Alguien dobla sin poner el guiño y encierra al auto de atrás que lo quería pasar. Bocinazo de uno y de otro, hasta que el próximo semáforo los encuentra. Bajan las ventanillas, discuten, dejan sus coches y comienzan a golpearse. Lo mismo con motos, con bicis, con peatones; igual con los insultos en el negocio de barrio, en el supermercadito, en la escuela, en el trabajo. La violencia exacerbada esconde de manera subyacente una lógica de individualismo acérrimo, promovida por el capitalismo de esta época y capitalizada por el gobierno libertario. Cinco años atrás, la pandemia también desempeñó un parteaguas: el grito de “libertad” frente al confinamiento motorizó la “rebeldía” y le dio sustento a la idea de salirse de las normas. La pregunta es: ¿cómo superar el ‘sálvense quien pueda’ y volver a pensar de manera colectiva en medio de tanta agresividad cotidiana?
En canales de noticias y redes sociales se multiplican los videos que detallan gestos violentos. Los golpes, los insultos, las faltas de respeto y la negación del otro se convierten en el pan de cada día. Aunque los medios tienen la función de retratar el morbo y sumar visualizaciones, muestran lo real. La violencia ocurre a diario y afecta a humanos de carne y hueso. Situaciones que se podrían haber solucionado con un pedido de disculpas, culminan en relatos salvajes. A menudo, la gravedad escala tanto que los límites entre lo correcto y lo incorrecto se desplazan.
el antropólogo e investigador del Conicet Pablo Wright, brinda pistas para comprender qué sucede. “En el imaginario vial, el otro no es alguien con quien formamos parte de un colectivo, sino más bien se trata de un antagonista; es alguien con quien competimos. Parece que habrá un conflicto a cada momento desde hace muchos años. El Estado no protege al ciudadano; es un sistema político que protege a los capitales”.
Luego continúa: “En un escenario de desigualdad estructural, cualquier cruce fortuito parece condensar conflictos mayores. Desde una maniobra con el auto o que no te cedan el paso, o bien, querer hablar de política. Enseguida, cualquier cosa, lo que sea, se mide en términos de River y Boca”, dice. La polarización no es solo territorio de la política, sino también de la cultura y de lo social. Las violencias cotidianas se potencian, asimismo, con el mundo digital. “Lo que pasa en las redes es violencia a secas. Se habilitó un modo de intersubjetividad que se relaciona con denostar al otro, gracias a lo incorpóreo o inmaterial de internet”, apunta. Como si la mediatización de las pantallas y el hecho de esconderse bajo un seudónimo fueran el mejor paraguas para esconder las inmoralidades.
Así la violencia se practica, se consume, se viraliza, se propaga y se instala en el sentido común. Cuando uno se quiere poner a reflexionar, son varias las capas que hay que desmontar. Para colmo, hubo un acontecimiento que subió el volumen al problema: la pandemia.
¿Volver mejores?
Aunque para los más optimistas la pandemia era una oportunidad para construir una mejor convivencia, el espejismo se esfumó rápidamente. El psicólogo Sergio Zabalza se enfoca en los efectos del confinamiento. “Para Lacan la puerta es el símbolo por excelencia, es el límite por el cual uno sale al mundo o se refugia, como la función paternal. La pandemia dejó la puerta cerrada; si ya no se abre y estamos encerrados, entonces no hay límites. Da lo mismo el adentro y el afuera; esto es la locura, el enloquecimiento”. En concreto: “La pandemia fue una tragedia para todos. Llevó al desvarío, a la pérdida de referencias, al empobrecimiento de lo simbólico, que en este país cobró un valor exacerbado y tiene que ver con el duelo”.
Además, refiere Zabalza, la pandemia impuso un límite muy claro: la imposibilidad de despedir a los seres queridos que fallecían víctimas del virus. “No podíamos despedirnos; cada vez que lo pienso, me impacta más. Es tremendo, no hubo tiempo de considerarlo. Esta clase de restricciones hoy se traducen en una paranoia generalizada: el otro es mi enemigo”.
No fue casual que buena parte de la gente se dejara conquistar por los gritos de un candidato que, desde lo discursivo, bregaba por la libertad en medio del encierro. “Aquellos analistas que estamos atendiendo adolescentes incluso hoy, podemos dar testimonio de las consecuencias gravísimas del retroceso de la inhibición generalizada que provocó la pandemia. El inhibido es aquel que no puede acceder a su deseo y en lugar de jugársela por ese deseo, agrede. Hay muchos chicos que padeciendo esta inhibición optaron por el candidato libertario”, comenta el psicólogo.
Sufrir para aprender y otros hits
El sociólogo del Conicet, Daniel Feierstein complementa las posturas anteriores. Desde un punto de vista sociológico, dice que uno de los problemas fue la confusión general sobre la que se construyó todo: creer que el sufrimiento enseñaba.
“En la pandemia creíamos que si sufríamos íbamos a aprender. El sufrimiento depende de cómo se elabore, esto es, puede hacernos mejores o peores. Durante el coronavirus hubo un enorme sufrimiento no elaborado”, comenta Feierstein. Luego continúa con su opinión sobre la situación local: “En nuestro país, eso se sumó al enojo por la hipocresía, que fue generado por una serie de conductas gubernamentales, pero sobre todo la famosa foto de Olivos. Mientras la sociedad sufría, el poder político disfrutaba. La paranoia antipolítica y el aumento de la violencia han cobrado cada vez más fuerza, a partir de imágenes como esa”.
El intento gubernamental de cuidar a los argentinos se puso en tela de juicio. De esa manera, ante la ausencia de un Estado protector, primó la lógica de que cada quien haga lo que sea y que pase lo que tenga que pasar. Apunta Feierstein: “La base del discurso libertario va por ahí. Ellos dicen ‘No aceptamos ninguna norma porque todos los límites son hipócritas’. Entonces cada uno está solo y debe arreglárselas solo ante la realidad que le toca. Como resultado se genera un alto nivel de violencia: si no hay normas, ni posibilidad de articular con otros, esa necesidad de enfrentarse solo al mundo genera que la respuesta violenta sea la única efectiva”.
Si bien la pandemia fue un punto de inflexión en varios sentidos, las rupturas de los lazos sociales y de lo colectivo se cocinan desde hace mucho tiempo. Para el antropólogo Wright, en parte, una hipótesis para comprender las causas debe buscarse en la política. “En la cultura política, el otro es visto como un antagonista; es un modo muy segmentario, hay muchos grupos de interés que no largan capital para negociar nada. La idea de que luego del coronavirus habría una sociedad menos violenta forma más parte de un deseo utópico e irrealizable que otra cosa”.
¿El laberinto tiene salida?
El diagnóstico es sencillo: las solidaridades están rotas y las propuestas colectivas no parecen entusiasmar como antaño. Más vale que este paisaje excede a Argentina: los grandes relatos adelgazaron varios kilos y las instituciones de referencia (el Estado, pero también el colegio, la familia, la iglesia y los partidos políticos) ya no aglutinan intereses comunes. Cada quien cuida su quinta y lo que pase alrededor, ya se verá más adelante.
Hay dos aspectos que están en la superficie y podrían servir para explicar la violencia. Una lectura más sociológica, quizás marxista, diría que la razón está en el bolsillo. El malestar social y cultural es el resultado de cada vez tener menos dinero para poder vivir una vida digna. El viejo axioma de que lo económico determina el resto sigue operando porque, a pesar del tiempo, conserva eficacia para describir la realidad. El segundo, tal vez más abstracto, refiere a que el capitalismo actual carga las tintas sobre un individualismo que se perfecciona hasta parecer la única forma posible de vivir en sociedad.
Wright lo sintetiza así: “Vivimos en un capitalismo global, desterritorializado y periférico. La pobreza ha crecido por las políticas de todos los gobiernos. El sistema sociopolítico local está desbalanceado, genera desigualdades y violencias. Hay una incapacidad, sobre todo en las gestiones más progresistas, para pensar el orden social. En la escena cotidiana micro se escenifican recalentamientos de la estructura económica y política más general”.
Reconstruir el tejido social, comunitario y colectivo llevará tiempo. Superar la polarización a todo nivel es una tarea titánica, que no solo es tarea de la política. Además, si los políticos no están a la altura del desafío, ¿la ciudadanía sí lo está?