“En la música hacerse viejo es un imprevisto”: los viejos rockeros y el dilema de la jubilación

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Todo el mundo lo sabe: la adolescencia es la etapa durante la que se establece una conexión más profunda con la música. Para los adolescentes (y los jóvenes) la música influye en su forma de vestir, en su vocabulario y en cómo afrontan cualquier sentimiento que se le antoje indescifrable. Por supuesto, esto es algo que confirman decenas de estudios de universidades más o menos remotas y que funciona como combustible para las industrias culturales desde hace más de 60 años. Además, este tipo de vínculos son recíprocos, y también los artistas jóvenes establecen una relación especial con sus coetáneos (o con quienes han nacido poco después que ellos). Por ejemplo, hace poco, el crítico Carlos Marcos escribía en este mismo periódico que “tener 25 años y coincidir por el camino con Carolina Durante debe de ser muy estimulante”.

Cuando, a principios o mediados del siglo XX, filósofos como Ortega y Gasset o Julián Marías escribieron sobre “generaciones” –palabra volátil de la que se abusa en la prensa de tendencias– llegaron a la conclusión de que una generación es un grupo de personas de edades similares capaces de actuar en conjunto sobre el mundo y convertirlo en un mundo distinto. No cabe duda de que, según esa definición, la generación más exitosa de la música rock fue la primera. Los Beatles, Dylan, los Stones (y tantos otros, de David Crosby a Ray Davies) cambiaron el mundo en muchos sentidos. Tanto éxito tuvieron que en la actualidad es complicado pensar en un grupo de artistas con un nivel de influencia similar. Aunque en 2024 Taylor Swift fue la líder indiscutible en recaudación con su gira Eras Tour, el año pasado, entre los artistas de mayores ingresos en directo hubo tres bandas (los Stones, Springsteen y Metallica) lideradas por hombres de más de sesenta años. No parece muy impresionante, pero, si atendemos solo al rock, son siete de diez las bandas superventas formadas por hombres en edad de jubilarse (al menos si hubieran cotizado en el régimen general de la Seguridad Social).

Bob Dylan durante un concierto en Indiana en 2023.
Bob Dylan durante un concierto en Indiana en 2023.Gary Miller (Getty Images)

Si prácticamente todos los empleados sueñan con su jubilación, ¿por qué ellos prefieren los escenarios a la comodidad de un retiro dorado? Y, sobre todo: ¿lo que hacen sigue siendo relevante? Porque, si algo tienen claro los críticos culturales es que, con pocas excepciones, el rock que hoy tiene éxito no es el que habla del presente, sino el que recrea su propio pasado.

Rock de geriátrico

En 2001 el periodista americano John Strausbaugh publicó Rock ‘til You Drop, un ensayo lleno de mala baba en el que repasa la decadencia de un género que habría sustituido la rebeldía por nostalgia. En su libro, Strausbagh habla del “colostomy rock” (vamos a traducirlo un poco imaginativamente como rock de geriátrico) e incluye en esa categoría todo lo hecho por los Rolling Stones, los Who o Neil Young durante la década de los noventa. “Toda una generación ha traicionado sus propios ideales y legados juveniles, volviéndose complaciente y moral e intelectualmente perezosa en su edad madura, desde la triste glorificación superficial de la revista Rolling Stone hasta el autobombo dentro de la industria representado por el Salón de la Fama del Rock and Roll”, afirmaba Strausbaugh. Más de 20 años después de la publicación de aquel ensayo, el fenómeno que criticaba está más vivo que nunca.

Aunque se ha escrito mucho sobre la nostalgia como valor dominante en el panorama cultural de los últimos lustros y como obstáculo para el desarrollo de nuevas propuestas, apenas han aparecido discursos tan contundentes como el de Strausbaugh. En 2008, el crítico español Eloy Fernández Porta bromeaba sobre la posible incorporación de Bob Dylan a los fondos de un museo egipcio (se entiende que en calidad de momia); pero han pasado 17 años y Dylan mantiene su Neverending tour mientras, con la ayuda de Timothée Chalamet, genera nuevos fans. En diciembre de 2024, Paul McCartney dio dos conciertos en Madrid y las críticas fueron unánimes: aquello fue maravilloso. “Salir de gira se echa mucho de menos. Hay una frase muy repetida por distintos músicos: ‘¿Que por qué hago esto? Porque es lo que hago, es lo que soy” Fernando Alfaro Iñaki López, de la banda Kokoshca, es uno de esos rockeros jóvenes (según estos estándares) que admite sin sonrojo que sigue prestando mucha atención a las leyendas: “Nosotros abrimos nuestro disco La juventud con un discurso de Pepe Mujica, que tiene ochenta y nueve años. La industria vendió el rollo del cadáver bonito, pero la juventud es otra cosa: una manera de sorprenderte, de seguir viendo, de hasta el final limpiarte los ojos después de cada mirada, seguir aprendiendo y seguir siendo deliberadamente inocente en ciertas cosas”, comenta el pamplonés. “Son personas que han seguido desarrollando su ocupación y, aunque van cumpliendo años, siguen siendo ellos, a pesar de los cambios que trae el tiempo”, añade Fernando Alfaro, líder de Surfin’ Bichos (una banda donde ya hay un par de jubilados “de aspecto envidiable”). “No sé si se les puede pedir innovación. Innovación no significa estar mutando todo el tiempo. Scott Walker o Bowie siempre estuvieron mutando porque esa era su esencia. Otros artistas han permanecido dentro de un mismo ámbito o un mismo tono y han seguido diciendo cosas importantes o que nos importaban. Lo importante es que cada creador tenga eso que en literatura se llama una voz. En música también pasa y esa voz solo se apaga cuando la persona muere”.

Mick Jagger en la fiesta de los Oscar 2025 organizada por Vanity Fair.
Mick Jagger en la fiesta de los Oscar 2025 organizada por Vanity Fair.Taylor Hill (FilmMagic)

Así que, en general, hay consenso: sigue mereciendo la pena escuchar a las leyendas del rock y no tiene sentido despreciar su madurez con motivo de unas presuntas contradicciones que, en fin, serían las de cualquiera bajo el capitalismo. De hecho, según Alfaro, muchas veces son precisamente los artistas más veteranos los que menos se pliegan a las exigencias de la industria: “De la misma manera que en el jazz se admitió que un artista de edad avanzada podía seguir generando grandes obras, en el rock ha terminado pasando lo mismo. La industria vendía juventud porque empezaron a funcionar muy jóvenes, pero luego ellos descubrieron que era mucho más sencillo engañar a un músico novato. Según mi experiencia, veo que la gente que empieza es más fácil de manipular y engañar, y eso lo saben los directivos. Además, el que empieza tiene una ambición desmedida que es muy fácil que sea conducida o manipulada. Es la industria la que a veces propicia u orienta ese desprecio por el mayor”.

Una enorme identificación con un trabajo muy exigente

Durante los últimos años, distintas organizaciones tratan de que la industria del entretenimiento se tome en serio el bienestar físico y mental de los artistas. La psicóloga Rosana Corbacho forma parte de un colectivo de terapeutas especializados en tratar a músicos y a otros profesionales como técnicos y directivos. Respecto a los músicos que alargan sus carreras, explica: “A cualquiera que haya vivido una vida laboral intensa le cuesta jubilarse. Y cuando tu vida y tu identidad se han basado en lo que hacías encima de un escenario, sucede mucho más. Cuesta muchísimo abandonar ese rol laboral del que depende todo el refuerzo positivo que recibías; para algunos, abandonar el trabajo es casi como desaparecer. Incluso a veces, cuando surge un problema limitante como una enfermedad o la propia vejez y algo le hace sentir más vulnerable, el músico se aferra a lo que todavía le hace sentir vivo o mirado”. Alfaro lo confirma: para la mayoría de los músicos seguir sobre los escenarios es una cuestión vocacional. “Salir de gira se echa mucho de menos. Hay una frase muy repetida por distintos músicos: ‘¿Que por qué hago esto? Porque es lo que hago, es lo que soy’. Hay gente que deja de tener presencia pública, pero esa identidad como artista, músico y creador, te acompaña hasta que ya no puedes físicamente con tu alma. Yo diría que es solo un trabajo, pero también es nada menos que un trabajo. Hay un momento en que no te encuentras bien haciendo algo diferente. Termina siendo la esencia de uno. Y eso explica la longevidad de quienes se pueden permitir seguir tocando”. Otra de las razones por las que las carreras se alargan tanto es que, hasta el momento, nadie ha pensado en cómo debería ser la jubilación para los músicos, especialmente para todos esos artistas que no han podido acumular patrimonio y ahora se enfrentan a un modelo en el que los ingresos solo dependen de los directos: “La industria no se está preocupando de las personas cuando ya no producen”, protesta Corbacho. “Muchos de ellos solo han vivido para sus carreras, y apenas tienen vida personal. Y los sellos o las promotoras no tienen ningún plan de acompañamiento, jubilación o apoyo emocional, ni para artistas, ni para sus trabajadores. Si alguien se retira, no reconocen el trabajo que hizo durante su carrera. Y, como se vive tanto en el presente y esta es una industria tan inestable, no se mira al futuro. Hacerse viejo es un imprevisto en la industria de la música. No hay una planificación respecto a qué vida hay después de ser músico”, lamenta la psicóloga. En un negocio que involucra a personas de edad tan avanzada (y que, además, ha sido mitificado por los excesos a su alrededor), cabe preguntarse si se están tomando medidas específicas para preservar la salud de los trabajadores (y de las estrellas ancianas), al menos durante las giras. El doctor Arun Castro es el fundador de RoadiMedic, una empresa británica que da apoyo sanitario a las bandas. Castro, que ha acompañado a muchos grupos, explica que una serie de conciertos es una situación arriesgada: “A horas a las que la naturaleza nos tendría en entornos oscuros, lo que indica a nuestro cerebro que libere melatonina para que las células del cuerpo descansen y se recuperen, las giras ponen al artista bajo los focos, sobreestimulado y lleno de adrenalina. La exposición acumulativa a esto significa que, a lo largo de una gira, la fatiga y la vulnerabilidad a infecciones se convierten en factores de riesgo”, indica el médico. El doctor, además, detecta un aumento en las lesiones atribuibles a la acumulación de fechas: “Comprimir más conciertos en menos tiempo significa que tratamos más sobreesfuerzos como lesiones en las cuerdas vocales o problemas musculares incapacitantes para un guitarrista. Los calambres relacionados con el dolor muscular de aparición tardía no son raros cuando se toca durante varias noches seguidas. Si le preguntaras a un preparador físico de un equipo de fútbol si recomendaría que un jugador juegue tres partidos seguidos, todos sabemos cuál sería la respuesta. La industria musical aún tiene mucho por hacer respecto a la aplicación de la medicina”. Eso sí, Castro deja claro que el trabajo de un médico de gira es hoy muy distinto del de “los antiguos rock docs de los ochenta que facilitaban adicciones”. En la actualidad, comenta, el mayor desafío consiste en “defender la salud del cliente” a veces incluso contra sus propios impulsos, ya que muchas veces los músicos “sienten la presión de actuar en cualquier situación por un sentido de responsabilidad hacia sus fans, su equipo o sus compañeros”. Así que, quién lo iba a decir, la responsabilidad, ese valor tan aparentemente alejado del rock más rebelde, es lo que mueve a muchas estrellas a estirar sus carreras hasta la extenuación. Para terminar, se podrían poner decenas de ejemplos de temas como Old Man de Neil Young o When I’m Sixty-Four de los Beatles, en los que quienes hoy son leyendas imaginaron de jóvenes cómo sería la vejez. Pero quizá sea mejor acudir a And Nothing is Forever, el segundo tema del último disco de The Cure (2024) en el que Robert Smith, de 65 años, canta: “Lo sé, lo sé, mi mundo ha envejecido y nada es para siempre”.