En redes sociales, en los diarios, en revistas especializadas, todo el mundo quedó cautivado por el universo planteado por Héctor Oesterheld, allá en el 57. En esta ocasión, el prestigioso director argentino Bruno Stagnaro (Pizza, Birra, Faso, Okupas) tuvo la monumental tarea de traer al formato audiovisual la historieta.
Un reflejo musical
Lo principalmente destacable de esta ambientación es cómo estamos representados. El ambiente de argentinidad se respira en cada plano, cada escena y cada secuencia de esta historia.
Más allá de los acentos y los modismos, que es lo mínimo esperable de una serie ambientada en Buenos Aires, la serie se esfuerza y consigue con creces crear un universo argentino, donde nos vemos absorbidos hasta lo más profundo a través de la música.
El uso de la música nacional (e internacional) no se queda únicamente en poner nombres de canciones conocidas a los capítulos. Está presente en todo momento.
En toda producción audiovisual la música toma un papel preponderante. No se trata solamente de emplear música movida en momentos que lo requieran, sino de formar un ambiente creíble para el espectador.
Si bien la serie tiene su banda sonora original, resalta el uso de música diegética en escenas de relajación. Mínimo una vez por capítulo un personaje enciende un reproductor o entona una canción.
La clave está en manejarse con canciones lo suficientemente reconocibles como para que el espectador reconozca, pero también que aporten de alguna manera a la trama.
Encontrar el balance es primordial, ya que si este se rompe se romperá también la ilusión de la obra, y el espectador volverá de un tirón a su sillón del living, alejándose de la nevada Buenos Aires.
Música para enaltecer escenas
La serie de hecho abre en compañía de la música. Cuatro adolescentes en un barco conversan al ritmo de Paisaje de Gilda. La música es interrumpida cuando se destruyen todos los dispositivos electrónicos. La introducción es brusca, y nos pone rápidamente en contexto para lo que va a venir.
Inmediatamente después pasamos a los protagonistas, momentos antes de la caída de la nieve. Ellos se encuentran cantando No pibe de Manal, para entretenerse mientras esperan a que se solucione un piquete en la calle.
Posteriormente, llegan a destino y se sientan a jugar al truco, al ritmo de éxitos del rock nacional como Post-Crucifixión, de Pescado Rabioso.