“Se los tragó la selva”, concluye La Vorágine, la centenaria novela de José Eustasio Rivera que llevó los ojos de una muy caribe y andina Colombia a su extensa Amazonía. Los humanos, minúsculos frente al poder de una naturaleza exuberante y todopoderosa, han avanzado en estas décadas en su explotación de la extensa cuenca del río Amazonas, el más caudaloso del mundo, pero se siguen enfrentando a enormes problemas. Para controlar los que producen ellos mismos, como la deforestación, la minería ilegal o el tráfico de especies, ahora usan la tecnología. Los drones y satélites se han convertido en las herramientas clave para ello.
La Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), uno de los tanques de pensamiento más relevantes y reconocidos sobre la región, lleva décadas usando sobrevuelos en avioneta para revisar el estado de la selva. “Son una herramienta para hacer el monitoreo, pero hay otras herramientas para identificar dónde se concentran las cabezas de ganado o dónde se abren las vías”, explica Alejandra Gómez, la ingeniera catastral que coordina los sistemas de información geográfica en la oenegé. Surcada de ríos que sirven de comunicación desde que el hombre llegó a ella, el aire se ha convertido en el otro gran vehículo de conocimiento y transporte —a veces con accidentes como el que dejó a cuatro niños indígenas perdidos durante 40 días, en 2023, en una aventura que paralizó no solo a Colombia y a los países amazónicos, sino al mundo entero―.
Además de esos riesgos, los aviones son costosos de operar y tienen capacidades limitadas de acción. Por eso los satélites son un elemento esencial para monitorear la Amazonía, y hacerlo prácticamente en tiempo real. “Al monitorear, queremos lograr que se mantenga todo un ecosistema”, explica Gómez. Se les puede revisar en plataformas como Global Forest Watch, una iniciativa de la oenegé global Instituto Mundial de Recursos (WRI, por sus siglas en inglés) que utiliza datos de satélites de la NSA, Google o el Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonía, una oenegé brasilera con sede en Belém de Pará. Justamente en ese país, el que tiene la mayor extensión de la Amazonía, el estatal proyecto Prodes monitorea la selva amazónica por satélites desde 1988, y es el responsable del dato oficial de deforestación anual.

Otro ejemplo es el de MAAP (Monitoring of the Andes Amazon Program), un programa de la alianza Amazon Conservation que hace monitoreo permanente a toda la Amazonía, un área similar a todos los Estados Unidos continentales. Con financiación de operación internacional y aliados locales como los institutos Igarape y Centro Vida de Brasil, la FCDS en Colombia, Ecociencia en Ecuador o la Federación nativa del río Madre de Dios y afluentes en Perú, MAAP reporta de forma periódica sobre diversos problemas para la región, desde el aumento de la frontera agraria hasta la construcción de vías, que sirven como ejes de la degradación ambiental.
Justamente, MAAP combina las imágenes satelitales con otras fuentes de información, como drones, radares o algoritmos de análisis, para precisar los puntos de mayor pérdida de la selva, así como la legalidad de ese fenómeno. De estas tecnologías, la que tiene más utilidad en el terreno son los drones, que complementan los datos tomados desde el espacio exterior con imágenes más detalladas, en zonas de muy difícil acceso. Por su movilidad y fácil despliegue, también son útiles para identificar especies vegetales o animales, o para apoyar a las comunidades indígenas en la protección de sus territorios. Se trata de una estrategia que ya ha sido probada, por ejemplo, en Ucayali, al oriente de la Amazonía peruana, donde la comunidad shipiba de Nuevo Saposoa (Perú) los ha utilizado para detener la tala ilegal.
Incluso sumando drones, la extensión a monitorear es muy extensa. Revisar variables climáticas como las precipitaciones, actividades humanas como la apertura de vías, o realidades biológicas como la extensión de especies demanda muchos recursos. Por eso, explica Gómez, la inteligencia artificial les sirve para lograr datos más precisos y obtenerlos de forma más rápida. El apoyo de los algoritmos permite detectar patrones, cambios o anomalías, que luego revisan los expertos para comprobar o desechar la hipótesis.
Sin embargo, todas las tecnologías tienen límites. Las imágenes satelitales, por ejemplo, se ven afectadas por la nubosidad, que en ocasiones se mantiene por semanas o meses en algunas zonas. “En Colombia no se utilizan drones por los problemas de seguridad”, señala Gómez, la ingeniera de la FCDS. En un país con un conflicto armado cada vez más extenso e intenso, esas herramientas se han empezado a usar como armas de guerra, lo que dificulta su manejo para otros fines. Por eso el uso de diferentes tecnologías, pero también por eso se hace indispensable trabajar de la mano de las comunidades locales.