Adolfo Ábalos, un entusiasta de la tecnología que revolucionó la música folclórica: “Él entendió cómo interpretar la música criolla y nativa”

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Criado en Santiago del Estero y graduado como farmacéutico en Tucumán, se trasladó a la ciudad de Buenos Aires en busca de un título de bioquímico. Ya había estudiado música y le gustaba el jazz. Según algunas anécdotas, Adolfo Ábalos, “casi como jugando, creó su primer dúo de piano con su hermano mayor”. Era 1938, hicieron tres recitales y luego dirigieron la orquesta folclórica de Radio El Mundo.

“Machingo” y él se dieron cuenta de que los músicos porteños no conocían la música folclórica, así que decidieron convocar a sus hermanos, que aún estaban en Santiago del Estero. Fue entonces cuando nació el conjunto Los hermanos Ábalos: Vitillo, Roberto Wilson, Machaco, Machingo y Adolfo.

Participaron en la película La guerra gaucha, en 1942, y desde ese momento, Los hermanos Ábalos no dejaron de recibir reconocimientos. Fueron compositores, músicos, bailarines e intérpretes de gran importancia para la llegada del folclore a la ciudad de Buenos Aires, adelantándose al boom que llegaría mucho más tarde.

Sin embargo, de repente, Adolfo decidió mudarse a Mar del Plata. La decisión causó sorpresa y algunos reclamos, pero como él mismo decía: “¡Pero si estoy acá nomás, a 400 kilómetros del centro, espérenme que voy!”.

 

Adolfo Ábalos y sus manos sobre el piano.

 

Según cuenta su nieta, Rocío Sanjurjo Ábalos, los motivos de su llegada a Mar del Plata estuvieron relacionados con su madre, que tenía problemas respiratorios debido a la humedad. “Mi mamá era chica y en esa época, se recomendaba ir a la costa porque el clima cambiaba, y ella realmente mejoró, le hizo bien”, recuerda Rocío.

Adolfo llegó a la ciudad a fines de los años 60, inicialmente con un trabajo en la radio, y luego también practicó la docencia en lo que ahora es el IPAC, el Instituto del Profesorado de Arte que lleva su nombre.

Rocío recuerda a su abuelo con cariño, especialmente en su forma de hablar: “Era lo más santiagueño. Su voz era muy suave y graciosa. Siempre te explicaba cómo pronunciar la ‘S’ y le gustaba mucho la gramática. Te lo marcaba todo el tiempo. Es como si su voz aún estuviera muy presente en mi memoria”. Además, menciona cómo Adolfo trataba a su abuela: “Siempre se hablaban con tanto amor. Nunca vi una pareja tan unida, ni en mi familia ni en otras”.

Adolfo conoció a Nancy Gordillo en Mar del Plata, en la peña El rancho de los Ábalos. Dicen que cautivó su corazón inmediatamente y él lo estampó en una zamba que le compuso: “Te vi, no olvidaré / Un carnaval, guitarra, bombo y violín / Agitando pañuelos, te vi.”

– ¿Tenés algún recuerdo de él como docente?
– Él era un transmisor natural. Eso luego se convirtió en su rol de docente. Fue fundamental para todos. Lo hizo con sus hermanos, con sus amigos; cualquiera que llegaba a su puerta en Mar del Plata, él lo recibía y le ofrecía lo que tuviera. Lo hizo conmigo también, de manera natural. En su casa, siempre había instrumentos disponibles; no era el bombo cerrado, ni el piano de Adolfo Ábalos. Todos tocaban con libertad. De chica tuve acceso a los instrumentos y aprendí a tocar la guitarra, a rasguear, a tocar el bombo de una manera particular. Él entendió cómo interpretar la música criolla y nativa, para luego transcribirla a una partitura y poder reproducirla en otros contextos.

 

Los hermanos Ábalos.

 

Adolfo era un multinstrumentista y sus composiciones son verdaderos clásicos de la música argentina. Creó una teoría musical y generosamente la compartió con muchos. Varias de sus obras siguen siendo parte fundamental del repertorio de músicos argentinos. Además, fue un artista con una trayectoria extensa como solista, siendo creador, compositor, director musical y fue quien le enseñó a tocar muchos de los instrumentos a su grupo de hermanos.

Parte de su pasión por la música estaba en el piano. “En el piano está el bombo, en el piano está la quena, en el piano está el canto, el rasgueo”, solía decir.

– Y sigue enseñando todavía, ¿no? Decías que fue fundador, pero hoy en día todavía se rescatan cosas…
– Sí, y ahora lo valoro más, de grande. Claro, fue mi abuelo y hacíamos cosas que nos fascinaban. Lo hablo hoy con mis amigos músicos y me doy cuenta de que lo que más me gusta de él es que realmente vivía la música de manera espiritual. No era solo alguien que hacía shows musicales como parte de su trabajo. Su docencia fue tan grande como su parte artística. Además, siempre fue muy abierto, organizaba eventos en su casa, donde tocaba jazz, bossa nova, música cubana y tango. Aunque, por supuesto, era un genio en lo de su región, también valoraba mucho la música en general.

Para dar muestra de esa valoración y de esa apertura musical con la que convivía Adolfo ÁbalosRocío cuenta que, en su juventud -estamos hablando de sus veintitantos años-, mientras estudiaba en Tucumán, donde también conoció a Atahualpa YupanquiAdolfo, junto a Leda Valladares, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Manuel Gómez Carrillo, Enrique “Mono” Villegas, Lois Blue y Rodrigo Montero, conformaron lo que luego sería Los Fijos: folclóricos, intuitivos, jazzísticos, originales, surrealistas. Una escuela musical, o más bien una corriente artística que podía abarcar cualquier disciplina y que estaba a la vanguardia de la época.

Adolfo estudió música desde muy pequeño, pero también comenzó a tocar en los cines de Santiago del Estero, entre película y película. “Me decían que no tocara folclore, pero siempre metía una zamba”, recuerda Rocío que le contaba. Y agrega: “Eso me cambió, porque me mostró que el poder del artista no está solo en lo que ofrece, sino en la disposición del público para captar lo que les llega. Uno ofrece, y si el otro está dispuesto, algo puede suceder.”

 

Mural en homenaje a Adolfo Ábalos en Mar del Plata.

 

Toda su vida estuvo cruzada por la música, pero recién con más de 80 años decidió sacar su primer disco solista. Se dice que pensó en la idea durante más de tres años antes de decidirse a grabar El piano de Adolfo Ábalos. “Me enseñó que en la vida de la música no hay una carrera que puedas seguir ni metas a alcanzar por obligación. Todo pasa por otro lado. En su sentir y en su vivir, él hizo lo que quería y siempre tuvo tiempo para todo. Ser músico era su forma de ser”, afirma Rocío, quien también disfruta de su propia música.

Las anécdotas de Rocío con su abuelo en Mar del Plata van desde el anecdotario diario hasta la teoría musical. De cómo los vive ella hoy en su recuerdo a cómo era Adolfo Ábalos. Del maestro de la música al abuelo. “Tengo una foto donde él está con unos pantalones de cuero, con toda la onda. Ni te imaginás. ¿Sabés que iba de sunga a la playa? Él decía que era re cómodo”, cuenta mientras sonríe. Luego agrega: “También le fascinaban las cuestiones tecnológicas. Se fascinaba con eso. Me acuerdo que leía las revistas Selecciones, esas chiquititas, donde venían muchas notas sobre esos temas. Le encantaba todo lo científico. Él estudió farmacia, pero en realidad quería ser bioquímico. Era fan de todo eso. Siempre hablaba tipo: ‘Una molécula de sal equivale a dos moléculas de agua’. O le ponía limón a la comida en lugar de sal, porque el sodio no sé qué. Pero eran ravioles, ¿me entendés? Ponía limón. Me acuerdo cuando tuvo su primer teclado eléctrico. Quedó encantado. Su disco solista lo grabó en un piano eléctrico; le encantaba que se podía tocar, grabar y luego modificarlo. Tenía todo ahí”.

 

El recuerdo de su nieta Rocío Sanjurjo Ábalos.

 

-Rocío, me gustaría cerrar con esto: ¿cómo recordás que eran las manos del maestro Adolfo Ábalos? Esas manos que tanto hicieron disfrutar a muchos…

– Para mí, las manos de mi abuelo eran muy chiquitas. De hecho, sus amigos músicos le decían ‘el Pulguita’, porque era petiso y chiquito, pero a la vez, sus manos eran gruesas. Cuando hablaba, siempre tenía las manos abiertas, ¿no? Como que, supongo, ya sus manos caían sobre algún instrumento para ser tocado…