Primero lo saluda el churrero, después una paciente que hace fila en la guardia y finalmente una de las enfermeras del hospital. Lo que pasa con Fabián Grillo en pocos minutos sobre la vereda de ingreso al Ramos Mejía es el reflejo de un sentimiento compartido por muchos: todos quieren desearle fuerzas y saber cómo está Pablo, su hijo fotógrafo, malherido por un proyectil criminal disparado por un gendarme. Están por cumplirse casi 20 días de aquella represión salvaje frente al Congreso . La situación de Pablo, cuenta, sigue siendo grave pese a los pequeños indicios de mejora, que para él lo son todo. “Ella –dice señalando a la enfermera– es la que nos avisó que Pablo ya estaba hablando, la semana pasada. Ese día me dijo «Hola, viejo» y para mí fue como renacer”, comenta Fabián.
La conversación también gira en torno a la política represiva de Patricia Bullrich y a la denuncia penal que presentó contra las fuerzas de Seguridad. “Queremos justicia. Que paguen los autores materiales, pero también toda la cadena de mando, del primero al último. Esto se tiene que terminar: necesitamos un Nunca Más de la represión y la mentira”, explica.
Además, Fabián cuenta la historia familiar de los Grillo, marcada por la militancia, el arte y la lucha obrera: su padre, el abuelo de Pablo, fue preso político de Arturo Frondizi durante una huelga ferroviaria, en 1961, antes de dedicarse al teatro, que lo llevó de gira por varios países de Europa. “Pablo es una mezcla de todo eso”, dice.
—¿Cuál es el estado de salud de Pablo casi 20 días después de la represión?
—Los médicos, yo les digo los magos, le salvaron la vida aquella noche. Desde entonces sigue en terapia intensiva. Teniendo en cuenta ese marco, hubo síntomas alentadores, digamos. Mueve las piernas, las manos, ve, escucha. También habla, aunque en monosílabos, despacito. Yo lo que noto es que está apareciendo él. Su voz, sus gestos. Pero lo que nos plantean los médicos es que el daño es grande. Y dentro de lo que es un daño grande, su cerebro es joven, sano, por lo tanto las perspectivas de recuperación son buenas, aunque los tiempos son impredecibles. En esta etapa, lo que más preocupa a los médicos es el tema de la posibilidad de infección. Por momentos levanta un poquito de fiebre, por momentos no. Esto es día a día.
—¿Cómo es ese día a día?
—Llego al hospital cerca de las 10 de la mañana y me quedo todo el día. Tenemos una hora por día para verlo, más o menos. Una hora para la familia y también para los que lo vienen a visitar. Que tratamos de que sean pocos, porque… hay dos problemas. Uno, lo emotivo para él: por ahí viene alguien que hace 20 años que no lo ve y quiere entrar y… bueno, cuidamos eso. Y por otro lado, el tema de que mucha gente trae muchos bichos. Después de la visita está el informe de terapia. Y ahí nos quedamos charlando con los médicos. La gente acá en el hospital es fantástica. Yo trato de destacar siempre al hospital público. Mi hijo trabaja en un hospital público, en el Evita de Lanús, donde también trabajó su madre.
—El otro día dijiste que le ibas a poner música. ¿Qué le pusiste?
—Le conseguí un MP3 chiquito que trajo un conocido. Tenía temas de Charly García, Divididos, algo de reggae, murga, hasta Bach, que también le gusta. Él toca la armónica. Tocaba el piano en una época, pero como el piano es grande y a él le gusta andar de joda por ahí, no es una herramienta cómoda para transportar (risas).
—Lo primero que le escuchaste decir en la internación fue “Hola, viejo”. ¿Cómo fue?
—Sí, fue lo primero. Nos avisó la enfermera, antes de la visita. Se nos acercó y nos dijo “éste habla ya, saludalo”. Y ahí dijo “Hola, viejo”. Fue un renacer. Igual me costó responderle algo. Trato de mantenerme entero, de no agregarle drama a la situación. Por ejemplo, yo antes traía remeras con inscripciones de Pablo, pero ahora ando solo con este cartelito de La Garganta Poderosa que me saco antes de entrar, por las dudas. Porque no sabemos qué sabe él y qué no. Suponemos que no sabe qué fue lo que pasó en la marcha. Nos recomendaron que vayamos informando la verdad a medida que él lo requiera.
—Ese cartel de La Poderosa es del 24 de marzo. Estuviste en la marcha y los organismos te invitaron al escenario. ¿Cómo lo viviste?
—Bien, creo no haberme perdido nunca una marcha del 24, pero este año me avisó Victoria Montenegro que Estela (De Carlotto) me quería conocer, así que estuve en el palco. Yo igual siempre contesto lo mismo… Que para esas cosas depende del momento. Si estoy bien, voy. Y trato de mantenerme firme, no me queda otra. De hecho, no me gusta la exposición. Al principio ni siquiera quería hablar con los medios, fueron las mentiras que dijo Patricia Bullrich sobre Pablo las que me motivaron a hablar, no podía creer lo que estaba escuchando mientras él peleaba por su vida. Puras turradas.
—¿Cómo fue ese miércoles a la tarde noche, cuando te enteraste de lo que pasó?
—Me llamó Jorgito, un amigo de Pablo que estaba con él en la marcha, que es como su asistente. Me dijo: “Venite ya, que está Pablo acá en el Ramos”. No me dio más detalles.
—¿No habías visto las noticias, las fotos, los videos?
—Yo no sabía nada. De hecho, yo estaba en la marcha, por Avenida Mayo, cuando recibo la llamada de Jorgito. Mi señora le mandaba mensajes a Pablo y no respondía. Eso me enteré camino al hospital. Ahí me preocupé. Después, se me vino el mundo bajo. La primera información de los médicos era… como que ya estaba. Lo notaba en su gesticulación. Esa noche fue de terror.
—¿Qué sentiste cuando Bullrich justificó la represión diciendo que Pablo “es militante kirchnerista”?
—Me sacó, me puso loco. Primero, Bullrich casi que justificó que te pueden matar por salir a protestar o porque sos militante. Él fue a la marcha como fotoperiodista, pero igual, aunque hubiese ido envuelto en una bandera de tal o cual organización tampoco tenían derecho a dañarlo. Yo tengo 64 años, cumplo 65 en octubre. Viví parte de mi vida en dictadura. Ese tipo de discursos me llevan a ese tiempo. Después, ella mintió mucho sobre Pablo. Dijo que mi hijo trabaja con (el intendente) Julián Álvarez en Lanús, y eso es una vil mentira. Y finalmente siguió mintiendo cuando dijo que el proyectil que le tiraron no fue directo, que rebotó… cuando todas las fotos y las imágenes de los videos y los peritos dicen exactamente lo contrario. Me resulta increíble que pueda mentir tan alegremente habiendo tanta evidencia.
—Ya pasaron casi 20 días desde la represión. En este tiempo, ¿te llamó alguien del Gobierno?
—Jamás. Nadie me llamó. Nadie. El Gobierno dice que yo rompí el vínculo, pero es otra mentira. No se puede romper un vínculo que nunca existió.
—En ese marco, presentaste una denuncia penal contra los autores materiales. ¿Van a ir también por los intelectuales?
—Por supuesto. No sólo contra los que tiraron, sino contra los que dieron la orden. Hay una cadena de mando que llega hasta los responsables políticos. Pedimos a la jueza que resguarde las medidas de prueba que presentamos y entendemos que la causa en algo se está empezando a mover. Queremos hacer justicia por Pablo y también quisiéramos que haya un nuevo Nunca Más a la represión, a la violencia, a las mentiras. Si mintieron con Pablo, en un caso en el que prácticamente todo lo que le pasó está filmado y hasta se transmitió en todos los canales… no me quiero imaginar qué son capaces de hacer en otro tipo de represiones, en otros puntos del país más lejanos.
—Esas pruebas, ¿confirman que el disparo fue a matar?
—Sin duda. Es un modus operandi. Fuerzas de seguridad utilizando armas no letales en forma letal. Y no es la primera vez que pasa. Ya lo hicieron con Fuentealba, por ejemplo.
—¿Qué encontraron en la cámara de Pablo?
—En las fotos que tomó de los hechos apenas se llega a visualizar algo entre el humo de los gases, el cordón policial a lo lejos, pero no mucho más. Y hay otras fotos que quisiera que las tengan sus compañeros de ARGRA.
—Hablando de Pablo y la fotografía. ¿Recordás de dónde le viene el oficio?
—Bueno, en casa siempre hubo una cámara. A mi me gustaba mucho sacar fotos, a pesar de que tengo un leve dicromatismo. Recuerdo que empezó a estudiar fotografía hace ya diez años. Antes, estudió Diseño Industrial, en la Universidad de Lanús. Él siempre tuvo afinidad y gusto por el dibujo. Porque además de lo artístico, le gusta lo técnico también. Pero él estaba siempre peleado con el perfil del diseñador industrial. No quería hacer cohetes espaciales, quería hacer cosas útiles para la gente.
—¿Cuánto de esa veta artística y militante vino de familia?
—Mi viejo, el abuelo de Pablo, es actor, fue director de teatro y dramaturgo. Estuvo muchos años en Europa. Antes había sido ferroviario, de joven. En esa época, creo que en el año 1961, participó de una huelga ferroviaria y cayó preso en el marco del plan CONINTES. Él era muy joven: me cuentan que me llevaba a mí a las reuniones del gremio siendo yo un bebé, y que me tuvo en andas Alberto Palacios. Casualmente, mi suegro también estuvo en cana en el mismo momento. El viento los amontona, como dicen. Pablo heredó todo ese espíritu trashumante y comprometido, sin dudas.
—¿Discutían de política?
—Por supuesto. Más allá que los dos tenemos una mirada muy similar, los dos somos kirchneristas, peronistas más bien de izquierda, él es muy de ir al frente, intransigente, y yo soy más de las alianzas, más componedor, así que cada tanto discutíamos. Además, si a él no le gusta tu bigote, viene y te lo dice, no le importa nada (risas). Cuando yo era joven era así también, pero con los años me fui calmando… reconozco esa actitud en Pablo, de ir siempre al choque como propia.
—¿Qué te gustaría que pase a partir de ahora en más, a partir de lo que le pasó a Pablo?
—Lo primero es que salgamos de ésta. Y después, por supuesto, que las cosas cambien. No hay gobierno malo como éste que dure para siempre. Y por más que no crea mucho en este Poder Judicial, quiero justicia.