LOCAL/cito: la decadencia del conurbano narrada por un negocio de galerías

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Autoría y dirección: María Figueras. Elenco: Aymará Abramovich, Ezequiel Baquero, Agustín Daulte, Miguel Ferrería, Mercedes Moltedo y Malena Resino. Voz en off: Rafael Spregelburd. Escenografía y vestuario: Gabriella Gerdelics. Luces: Matías Sendón. Colaborador artístico y diseño físico: Pablo Castronovo. Asesoramiento musical: Fernando Sayago. Sala: Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Funciones: sábados, a las 22. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: Excelente.

 ¿Quién no quiere irse a un lugar que no duela? pregunta el subtítulo de LOCAL/cito y la respuesta es obvia pero no fácil de cumplir. Hubo una vez, no hace tanto ni tan lejos, una ilusión de clase media hecha realidad, la de la casita con jardín a la que se volvía a respirar después del trabajo, el ruido y el humo; la de la comunidad de vecinos con identidad propia. Nadie imaginaba que años más tarde, cuando los noventa arrasaron, el Gran Buenos Aires mutaría a “conurbano”, esa tierra “peligrosa” adonde nadie quiere ir, ese estigma avergonzado de su deterioro.

De familia de artistas, la conocida actriz María Figueras (ganó un premio ACE en 2014 por El luto le sienta a Electra, dirigida por Robert Sturúa) es la autora y directora de esta obra. Casi podría decirse que es su debut como dramaturga, salvo por una experiencia durante la pandemia cuando fue una de las ganadoras del concurso Nuestro teatro para el Cervantes online con Al oeste del amor. Figueras creció en Avellaneda, del lado bonaerense del Riachuelo, un dato sustancial para entender porqué LOCAL/cito no es una aproximación pintoresca a la frontera de la civilización sino una mirada poética al hueso de un dolor, de una pérdida escurrida entre los dedos.

LOCAL/cito, la decadencia narrada desde una antigua galería comercial del conurbano

El gran acierto es la platea preferencial desde donde elige contarlo: la decadencia de las galerías comerciales, que brillaban en los setenta pero sufrieron un cuchillazo mortal en los noventa con los altos shoppings, para continuar desangrándose hasta hoy con mal o peor suerte. En ese tobogán irreversible, está Localcito, el narrador omnipresente, el pequeño local donde anidó el proyecto de Olga y Alekséi, un matrimonio de artistas que se adueñó, gracias a la Lotería, de ese espacio, puso una librería escolar y crió a dos hijos, Iván y Katia. Pero Olga enviudó, perdió la casa y tuvo que mudarse con sus hijos al negocio que ya no era librería sino un rejunte de cajas y muebles desvencijados.

En vísperas de Navidad, una ola polar convierte al verano de Buenos Aires en helada estepa rusa, acorde a los nombres de esta familia que nos recuerda el universo chejoviano, muy transitado por Figueras como actriz. Por la radio, pasan The Köln Concert, de Keith Jarrett (el locutor es Rafael Spregelburd), y Localcito (Miguel Ferrería) baila mientras se presenta al público y les cuenta sobre la familia a la que su destino está unido. El lugar parece un desván donde se amontonan cosas inservibles pero Localcito es amoroso, inocente, esperanzado como un nene que confía en sus padres. Conoce todos los detalles familiares pero ningún humano puede verlo ni escucharlo, salvo Olga (Aymará Abramovich) mientras sueña, adormilada por unas gotas adictivas que la sacan un rato de la frustración. Es que el panorama tiene poco de alentador.

LOCAL/cito

Quizás Iván (Agustín Daulte), si se recibiera de contador, podría dar una buena noticia. Katia (Malena Resino) es repositora, igual que su madre, en el shopping de al lado que además, “con sus bríos”, quiere apropiarse de Localcito a cambio de un departamento. Los representantes del shopping son Walter (Ezequiel Baquero) y Gladys (Mercedes Moltedo), extraños invasores de Localcito que los rechaza pero es impotente ante las leyes humanas.

Magia onírica

Cuando Olga y Localcito se encuentran a solas son un pequeño paraíso que se recorta del nubarrón de la derrota. La emoción desborda como la primera vez del amor. De fondo, ya no está Keith Jarrett sino El lago de los cisnes, de Chaikovski, y Olga improvisa unos pasos de danza, estallada de alegría en brazos de Localcito, muy sorprendido por el contacto. El erotismo entra como aliento de vida entre esos dos “seres” sin futuro, de golpe renacidos. Con actuaciones tan precisas como queribles de todo el elenco, la magia onírica que crean en escena Abramovich (actriz y bailarina) y Ferrería (también pueden verlo en Escorpio, de Julieta Otero) es, será, inolvidable.

“¿Quién puede no llorar con semejante belleza?”, dice Olga como mantra, cada vez que necesita un recuerdo para resistir. Eso le dijo su marido cuando jóvenes, tal vez al verla luminosa, tal vez por el Köln Concert que por primera vez escuchaban. Y quién podría no llorar ante un sueño, que se soñó bello y terminó roto.