Desde el siglo XIII, el Cónclave ha funcionado bajo un principio inviolable: el secreto absoluto de los procedimientos y deliberaciones entre los cardenales. Durante siglos, eso se garantizaba mediante clausura física, juramentos y control humano.
Pero en la actualidad, el verdadero riesgo ya no entra por la puerta, sino que se infiltra a través de las ondas electromagnéticas, una cámara oculta en una lapicera o una señal interceptada a kilómetros de distancia.
Ya no basta con confiar en la discreción humana. Ahora, se necesita un entorno hermético a la tecnología. El Vaticano ha comprendido que preservar la santidad del Cónclave requiere, hoy, una arquitectura más cercana a la de una operación de inteligencia que a una mera reunión clerical.
Entre las principales medidas se encuentran:
Bloqueadores de frecuencia (Jammer): dispositivos instalados estratégicamente para anular toda posibilidad de conexión inalámbrica. Impiden que los celulares o cualquier aparato con tecnología Bluetooth, WiFi o red móvil puedan emitir o recibir señales dentro del recinto.
Películas protectoras anti-drone y anti-láser espía: aplicadas sobre los ventanales de la Capilla Sixtina, estas láminas bloquean posibles intentos de captar imágenes o sonidos desde el exterior mediante drones espía o dispositivos ópticos de largo alcance.
Bonificaciones ambientales y barridos contra micrófonos ocultos: expertos en contramedidas electrónicas revisaron el lugar para descartar la presencia de dispositivos de escucha ocultos. Estas inspecciones se realizaron tanto antes como durante la fase previa al cónclave.
Retiro obligatorio de dispositivos electrónicos: antes de ingresar, a cada cardenal elector se le retirarán los celulares, laptops, relojes inteligentes, iPads y cualquier otro dispositivo con capacidad de conexión. La única comunicación posible será verbal y presencial.
Aislamiento físico de la red informática: el sistema informático usado para coordinar servicios internos estará completamente desconectado de Internet. Además, los servidores fueron reubicados en zonas seguras como la Biblioteca Apostólica Vaticana.