vuelvo a decir Gaza”. Nadie aplaude, nadie dice nada; y la tercera vez aplaudieron. Pero para nada calculé nada. Un poco de miedo, también, porque nadie dice nada. Están matando 50 palestinos por día; 500 el otro día. Tampoco lo viví nunca esto. Y tengo un significado que, para algunos, yo soy judío. Entonces, que un judío sea pro-Palestina… bueno, sirvió para algo. Un judío que tenga un dedo de frente va a ser pro-Palestina. Ahí me digo, ¿por qué no aparece cierto dolor, al pueblo israelí, por lo que pasa? Otra vez, la complicidad civil.
-¿Y por qué decidís hacer una obra sobre este tema?
-Primero por la puntería que tendría un discurso y lo que significa una obra de teatro, que no es un discurso. Es más la vida de los que identificamos como los mártires o los que están luchando. Hoy se elige el discurso porque la producción es más barata. Ponés decorado y el stand-up es más barato. Es el momento para eso. Y de alguna manera lo que hice yo tiene algo de stand-upeño. Algo del atrevimiento del tipo de stand-up en serio, que está arriesgando la vida, lo pueden cagar de un tiro. En la entrega de los premios Oscar aparece cada uno ahí arriba; el cachetadón del negro que le metió una piña a uno… Te estás arriesgando y al hacerlo ahí traduce un insulto, si se quiere, en el mejor de los casos, poético, y el entorno te lo aprueba por atrevido. Y después ni te saluda, pero produce un fenómeno de decir la verdad colectivamente, a ver qué pasa.
* Sexágono se presenta los sábados a las 20 en Calibán. Potestad, los viernes a las 20.30 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960).
El recuerdo de Tato Pavlovsky
La segunda vez que nombra a Tato, Norman recuerda su monólogo Patria, “sobre un pibe que le dice pelotudo al padre porque no reconoce que la bandera norteamericana es mucho más linda que la nuestra”. Un texto que él actuó y que va de la mano con estos tiempos.
-¿Estás pensando mucho en Tato últimamente?
-Todo el tiempo. Ayer vi una película de él, la del boxeador (Cuarteles de invierno). Tato vio todo esto mucho tiempo antes, desde que dejó de ser de la Libertadora, porque lo fue. Y como se murieron estos pescadores, entonces no hay referentes de pares. Con Alfredo Grande a veces hablamos, y me parece que dice unas cosas que no las dice nadie. Pero en general, veo una pobreza como para tener un (Alberto) Fernández en el poder. Una pobreza de ocurrencia, de crear; por eso hacemos la obra de Macedonio. Esa gente de mi tiempo eran tipos que te sentabas y a los 10 minutos te decían algo. Muy leídos, yo menos. Entonces, esos maestros les llamaría… hermano, maestro, algo así, padre elegido. Esa figura me está faltando y me hace llorar. Se murió y quiere decir que pronto me voy a morir yo. Confrontarme con eso ya casi me divierte, porque antes era como que no podía dormir. Ahora creo que duermo porque me acostumbré a confrontarme. Además, no puedo envejecer. Tengo que levantar a mis hijas a upa o esas porquerías (risas). Mañana las veo.
Camino al escenarioSi bien cada tanto se lo ve en alguna serie, como El encargado, o película, como Argentina, 1985, hace muchos años que Briski no actúa en teatro. La última vez que estrenó un espectáculo en ese rol fue hace 20 años (2005, Doble concierto, con dirección de Ricardo Holcer). Acumula tres obras escritas pensando que podría actuarlas; la que tiene más fuerza es Nodo, historia de un viaje “sin sentido” en coche hacia el sur del país. Cada material que muestra entraña un año como mínimo de producción, por eso lo piensa muy bien antes de embarcarse en un proyecto: “Me respeto que la elaboración creativa no puede tener urgencia porque la vas a cagar”.
-¿Actualmente te sentís más actor o director? Se te ve poco actuando…
-El único que se avivó fue (Adrián) Suar cuando salimos de ver Argentina, 1985 y me dijo “vos si que la tenés clara: entrás y salís, no te calentás y cobrás lo tuyo”. Porque será lo que será, un laburante, y están con la lengua afuera. Creo que (Antonio) Gasalla se muere por la cantidad de trabajo entregado que tuvo. Yo no tengo esa vocación de morir por estar sobre un escenario. Ni siquiera Tato tenía eso. Por ahí te morís en un lugar más lindo, al lado de un río. Soy cordobés, ahí agarro una cultura que tampoco la pavada… vayamos a la moto, la voy a vender a la moto… Los que me conocen se dan cuenta de que equilibro: primero las nenas. Ya están más grandecitas, pero para mí es prioridad que yo apenas veo un síntoma, largo todo y me dedico a eso. Viene el cheque, dejo a los hijos. ¿Por qué no te la tomás más filosóficamente a la vida? Hay que hacer algo, no cabe la menor duda. Estamos en esta, así que tranquilo, reunite, pensala para no equivocarte tanto. Y hacé un poco de teatro. Alentá a jóvenes para que tengan ese juego. Si les sale mal, pintan de nuevo. Si no tengo a Calibán me amargo. Los jóvenes se entusiasman, “vamos a hacer esta obra”, a nadie se le ocurre la guita. Yo mismo me sorprendo. “¿De dónde van a sacar la guita para hacer la obra?” “Ya vamos a ver”. Y no hacen rifas. No sé qué hacen. Hacen todo. Es todo barato. Y salen cosas lindas.