Patti Smith: un nuevo aliento a esas otras formas de entender la vida

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Autoría y dirección: Patricio Abadi. Intérprete: Ivana Zacharski. Vestuario: Ariel Gigena. Luces: Ricardo Sica. Espacio: P. Abadi y Ariel Vaccaro. Multimedia y audiovisuales: Demián Ledesma Becerra. Movimientos: Jazmín Titiunik. Selección musical: P. Abadi, Gaspar Carvajal y D. Ledesma Becerra. Sala: El Excéntrico de la 18° (Lerma 420). Funciones: Sábados, a las 22.30. Duración: 55 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

El unipersonal Patti Smith es la tercera “biografía ficcionada” escrita y dirigida por Patricio Abadi. La primera fue Frida Kahlo (2016), seguida por Bonus track (2018, sobre el cantante de Os Paralamas, Hebert Vianna, que interpretó el mismo Abadi). Si bien se basan en materiales reales y datos comprobables, la selección y combinatoria de estos elementos están intervenidos por la mirada del autor y su búsqueda poética.

El foco no está en la carrera de esta artista multidisciplinaria, nacida en Chicago en 1946, la “poeta del punk”, icono del rock, del feminismo y de la libertad creativa en cualquier formato. La gloriosa banda sonora que sostiene toda la obra incluye algunos de sus temas (“Helpless”, “Trampin’”, “Looking for you” y “People have the power”) pero no es el seguimiento de sus “grandes éxitos” lo que está en primer lugar sino un recorte especial, la marca en el origen que la acompañará por siempre: su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, que comenzó en 1967 en Nueva York, primero como pareja y después, y hasta el final, como amigos y cómplices artísticos.

Un autorretrato de Mapplethorpe (en blanco y negro y de gran formato como es su estilo), proyectado sobre la pared, es lo primero que ve el público al ingresar. Sentada, encogida a los pies de la foto, está Patti Smith, interpretada por Ivana Zacharski de un modo alucinante, no sólo por el parecido físico sino porque emana una profunda empatía con su personaje. Al incorporarse y frente al micrófono, presenta al público de qué va la ceremonia: es 9 de marzo de 1989, ha muerto su amigo y ella lo velará hasta que sus restos se conviertan en una estrella azul como mutuamente se lo habían prometido.

Ivana Zacharski en el unipersonal Patti Smith, escrito y dirigido por Patricio Abadi, acerca de la cantante y poeta nacida en Chicago en 1946

La obra entonces se construye como un réquiem performático al amigo/ amor perdido y, a través de ese vínculo, la celebración de un momento histórico de ebullición de la contracultura, con Allen Ginsberg y Andy Warhol a la cabeza, momento de rebeldía joven detrás del lisérgico sueño de una vida por y para el arte. Patti/ Zacharski cuenta sobre los primeros pasos en la adolescencia, cuando quería ser Rimbaud, el embarazo sorpresivo que intentó interrumpir en un lugar clandestino, la violencia hospitalaria, la entrega del bebé en adopción y, por fin, la luz al encontrarse con Robert.

La fuente que consultó Abadi sobre esta relación viene de primera mano: es el libro Éramos unos niños (publicado en 2010), donde Patti estampa la biografía de esta amistad. También el autor y director se basó en documentales sobre la figura de Mapplethorpe y sobre el mítico hotel de los artistas, el Chelsea Hotel, donde vivió un tiempo la pareja.

La actriz baila, salta, se tira agua en la cabeza, se queda en corpiño, se abraza a las imágenes de Robert, cita sus palabras cuando él “sale del closet” y cuenta sus maratones sexuales, narra el poema “Cadáveres”, del argentino Néstor Perlongher, escrito durante la dictadura, y lo compara con “Aullido”, el fundacional poema de Ginsberg, publicado en 1956. Obviamente, que Patti considere que ambas creaciones, lejanas en tiempo y lugar están unidas es una muy verosímil y poética hipótesis de Abadi, que resuena agigantada en la voz de la intérprete.

Patti Smith, la obra, levanta vuelo sobre la rutina y sus neurosis al darle nuevo aliento a aquella otra forma de entender la vida. No juzga ni compara pero algo añora de esa magia que Patti y Robert encarnan. Con esa sensación, mientras suena “Knockin’ on Heaven’s Door”, de Bob Dylan, se sale del teatro, sensación de algo perdido pero no muerto y que siempre puede volver a invocarse.