La mañana otoñal en el extremo norte del Río de la Plata resplandece. Es día de semana, las aguas están calmas y, a esa hora, prácticamente no se ven otras embarcaciones. La armonía es total. Mateo Majdalani recorre en lancha, junto con LA NACION, los mismos rincones del río en el que empezó a navegar cuando tenía 8 años y su papá, un aficionado a la náutica, metalúrgico de profesión, lo acercó a la actividad, en el Club Náutico San Isidro.
“El río me da muchísima sensación de libertad”, expresa el regatista olímpico, disfrutando del paseo. Mateo, como timonel, y Eugenia Bosco, como tripulante, quedaron marcados a fuego en París 2024 al obtener la medalla plateada en la clase Nacra 17. Claro que mucho antes de la gloria alcanzada en las aguas del puerto Roucas-Blanc de Marsella en agosto, Majdalani vivió un proceso de embrujo, maduración y estudio en la náutica que tuvo distintos capítulos.
“De chico me fui enganchando y pasando por distintas categorías. Al principio, la libertad de armar tu propio barco y salir a navegar, teniendo que tomar las decisiones por un rato, me atrapó. Y me dio conexión con el medio ambiente y me generó respeto; en la náutica todos tuvieron una mala experiencia con alguna tormenta o un viento fuerte, y a la siguiente vez que vas al río ya no será lo mismo, vas a tomar más precauciones y aprendés un montón”, narra Mateo y se le dibuja una mueca divertida al recordar una anécdota, “algo peligrosa”, que vivió con su amigo Klaus Lange, uno de los hijos de Santiago Lange.
“Con Klaus navegábamos en las categorías juveniles y veníamos acá a navegar después del colegio y no le avisábamos a nadie -recapitula Majdalani-. Y el río, en un día de semana, es como hoy: pasa algún que otro barco y nada más… Un día salimos, se empezó a levantar la tormenta, se nos dio vuelta el barco y se nos rompió el mástil. ¡Es el final! Cuando se te rompe el mástil no hay manera de que el barco siga navegando. Estábamos allá, lejos, no había nadie. Flotamos un buen rato y de casualidad pasó un bote que nos terminó salvando y avisó. Volvimos de noche al club, llegamos y estaban mi viejo y el de Klaus esperándonos, diciéndonos de todo porque no habíamos avisado nada. Hoy lo cuento riéndome, pero en el momento nos pegamos un susto grande”.
Un gran sobresalto en el río
Mateo y su mujer, Paula Gómez Prieto, fueron padres por primera vez en enero pasado, con el nacimiento de Milo. “Me encantaría que heredara la pasión por la náutica; es un deporte muy formativo -reconoce-. No me interesa que compita; si lo quiere hacer, bien. Pero cualquier persona que tenga la experiencia de navegar, aunque sea básica y con amigos, se llevará un lindo recuerdo. Yo siempre necesito el río: siento que vuelvo más tranquilo después de navegar”.
Aquellos que empezaron a navegar en el Río de la Plata lo llaman el “barro”, por su color y características. “Es loco porque todos los que aprendimos en este río tenemos una conexión muy fuerte -asevera Mateo-. Quizás no es el más lindo, pero tiene un montón de dificultades que te hacen mejor navegante. Hay lugares con poca profundidad, entonces te encallás, pero al no ser transparente el agua no sabés dónde es el problema. Apelás mucho a la memoria. Nosotros salimos a navegar y, si bien parece que está todo igual, en la cabeza ya tenemos un mapa. Y otra característica es la variedad: tiene tormentas, el viento pampero, el del sudeste y también días calmos, entonces los que aprendemos acá somos completos, no somos especialistas en una sola condición. Al río se le tiene respeto, porque encima tiene una ola complicada, alta pero muy corta, sobre todo con viento del sudeste. Si le sumás la dificultad de la poca profundidad y que muchas veces te podés quedar varado, es una experiencia fea. Pasás de 100 a 0 en un segundo y probablemente se te rompa algo del barco y te lastimes vos también. Son condimentos que hacen que se le tenga respeto”.
Después de la ilustre experiencia olímpica en París, Majdalani y Bosco volvieron al país y vivieron durante meses en Buenos Aires, algo inusual ya que ambos residen en Valencia. Esa porción de la costa mediterránea es la que eligieron, en 2021, para tratar de perfeccionar sus prácticas y aspirar a la súper elite.
“Durante la pandemia tomamos la decisión de irnos a Europa en una apuesta fuerte para clasificarnos para los Juegos de París. Lo habíamos intentado para Tokio y no lo hicimos. Y en ese momento nuestros resultados no eran lo suficientemente buenos para tener el apoyo de sponsors y del Enard, así que tuvimos que trabajar. Euge en barcos grandes, y yo armé un emprendimiento con un socio y amigo: les facilitamos la logística a los equipos de regatistas del mundo olímpico, exactamente lo que hacemos nosotros. Les trasladamos los barcos y les alquilamos el bote de apoyo, una forma personal de poder trabajar en los mismos eventos en los que iba a competir”, explica Majdalani. Hoy ya cuentan con apoyo del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo y de patrocinadores que les permiten dedicarse cien por cien al entrenamiento.
Y prosigue: “En Valencia tiene mucho valor el mundo de la náutica y también fue por eso que la elegimos. Tenemos una base contratada por la Federación Argentina de Yachting en un club, entonces podemos acceder, hay gimnasio, guardamos el barco y tiene todo lo necesario estructuralmente para entrenar. Las condiciones son buenas, se navega todo el año; el invierno es frío, pero podés navegarlo. Lo que hacemos mucho es invitar a equipos a que se entrenen con nosotros ahí. Y tenemos un grupo de amigos argentinos; la comunidad es enorme. Ahora estamos a full con el pádel; juego cada vez que puedo”.
-Durante estos meses en Argentina, ¿sentiste el reconocimiento por lo logrado en París 2024?
-Sí, sí. La medalla olímpica tiene la capacidad de igualar deportes. Nuestro deporte tiene particularidades a veces difíciles de entender para los que no son de la disciplina, pero una medalla olímpica la entiende cualquiera. Invito a la gente a que se acerque al río. Tenemos una naturaleza pegada a nuestra ciudad que a veces ni la miramos. Me doy tiempo para mirar hacia atrás y recuerdo los Juegos con muchísima alegría, pero no sólo esos días en Marsella, sino todo el proceso. Nos aparecen fotos de las locuras que hicimos para lograrlo, me saca una sonrisa y, al mismo tiempo, me motiva para tratar de repetirlo.
-Encima lograron la medalla en la primera experiencia olímpica, algo inusual.
-Sí, se nos dio. Todos hablan de que es muy difícil ganar una medalla en los primeros Juegos Olímpicos, pero hubo aspectos que lo explicaron. Primero, tuvimos que pasar por un selectivo interno muy duro, contra Santiago Lange y Victoria Travascio, para quedarnos con el cupo argentino, una situación que nos forjó el carácter. Eso era más importante que el Juego Olímpico en sí, porque si no hubiéramos pasado la prueba, nunca habríamos llegado a París. Además, llevábamos muchos años como equipo con Eugenia, habíamos intentado ir a los Juegos de Tokio sin éxito, pero teníamos un ruedo grande y no éramos principiantes.
-¿Cómo hacen para mantener la motivación olímpica teniendo en cuenta que se preparan para un objetivo que es cuatro años después?
-Primero, el desafío grande es clasificarse y mantenerse dentro de los mejores equipos del Nacra 17. Y después hay un condimento que es lo que más me atrapa de este deporte, que es el barco: siempre da la sensación de que uno puede hacerlo navegar mejor y más rápido. Hicimos una reunión para analizar el rendimiento de París y el gran mensaje fue no conformarnos con estar arriba y hacer una nueva batalla contra el barco y el mar. Sabemos que a este barco podemos sacarle más jugo y es lo que me desvela.
Esta semana, Majdalani y Bosco volverán a entrenarse juntos. ¿Cuáles serán sus torneos de la temporada? Tienen previsto actuar en el Campeonato Europeo, en junio, en Tesalónica (Grecia), y en el Mundial de Cagliari (Italia), en octubre.
“Estos meses tuvimos una etapa distinta, un recreo de navegar, con muchas cuestiones personales. Y nos dedicamos mucho a planificar la próxima campaña, hicimos acercamiento a los sponsors y creemos que el próximo será un Juego Olímpico en el que vamos a descubrir menos cosas del barco, se mantendrá igual que en París, pero tendremos que pulir los procesos y tener más precisión en lo que ya sabemos hacer. Pasará por ahí. Vamos a pasar más tiempo en nuestra base, con entrenamientos de calidad y sin volvernos locos por disputar todos los campeonatos del circuito”, describe Majdalani, de 30 años.
Las bondades de la náutica
En Los Ángeles 2028 la competencia de vela será en el océano Pacífico, en la costa de Belmont, Long Beach. “Nunca navegué ahí; sí lo hice en San Francisco, pero no tiene nada que ver. A veces pocos kilómetros hacen una diferencia. Ya estamos estudiando detalladamente el lugar y buscamos sitios que se asemejen en Europa para no tener que viajar hasta allá. Hay un lugar en Portugal que se asemeja un montón; varios especialistas coinciden en eso. Hablamos de un viento más estable. Pareciera que va a pesar más tener un barco rápido y largar bien antes que la inventiva; en Marsella hubo regatas en las que el viento variaba un montón y había diferencias”, se apasiona Majdalani.
-¿Cómo se lee el viento?
-¡Ja! ¡Qué difícil! Nuestra herramienta principal para leerlo es el agua, que nos da señales todo el tiempo. En los lugares más oscuros, donde hay menos brillo, es donde hay más viento. Es lo primero que hacemos: buscar esos lugares, navegar hacia donde está más oscuro. Influye la intensidad y la dirección, que obviamente no se puede ver, pero ahí los otros barcos te ayudan a saber qué está pasando. En una regata miramos a los otros barcos, no solamente porque son nuestros rivales y queremos saber adónde van, sino para saber cómo están reaccionando y tomar la siguiente decisión. Hay una parte de intuición. Las nubes también te pueden ayudar. Nuestro barco es rápido y te exige mucha tensión para llevarlo así, entonces tenemos que tomar decisiones con menos información, porque el tiempo que yo tengo para sacar la atención del barco y mirar hacia afuera es cada vez menor. Hoy hago un conteo de 5 segundos a 0 para avisarle a Eugenia que voy a sacar la cabeza del barco y que esté preparada, giro la cabeza y vuelvo; es todo lo que puedo hacer cuando el barco va rápido (el catamarán alcanza los 52 kilómetros por hora). En ese giro visual saco una foto, vuelvo y tengo que tomar una decisión, mientras que en barcos más tradicionales y lentos hay margen para mirar y tomar decisiones.
-¿Cuáles son los vientos más traicioneros?
-Hay lugares complicadísimos. Donde fueron los Juegos de Río, en la Bahía de Guanabara, es complicadísimo, porque el viento se mete entre los morros y a veces entra por un lado, por el Pan de Azúcar, a veces quiere pasar por otro lado y cambia todo. Después, en cualquier lugar del mundo cuando sopla de tierra, es decir cuando estás en el mar y el viento viene desde la superficie, siempre es un viento sucio. Hay días que sale todo, que entendés el comportamiento del barco y vas con confianza, y otros días en los que cuesta mucho y te tenés que apoyar en la táctica. Estudiamos mucho los lugares, vamos a las sedes con anticipación, leemos toda la información que haya sobre la meteorología. Es un arte.
-Es común asociarse con equipos de otros países para entrenarse, ¿verdad?
-Sí, es totalmente necesario hacerlo. Para París tuvimos alianza con el equipo sueco y el danés. Con los suecos probablemente siga la alianza; ya estamos planificando entrenamientos. Y el danés lamentablemente se retiró, así que estamos buscando el tercer equipo. Así, los entrenamientos tienen dinamismo.
-¿Son ensayos a libro abierto y se muestran las cartas o hay especulación y esconden estrategias?
-Se comparten conocimientos, pero hay cosas que cada equipo mantiene puertas adentro. Hay una parte política en este deporte al compartir y querer que tu rival navegue bien porque mejora tu entrenamiento, pero hay cosas en la puesta a punto del barco que ocultás. Los barcos son todos iguales y fabricados por el mismo astillero, pero cómo uno lo prepara es distinto. Ni el propio diseñador sabe cuál será la manera de navegarlo lo más rápido posible; eso se va descubriendo con las horas de entrenamiento, es un método empírico de prueba y error. Por ejemplo, si los cables que sostienen el mástil los tenso a cierto número, el barco se siente bien; si ajusto los timones de una manera antes de largar, al barco le gusta… son cosas que están contempladas para preparar el barco y cuando te preguntan lo que hacés, das rangos sin tanta precisión (sonríe). ¡Muy Bilardista! La vela olímpica se profesionalizó un montón y son pocos los amigos que tenés en el circuito. Hay gente que vuelve del agua y tapa su barco con la funda de inmediato para que no se pueda acceder a él.
-Al margen del desafío olímpico, ¿cómo proyectás tu carrera como navegante profesional?
-Me gusta pensar en proyectos más allá del Juego Olímpico. Sueño con tener un equipo argentino en el SailGP, el circuito profesional que más crece y que más oportunidades genera a nivel comercial. Es una especie de la Fórmula 1, con franquicias. El talento en la Argentina está, hay mucha gente que sigue la náutica, hay mucha cultura náutica en nuestro país. Hoy mi compromiso está puesto en Los Ángeles 2028, pero eso ayuda a mi otro sueño.
-El año pasado, después de París, tuviste una experiencia inédita en lo personal: cruzar el Atlántico en barco. ¿Cómo fue?
-Hicimos el cruce en un barco de 50 pies, unos 17 metros, en una regata, desde Cabo Verde a Fernando de Noronha. Íbamos cinco personas. Tenía mucha incertidumbre y me encantó. La regata duró siete días. Lo interesante es que nunca para: hay sistemas de guardia, dormís dos horas y media y estás despierto cuatro. Nos agarraron tormentas. Hay una zona que se llaman doldrums, en la que vienen tormentas muy fuertes pero cortas y tenés que estar bien preparado, vienen chubascos fuertes y vientos. Eso es llegando al Ecuador. Estás en el medio del océano, parece que no va a pasar nada y sin embargo pasa. Estaba tan enganchado en la regata que no te da miedo. Éramos cuatro barcos.
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Al margen de la euforia y la satisfacción por el impulso olímpico, el deporte nacional se estremeció en enero pasado cuando Bosco denunció por abuso sexual a Leandro Tulia, su exentrenador de Optimist, la clase formativa de vela y en la cual estuvo bajo su guía entre los 11 y 12 años. Después de la confesión de Eugenia en LA NACION se sumaron otras denuncias contra el entrenador y, desde marzo, se confirmó la prisión preventiva para Tulia.
¿Cómo vivió Majdalani, como compañero de Eugenia, todo ese calvario?
“Lo que pasó con Euge y su denuncia me genera dos cosas. Por un lado, muchísima indignación y tristeza; diría que hasta bronca por lo que tuvo que pasar ella y lo que pasaron muchos otros chicos. Por otro lado, me genera admiración que ella lo haya podido hablar, que lo haya podido denunciar y el efecto que está generando, porque son muchos los clubes que están tomando medidas, mucha gente está tomando conciencia sobre esta problemática y todo eso se genera a raíz de un acto de mucha valentía de ella”, dice Mateo.
Y avanza: “Como amigo de Euge, porque ya a esta altura mi único rol es ser amigo de ella, llevamos muchos años trabajando juntos, me genera admiración. Es feo decirlo, pero probablemente esté mejor ahora que lo pudo decir a diferencia de todos los años en los que no lo pudo comunicar. Estoy seguro de que haberlo expresado hizo que fuera todo para mejor, no sólo para las siguientes generaciones, sino para ella personalmente”.
-¿Cómo reaccionaste la primera vez que Eugenia te contó, en la intimidad, este hecho?
-La verdad que no sabía ni qué decirle. Es una persona (Tulia) que también fue entrenador mío cuando yo era muy chico, cuando tenía diez u once años; no tuve ninguna situación parecida, pero la verdad es que me pregunté si lo podría haber detectado en ese momento. Empezás a revisar un montón de situaciones que tuviste y me dio mucha tristeza por Euge que haya tenido que pasar por eso, que se lo haya tenido que guardar y pasaron unos quince años desde que ocurrió. Lo único que me nació fue apoyarla en todo lo que estaba haciendo, ni siquiera tuve que aconsejarla, porque está con un aplomo y un poder de decisión que es asombroso y lo único que le puedo decir es que la banco en todo lo que está haciendo y que piense en todas las personas a las que está ayudando cuando se le pone difícil, que seguramente debe haber muchas etapas, incluso post declaración, que deben ser muy difíciles.
-¿Te llamo la atención lo que pasó?
-La verdad es que… te tendría que decir que sí y no. (Tulia) era una persona muy involucrada con sus alumnos. Yo fui entrenado por él en el marco de un campeonato mundial. Cuando te clasificás a un Mundial se asigna un entrenador nacional para el equipo que se clasifica, suelen ser períodos de entrenamiento cortos y en el cual la relación nunca llega a ser tan profunda como con tu entrenador del club, con quien realmente trabajás todo el tiempo. Había ciertas actitudes de él que me llamaban muchísimo la atención, pero nunca se me había ocurrido. Ahora, mirando para atrás, hay ciertas luces amarillas que me resaltan y digo: ‘Mirá, esto al final no era tan normal’. Yo era muy chico para detectarlo, pero había ciertas actitudes de él que llamaban la atención.
“Indignación y tristeza, pero admiración por su valentía”
-¿Que se haya conocido el caso de Eugenia es un llamado de atención para toda la comunidad de la náutica?
-Totalmente: hay un montón de gente aprendiendo de esto. En lo primero que uno piensa es en los padres. Uno confía en un club y es normal que se deje a los chicos. Todos en el Optimist dejan a sus chicos a las 8 de la mañana y los van a buscar a las 4 de la tarde. Y en el caso de Eugenia, que era del interior (de San Pedro), llegaba el viernes a la noche y se volvía el domingo a la noche. Es una práctica normal en nuestro deporte. Eso debe involucrar a los clubes y a la supervisión que hay de las autoridades a los entrenadores y creo que hoy está habiendo muchísimo efecto en ese sentido. Me contactaron del club Náutico San Isidro y de otros clubes que ya tienen protocolos en marcha, pero que los están revisando y básicamente poniendo más atención en algo que ahora se mostró públicamente y que es una problemática y que hay que atacarla.
-¿Cómo la encontrás a Eugenia tras la denuncia?
-De la manera en la que se está manejando Euge es algo súper personal, pero yo no le cambiaría una coma a cómo se está expresando. En la entrevista en LA NACION está con un aplomo impresionante y no tengo ni idea cómo se sentiría estar en esa posición. Lo único que me nace es apoyarla y decirle que le está haciendo un bien a un montón de personas. Obviamente la noto dolida, tiene días mejores y peores. Está en España junto con su novio, muy contenida y en una situación personal muy buena que la ayuda a decir esto. Está pasando por momentos difíciles de imaginar, pero la noto muy fuerte.