La doctrina del miedo en la música: te estás portando mal, serás castigada

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¿Los artistas tienen miedo a decir lo que piensan? En Argentina, la canción popular estuvo cercana a la política de maneras íntimas a lo largo de su historia. El tango era explícito. No hace falta citar, pero acá va una obvia: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor / Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador / Todo es igual, nada es mejor / ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!). Si “Cambalache” parece una protesta sutil, poco de eso se le puede señalar al folclore de los ’60, da igual si hablamos del de la criolla o el charango, el norteño o el litoraleño, porque supo ser militante desde la raíz: las vaquitas son ajenas de Atahualpa Yupanqui es un manifiesto tan actual y poderoso como el que publicó el grupo Nuevo Cancionero, con Mercedes Sosa a la cabeza. Y si de rock se trata, hay un camino indivisible con la historia sociopolítica de este país que une a Charly García con Las Manos de Filippi y Dillom.

Si fue la guitarra eléctrica la que despertó al joven rebelde a fines de los 60 y el movimiento de esa pelvis el que encendió (de verdad) a esa manía sin la cual el “and roll” no existiría, fue la cultura rock la responsable de una identidad cultural contestataria y desobediente. Esa primera juventud –artística y militante– atravesó dictadura, censura y exilio, fue declarada “subversiva”, y formó la resistencia (Charly le dijo en 1990 a Miguel Grinberg que “tener un enemigo y defenderte de él te hace funcionar el bocho”). No hay que olvidar que, en 2024, el del bigote bicolor nos advirtió en La lógica del escorpión: “Grita, agita, no seas como los demás, ¡rompelo!”. ¿Acaso le está diciendo a las nuevas generaciones, a los convivientes con el celular, que salgan de su letargo?

Cumplido el primer cuarto del siglo XXI, los artistas populares jóvenes no quieren hablar de política o de temas sociales. ¿Qué piensan sobre lo que pasa esos que lideran los charts, que llenan estadios? Nadie sabe. La amenaza no es poca, aquellos que dijeron algo recibieron sus represalias: un presidente puede agredirte, vapulearte, mentir y direccionar un sinfín de violencias virtuales (¿solamente?) contra una artista que diga una opinión sobre algún suceso de la historia, del presente, que sea político, partidario, ideológico o tan solo un comentario entre mate y bizcochitos. La guerra cultural anti-woke (calificativo apto en Argentina para todo quien no apoye a Milei) no solo censura, también intenta perjudicar el trabajo de los músicos –por ejemplo con campañas de boicot– y fuerza posiciones políticas que no siempre son deseadas por los artistas.

Para entender la estrategia política de la guerra cultural hace falta ver la cronología de ataques en los últimos meses y contextualizar la censura para comprender el daño que significa ese silencio obligado. Es sobre este colectivo de artistas, principalmente mujeres jóvenes, sobre el que el Gobierno concentró su atención. No es casualidad que ese mismo colectivo sea el que se organizó para redactar e impulsar la Ley N° 27.539 de Acceso de Músicas a Festivales. También fue clave el agrupamiento de los sectores artísticos para lograr la movilización por la Ley de Aborto Legal.

 

 

Cuando Lali tuiteó “qué peligroso, qué triste” en agosto de 2023, el día que Milei salió primero en las PASO presidenciales, se convirtió en la enemiga número uno. Fue algo desconcertante porque lo que dijo no fue nada que alguna vecina no dijera en una conversación de ascensor. Es historia conocida que el presidente la nombra como Lali Depósito en toda entrevista que pueda, insinuando que roba del Estado cuando algún municipio la contrata para dar su show. Pero más escuchadas son sus canciones: “Fanático” y “No me importa”, que se pueden leer como inspiradas en estos intercambios. La respuesta mileísta a esos temas fue un ataque organizado que intentó un boicot comercial. La cuenta de X de Spotify retuiteó un single en el marco de la campaña de su lanzamiento, y los libertarios lanzaron un boicot de desuscripción a la plataforma para pasarse a YouTube Music. Entre los que la agitaron estuvieron el influencer libertario Daniel Parisini (aka El Gordo Dan) y el legislador porteño Ramiro Marra. El objetivo era afectar a una de las compañías de escucha online más importantes del mundo por apoyar a una artista que consideran su enemiga, y por ende perjudicarla a ella. Casi como efecto contrario, posicionaron esa canción nueva en lo más alto de los charts del día. Spotify, meses antes, había hecho su primer festival EQUAL, donde Lali lideró el cartel junto con María Becerra, un concierto con entradas agotadas donde todas las artistas fueron mujeres. Si bien el boicot no fue más que una intentona torpe, y que lo que dice el presidente parece a simple vista una burla tonta o un meme –tren de una estrategia digital de ataque coordinado–, el efecto del miedo silenciador corrió rápido sobre la escena, aunque no la pudiera debilitar a ella. “Logran meter miedo, sí”. La persona que habla pertenece a la industria musical y tiene un fluido contacto con las músicas. No puede dar su nombre, pero sí reconoce que después de ese ataque a Lali muchas artistas se sintieron amedrentadas. “Es muy efectiva la gestión del escrache que hace el gobierno sobre las minorías y sobre todos los temas, porque se animan a todo, no hay límites”. Y los artistas ahora piensan dos veces antes de dar cualquier opinión. Algo similar ocurrió en febrero pasado. Las expresiones homofóbicas de Milei en el Foro de Davos generaron una reacción inmediata de artistas con un vínculo cercano a la comunidad LGBT+. Se pronunciaron y muchas participaron en la primera marcha del orgullo antifascista y antirracista. Ahí fue Lali, con una novedad: la acompañó María Becerra, la artista argentina más escuchada en el mundo. Becerra siempre parece opinar lo que piensa, sin filtro, pero nunca había hecho o dicho algo que pudiera ser interpretado como una crítica al Gobierno. La reacción de Milei fue inmediata: tuiteó y la apodó María BCRA, la sigla del Banco Central de la República Argentina, en el mismo sentido que a Lali.

 

Pocos días después, “La nena de Argentina” cantó retruco. Fue a la Fiesta de la Confluencia, en Neuquén, y frenó su show para apelar a la solidaridad social frente a los incendios que destruyeron miles de hectáreas y afectaron a cientos de personas en la Patagonia: “Si el Estado no está dando la ayuda necesaria, la damos nosotros”. El presidente contestó con un meme en su cuenta de Instagram, donde se la ve yéndose de Neuquén con un bolsón de dólares, en alusión al pago público por su show. Su caché, de todas maneras, no salió ni del municipio ni de la provincia, porque se licitó y lo pagó la productora Fénix Argentina con lo recaudado en entradas para el campo VIP.

Se sumó una más. Cazzu publicó un comunicado: “El presidente solo insulta a las colegas mujeres. Ni siquiera osa inventarle un apodo denigrante a ningún varón de la música, habiendo muchos que se pronuncian en su contra”. Lo que dijo es cierto. En Cosquín Rock fueron unos cuantos: Airbag, Los Piojos, No te va a Gustar, la novísima banda Ryan que abrió el festival con una imagen hecha por IA donde se lo ve a Milei besando a Donald Trump, y también habló Dillom, que dijo: “El que se mete con María BCRA se mete conmigo. ¿Escucharon? Si tocan a uno saltamos todos. No importa la ideología, las creencias. Así debería ser”. El rapero había cantado el año anterior una versión de “Sr. Cobranza”, donde cambió una parte de la letra: “A Caputo en la plaza lo tienen que matar”. Un abogado lo denunció penalmente por “incitación a la violencia colectiva y aliento al odio contra una persona por sus ideas políticas”, pero fue desestimada tres meses después por el Poder Judicial. Nunca, durante esas semanas, el presidente se refirió al Dillom ni sufrió por redes sociales un ataque organizado de sus seguidores. Todas las veces que opinó o cantó –como lo hizo también Trueno o Wos–, no obtuvo la virulencia que sí recibieron Lali y Becerra. Consultada por Cenital, Cazzu dijo que muchas de las artistas quedan expuestas por expresiones que a veces se dicen de manera espontánea: “Opinar sobre cuestiones sociales siempre tiene un lado negativo, más aún ahora, donde internet está muy prendido por la violencia”. “La jefa del trap” llama a esta presión y violencia como “terrorismo de redes” y dice que las que hablan son las mismas que siempre se expresaron sobre estos temas: “Están intentando contar la historia de que recién ahora hablamos porque, según ellos, tenemos relación con los gobiernos anteriores, lo que en su mayor parte no es así. Entonces en mi caso, como persona normal recibiendo miles de comentarios de odio, se me turba todo y emocionalmente son impactos potentes”. Para ella es muy simple, a pesar de tener ideas firmes, lo que la mueve es la música, y es eso lo que quiere resguardar: su carrera. “El silencio a veces es un intento de proteger lo más importante de nuestras vidas, porque sabemos que quizás hablar trae consecuencias más violentas de lo que trae decir eso mismo cantando”. El miedo, sin embargo, es real. El 12 de febrero el jovencísimo Milo J quiso presentar sus nuevas canciones en una pre-escucha gratuita del disco 166 (Deluxe) en la ex-ESMA (el que empieza con la frase de Charly en los Premios Gardel 2018 “hay que prohibir el autotune”, y una de las canciones dice: “Y aunque hable como cheto mi cara es de portación de rostro / Ni la plata me sacó el acento de nacer con poco”). Milo pidió autorización con el debido tiempo, convocó a su público adolescente, las 20.000 personas llegaron al predio de Avenida del Libertador y el gobierno de Javier Milei lo canceló sobre la hora con una medida cautelar impulsada por el secretario de Derechos Humanos, Alberto Baños. No sólo eso, también hizo un despliegue de fuerzas de seguridad amenazante y obligó al artista a pedirle a su público que por favor se retirara. “Nos dijeron que si no suspendíamos iban a reprimir a todos los chicos que estaban esperando”, dijo su mamá y manager, Aldana Ríos. ¿Qué es lo que hicieron mal? Ella tiene una respuesta: “Estaban convocados muchos jóvenes y adolescentes que iban a conocer este predio por primera vez, porque venían a un recital a un lugar que no sabían que existía ni lo que pasó. Tal vez eso asustó mucho, un chico de 18 años los asustó”, dijo en Futurock. ¿Hay algo descabellado, provocador, en hacer un show en el Centro Cultural Haroldo Conti? El rapero, que llegó meses antes a la presentación de su disco arriba de un colectivo 166, el que usó toda la vida para ir y venir a su Morón natal, tuvo que explicar por qué era tan importante para ellos como familia hacerlo ahí: Milo no conoció a su abuela materna, porque está desaparecida. Ni él ni su mamá quieren hablar más del tema. Administrará los silencios, pero seguro se colará la bronca en alguna canción. Así como ahora se escuchan en todos los sucuchos de rock unas estrofas contra Milei. Algo de eso dijo Lali en su entrevista con Pedro Rosemblat en Gelatina: “La música es mi campo de batalla”. Toda la exposición que le dio el presidente, en el fondo, la invitó a hacer un mejor disco. Y se reafirmó. “Lejos de generar miedo o ese adoctrinamiento, siento que afianzaron algo muy potente que siento adentro. Me siento una artista más preparada que hace un año, más fuerte”. Parece necesario resaltar esto que dice Lali. En tiempos donde la vida social es tan exigente y las noticias, la indignación, el ataque, la amenaza, el avasallamiento se siente tan apremiante quedarse callado o, mejor dicho, no tener la audacia suficiente de defender los principios y las ideas políticas de cada persona, de cada familia, del colectivo artístico que se integra, tiene costos tan caros como la intrascendencia o la mediocridad. No significa que un artista tenga que expresar lo que piense, pero en este país los músicos lucharon y la vivieron: Mercedes Sosa y tantos más se vieron forzados a exiliarse por cantar, la represión en los shows era tal que se sintetizó en el “rompan todo” de Billy Bond o, nunca olvidar, la muerte de Walter Bulacio, arrancado de la puerta del estadio de Obras para ser asesinado por la policía. Mucho pasó en esta Argentina que hoy escucha a los artistas cantar sobre la ropa de lujo y la guita.

 

De vuelta a Grinberg, Charly García dice en Cómo vino la mano: “Qué sé yo, están pasando cosas raras pero digamos que mi ideal es que no termine el mundo con gente dentro de casas con computadoras y gente por la calle tipo Blade Runner, muriéndose de hambre y asesinándote…”.