Entre el lujo y el rencor. Su marido la humilló y su venganza fue eterna: la historia del palacio Tiburcia Domínguez

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A poco más de 100 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos Aires, en la localidad de Lobos, en el paraje La Porteña, se esconde una joya arquitectónica: el Palacio Tiburcia Domínguez. Tras sus muros, una historia de amor y venganza resiste al paso del tiempo.

La unión de Tiburcia y Salvador

Tiburcia Domínguez tenía apenas 17 años cuando se casó con Salvador María del Carril, un hombre 16 años mayor que para ese entonces ya se había forjado un nombre en la política argentina. Del Carril fue gobernador de San Juan, ministro de Juan Lavalle, el primer vicepresidente argentino (vicepresidente de Justo José de Urquiza) y uno de los primeros cinco integrantes que tuvo la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

“En esa época no era raro que existieran grandes diferencias de edad en los matrimonios”, explica Dania Cicinelli, directora general de Turismo de la Municipalidad de Lobos, antes de comenzar a relatar la historia del lugar. De la unión entre Tiburcia y Salvador nacieron siete hijos: una niña y seis niños.

Tiburcia Domínguez, provenía de una familia de una buena posición y tenía una personalidad firme y decidida.

-¿La diferencia de edad generó conflictos?

-No, pero hubo otros motivos. Tiburcia provenía de una familia acomodada y le gustaba el lujo. Estaba acostumbrada a gastar sin restricciones, mientras que su esposo tenía mentalidad austera, extremadamente meticuloso con sus finanzas y muy consciente de su imagen pública. La actitud despreocupada de Tiburcia contrastaba con la visión rígida y disciplinada de su esposo, lo que generaba tensiones entre ellos. Y con el paso de los años, las diferencias entre ambos se hicieron cada vez más evidentes, en especial lo que refería al dinero.

-A los ojos de su marido, Tiburcia gastaba demasiado

-Tiburcia tenía el hábito de comprar fiado en las tiendas porteñas y Del Carril estaba cansado de saldar sus deudas.

-¿Y qué hizo?

-Tomó una medida extrema: publicó un aviso en el diario La Tribuna advirtiendo a los comerciantes que no le otorgaran crédito a su señora porque él no iba a responder, no se iba a hacer cargo.

-¿Cuál fue la reacción de Tiburcia?

-Fue un escándalo. En esa época, una exposición pública así era una humillación insoportable para una mujer de su clase. Ella se indignó tanto que no volvió a hablarle a su esposo.

Salvador María del Carril fue un jurista y político argentino. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, vivió en el exilio. Más tarde, participó en la creación de la Constitución Argentina de 1853 y fue elegido vicepresidente de Justo José de Urquiza.

La venganza

Ofendida en su orgullo, Tiburcia convirtió el silencio en un arma implacable. Fue su venganza. Durante dos décadas compartieron el techo sin cruzar una sola frase, hasta que el 10 de enero de 1883, Del Carril murió. No hubo llanto, ni luto. Tiburcia, que lo sobrevivió quince años más, recibió la noticia con la frialdad de quien ya había dado por muerto a su marido mucho tiempo atrás. Solo hizo una pregunta: “¿Cuánto dinero dejó?”.

En vida, Del Carril no había sido un hombre cualquiera. Su destino había estado marcado por la fortuna: heredó bienes de su familia y supo moverse con astucia en los negocios, compartiendo empresas con el poderoso Justo José de Urquiza.

El Mausoleo de Salvador María Del Carril y de su esposa, Tiburcia Domínguez, en el Cementerio de Recoleta.

“Como una estocada final, cuando Del Carril murió Tiburcia mandó a construir con un arquitecto italiano un mausoleo en mármol de carrara en el Cementerio de la Recoleta con dos estatuas de mármol: una de él sentado en sillón y otra de ella, dándose la espalda. Este gesto fue un mensaje claro de que nunca lo perdonó. Hasta el día de hoy, ese mausoleo sigue siendo una de las tumbas más visitadas del cementerio”, explica Cicinelli.

El imponente mausoleo fue encargado por la viuda al escultor Camilo Pomairone. Con este último gesto, dejaba en claro que ni la muerte sería capaz de reconciliarlos.

Cuando Salvador falleció, Tiburcia mandó a construir el imponente mausoleo donde las estatuas de ambos, están de espaldas, destinadas a ignorarse por siempre.

Un tesoro inaccesible

-¿Cómo surgió la construcción del palacio que se encuentra en la localidad de Lobos?

-El matrimonio tenía un terreno en la zona y después de la muerte de Del Carril, Tiburcia contrató al arquitecto francés Alberto Fabré. Se inauguró en junio de 1895.

El imponente castillo de tres plantas reflejaba en cada rincón el lujo y la grandiosidad de la época. Contaba con majestuosos salones de recepción, una refinada biblioteca, una capilla privada y múltiples habitaciones destinadas a hospedar a distinguidos invitados.

El palacio Tiburcia Domínguez se inauguró en junio de 1895.

El interior deslumbraba con su opulencia: tapices franceses cubrían las paredes, enormes espejos dorados multiplicaban el brillo de las arañas de cristal y las imponentes escalinatas conducían a los distintos niveles del palacio, realzadas con objetos decorativos traídos de Europa.

El exterior no era menos impresionante. El parque que rodeaba la residencia fue diseñado por el célebre paisajista Carlos Thays. Más de doscientas especies de árboles cuidadosamente seleccionadas añadían el toque final a un entorno de ensueño. El magnífico jardín no solo embellecía la propiedad, sino que también servía como escenario para las fastuosas reuniones sociales.

El parque que rodeaba la propiedad fue diseñado por el famoso paisajista Carlos Thays. Y una esbelta torreta, digna de un castillo, se alzaba sobre la estructura, cumpliendo la función de torre vigía y aportando un toque de misterio y grandeza. (Gentileza M. de Lobos)Se dice que en su interior brillaban enormes espejos y elegantes mármoles traídos de Europa. Tapices franceses añadían un aire de sofisticación. (Gentileza M. de Lobos)

-¿Y Tiburcia se mudó al palacio?

-No. Ella siguió viviendo en Buenos Aires, pero su castillo se convirtió en el escenario de lujosas reuniones y fiestas donde la alta sociedad disfrutaba del esplendor de la época. Músicos, sirvientes y floristas llegaban junto con los invitados en un tren especial que los dejaba en la estación de Lobos. Desde allí, elegantes carruajes los llevaban hasta el palacio, donde todo estaba dispuesto para el disfrute. Tenía nada más y nada menos que el tren a disposición para trasladar a su gente y eso también modificó la dinámica de esa zona.

La familia del Carril.Según Cicinelli, la municipalidad dispone de algunos registros de la propiedad, aunque son escasos. Esto se debe a que la familia propietaria es sumamente reservada. “Lamentablemente, no hemos podido llevar a cabo un cabo un relevamiento adecuado del lugar”, señala.

La funcionaria explica que, aún hoy, el palacio sigue en manos de la familia. “Es una propiedad privada. Nos encantaría tener mayor acceso, pero sus dueños prefieren mantenerlo en la intimidad. Son bastante reservados en ese aspecto y es comprensible: después de todo, sigue siendo su hogar”, concluye Cicinelli con una mezcla de resignación y admiración por el misterio que envuelve al legendario castillo.