Se piden US$40 millones por un dúplex de 1350 metros cuadrados con el living más grande de Nueva York con 280 m². Eso es lo que piden los actuales propietarios de esta auténtica joya de la corona inmobiliaria neoyorquina, el penthouse del edificio One Hundred Barclay.
Puede parecer un precio poco menos que obsceno (un comentarista en redes sociales dice que “habría que estar loco para pagar una auténtica fortuna por el privilegio de tardar un cuarto de hora en llegar a tu propio baño”), pero habría que precisar que se trata de uno de los áticos más espaciosos de Manhattan, ofrece magníficas vistas de la ciudad y está en la cima de un rascacielos muy emblemático, una joya art déco en la encrucijada entre el distrito financiero y el vecindario de moda.
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Basta con ver este tour virtual para hacerse una idea. Sus propietarios lo describen como “una mansión que supone el perfecto lienzo para hacer realidad la casa de tus sueños”.
La mayoría de los que acuden al barrio de Tribeca, al oeste de Manhattan, lo hacen atraídos por su alta densidad de residentes ilustres, de Robert de Niro a Scarlett Johansson, pasando por Meg Ryan, Beyoncé, Heather Graham, Leo DiCaprio, Justin Timberlake, Jennifer Lawrence, Mariah Carey, Ryan Reynolds o Meryl Streep.
Casi todos ellos viven en exclusivas comunidades de acceso muy restringido, pero frecuentan, al parecer, los cafés, restaurantes y galerías de arte del barrio. Entre los recién llegados, Harry Styles, Taylor Swift, Jake Gyllenhaal o el piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton, propietario de un ático de US$51 millones de dólares en uno de los edificios más emblemáticos de Tribeca, el número 443 de Greenwich Street.
El barrio de moda
Tribeca, tal y como explicaba hace unos años Robert de Niro, es el barrio que se puso de moda cuando el Soho y Little Italy murieron de éxito. Más allá del turismo, presenta atractivos como su festival de cine, su parque fluvial a orillas del Hudson (Pier 25, el mejor lugar de Nueva York para jugar a voleibol con mochileros australianos), la célebre cabaña irlandesa de la esquina de Vesey Street, el cuartel de bomberos que inmortalizó la película Cazafantasmas o los veleros turísticos que surcan el río cargados de ostras y champán.
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Tribeca, además, ofrece un formidable parque de excelencia arquitectónica al aire libre, con edificios como el Woolworth, la iglesia neoclásica de San Pedro o el coqueto rascacielos high-tech del número 56 de la calle Leonard, ganador de un premio Pritzker. Mención aparte merece una de las joyas semiocultas del barrio, el One Hundred Barclay, uno de los primeros rascacielos art déco del planeta, diseñado por Ralph Thomas Walker e inaugurado en 1927.
De Walker, un neoyorquino de adopción nacido en Connecticut en 1889, sabemos que Frank Lloyd Wright lo consideraba “el único arquitecto honesto de América”, el único que fue capaz de “comprometerse con el futuro sin prostituirse en el presente”.
Un recorrido por la obra de este pionero de la construcción de altura nos llevaría a recorrer Nueva York de punta a punta, empezando por los cuarteles del Ejército de Salvación en Chelsea y acabando en el número 32 de la Avenida de las Américas.
Visionario a sueldo de los barones de la industria y las grandes fortunas hereditarias, Walker fue esparciendo por la ciudad pulcras y rotundas fachadas de una estética entre historicista y fabril. A Wright le entusiasmaban su ambiciosa austeridad y su palpable desprecio a los gustos convencionales.
Pero su obra maestra es el One Hundred, también conocido como edificio Barclay-Vesey (por el par de calles que forman la esquina en que se eleva), el Verizon o la sede de la antigua Compañía de Teléfonos de Nueva York.
Cuando fue construido, el art déco era aún un estilo incipiente con el que la crítica internacional no se había familiarizado aún. Así que las revistas de arquitectura optaron por describir esta original mole de granito y ladrillo como una pirámide maya modernista o un ejemplo de modernismo vertical. Para Walker, fue la niña de sus ojos, el primer gran edificio del que se hizo cargo en solitario, tras años creciendo a la sombra de los socios del estudio McKenzie, Voorhees & Gmelin.
Pirámides en Manhattan
Su estructura escalonada fue un creativo intento de adaptarse a una normativa municipal, vigente en Nueva York desde 1916, que prohibía construir edificios completamente verticales de más de 20 pisos para que no impidiesen que el aire y la luz llegasen a las veredas, pero con el tiempo se convertiría en una de las características más reconocibles de los rascacielos art déco. Walker se inspiró en las pirámides escalonadas de Yucatán, pero también en la arquitectura centroeuropea de la época, lo que daba a la obra, en su opinión, un estilo “alpino”.
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Una pirámide sobre una montaña centroeuropea en el corazón del Nueva York más rutilante y corporativo. Eso pretendía ser el edificio que acabaría convirtiéndose en heraldo del nuevo estilo. Los escultores John De Cesare y Ulysses Ricci se encargaron de enriquecer y ornamentar la fachada con ovas, dardos, hojas de acanto y demás motivos muy del gusto de la época.
En palabras de una página especializada, el edificio causó sensación en su día, “fue muy publicitado y cautivó la imaginación de sus contemporáneos neoyorquinos”. Además, “animó a otros arquitectos a hacer uso de formas arquitectónicas similares.
Tuvo tanto éxito, que Ralph Walker fue invitado a convertirse en socio principal de su estudio, junto a Voorhees y Gmelin”. Así arrancaba una carrera que “se basó siempre en parámetros muy similares, aunque con un nivel de adorno cada vez superior”, renunciando gradualmente a la austera belleza de su pirámide alpina.
Tras décadas albergando oficinas, el edificio de 32 pisos, vecino del World Trade Center, sufrió serios desperfectos durante los ataques del 11 de septiembre. Restaurado entre 2001 y 2004 por un importe que superó los US$1400 millones, acabó parcialmente transformado en comunidad residencial de lujo en 2016.
Estos días, el ático del edificio vuelve a estar a la venta. Ya fue publicitado, a un precio incluso superior al actual, en 2019, poco después de completada la transformación en condominio de las antiguas oficinas. Por entonces, se destacaba que el departamento era “un inmenso y magnífico” libro en blanco para escribir en él sueños de confort y opulencia, con un living de 280 m², techos altos, fastuosos ventanales en arco, vistas de la ribera del Hudson a la estatua de la Libertad y gran parte del skyline neoyorquino, una enorme cocina gourmet con despensa y bodega. En esta última, como detalle complementario, los compradores encontrarán una completa elección de 630 botellas de vino premium.
Los promotores añaden que se trata de un espacio idóneo para celebraciones corporativas o muestras de arte. La alternativa es, por supuesto, que alguno de los ilustres y adinerados residentes de Tribeca (Taylor, Scarlett, Ryan…) decida mudarse al ático del número 100 de la calle Barclay.