Tiene 36 años. Es la hija de una reconocida periodista, se decida al canto y a la actuación y asegura: “Mi mamá es mi fan número uno”

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Mucho cielo, el barrio de Palermo –el de las construcciones bajas y el otro, el ruidoso y con sus edificios que crecen– y más allá. “Es linda la vista, ¿no?”, comenta Manuela Perín (36), parada cerca del ventanal del departamento en el que vive, un piso once que permite verlo todo: pasado, presente y futuro. Desde lo alto, la multifacética artista analiza su presente brillante. Porque si bien su pasión comenzó en el teatro –participó en comedias musicales exitosas desde Drácula y El jorobado de Notre Dame hasta School of Rock–, en los últimos años desembarcó en la televisión –fue coach de Ángela Leiva en el Cantando de 2020; se lució como compañera de Alfa en el Cantando 2024; y ofició de jurado en Canta conmigo ahora–. Y, tras haber lanzado su primer trabajo discográfico, Superplaneta, con canciones que compuso y en colaboración con su amigo Rada, también formará parte del elenco del musical Mamma Mia. Tan apasionada como pudorosa, Manu dice a ¡HOLA! Argentina: “Cuando pienso en las giras en motorhome, las funciones con frío y todo el trabajo, digo ‘¡Qué satisfacción!’. Fueron años de locura. Al principio, yo decía ‘Vamos viendo’ y hacía todo lo que podía: estudiaba dos carreras y trabajaba para mantenerme; y, al mismo tiempo, tomaba clases de canto, aprendía con Julio Chávez y con Pepe Cibrián. Y, después… ¡después, empezó a pasar!”, dice con una sonrisa que ilumina el departamento.

En su departamento de Palermo, donde vive desde 2011 y donde dicta clases de canto. “Disfruto a pleno estudiar una obra, escribir una canción, sacar un disco y, también, de dar clases. La creatividad está en todos lados: tener alumnos es como tener público, te pone en un lugar de performance”.

–¿Y cómo fue que empezó a pasar?

–Haciendo filas y filas por horas para audicionar, número en mano, dándolo todo y tratando de estar donde había que estar. Con constancia, pasión y trabajo, los sueños se cumplen. ¡Y me están sucediendo cosas increíbles! En mi carrera, al único lugar al que quiero llegar es a aquel que me permita hacer cosas interesantes. Sonará romántico, pero quiero hacer cosas que me hagan feliz. Tengo muchísimos pendientes, como participar en una serie o que mi música suene en alguna serie…

–Debutaste en Drácula, con Pepe Cibrián.

–¡Sí! Fue muy loco. Cuando era chica y fui a ver Drácula, el musical, me di cuenta de que yo quería hacer eso. ¿Qué era esa magia? Y, años más tarde, cuando estaba haciendo audiciones para Excalibur [otro de los musicales de la dupla Pepe Cibrián-Ángel Mahler], se liberó un hueco para la gira de Drácula. ¿Te interesa? ¡Sí, todo! Era mi deseo; mi cabeza estaba ahí. Fue un personaje chiquito.

–¿Qué aprendiste con Pepe Cibrián?

–Con Juan Rodó, con Ariel Del Mastro y con todos los directores con los cuales trabajé aprendí muchísimo. Pepe fue una escuela tremenda. Tiene el oficio en las venas: sabe de luces, de maquillaje, de vestuario… Si hoy sé maquillarme sola para una obra como School of Rock o si tengo que tocar mi música –como me pasó cuando presenté mi disco en el Palacio de la Libertad [ex CCK]–, sé cómo chequear hasta las luces. Pepe me enseñó la rigurosidad con el trabajo y a tener conducta. Para hacer siete funciones por semana, hay que tener una conducta con el cuerpo y con la voz. A los 20 años, mientras mis amigas salían e iban a boliches, yo estaba en otra… pero feliz.

–Artísticamente, decidiste usar el apellido de tu mamá.

–Sí, pero de ninguna manera fue debido a que pudiera conseguir algo a través de él. Nunca dije “Ay, soy la hija de Carolina Perín”. Son pocos quienes, en la actualidad, me asocian con mi mamá. Simplemente, Perín me pareció más pegadizo que mi apellido paterno [Castiarena]. Mi mamá ha sido siempre mi fan número uno. Cuando empecé a hacer las giras con los musicales de Pepe, ella era capaz de viajar a Mendoza y estar ahí, en primera fila. Estuvo conmigo cuando participé en el Cantando o cuando presenté mi música: “Yo te acompaño”, dice desde el minuto uno.

¿Te dijo algo ella cuando le planteaste que querías ser artista?

–Desde muy chica, fui al teatro. Y la gran promotora fue mi mamá: me llevaba a todos los musicales que había en cartel. Más que periodista, es una artista: ha sido conductora, le gusta escribir y le encantan el arte y la música. Entendió perfecto que yo disfrutaba haciendo esto. Pero, como no es sencillo vivir del teatro musical en este país, cuando terminé el colegio, me sugirió que estudiara una carrera.

–¿Y seguiste su consejo?

–Hay mucho de la palabra, de la curiosidad y de la comunicación que heredé de mi mamá. De chica, en Mar del Plata, donde nací y viví hasta los 6 años, iba a verla cuando ella hacía radio. ¡Me encantaba! Pero estudié traductorado de inglés; me sirvió para sostenerme económicamente. A mi hermana Georgina [es su hermana mayor; está casada desde los 20 y tiene tres hijos] y a mí, mamá nos crio prácticamente sola. Cuando hice Madres [la comedia con Sabrina Garciarena, entre otras] me di cuenta de todas las cosas que hizo y que yo no registraba tanto: mi mamá nos dio todo y, cuando terminamos el colegio, nos alentó para que trabajáramos. Yo empecé a los 18, dando clases de inglés y de teatro. Si soy determinada, es también gracias a ella. Me puso la vara muy alta. A los 75 años, se puso a estudiar para ser agente inmobiliaria. ¡Está feliz! Con una mujer fuerte como ella, que va así –para adelante todo el tiempo–, yo no puedo ser menos.

–¿Cómo manejás cuando te dicen que no?

–¡Fracasás todo el tiempo! Para un casting, pueden presentarse más de 5 mil personas; son pocos los que quedan. Que no te tomen no quiere decir que no sirvas. Y no hay que frustrarse. Por ejemplo, en el Cantando del año pasado, le pedí a la productora que me probara para otro rol que no fuera el de coach: y, para eso, era clave tener a alguien que matcheara conmigo y con mi altura [Manu mide 1,80 m: “Soy una chica gigante; mi mamá es alta como yo y mi hermana, más alta todavía”, cuenta con humor]. Me la jugué: podía salir o no. Pasó algo parecido con la música, que es algo nuevo para mí: nunca me había imaginado haciendo canciones. La vida me va llevando. Para mí, la clave ha sido, por un lado, estar donde había que estar, autogestionarme, tirarme a la pileta. Y, por otro lado, enfocarme. Así como en mi día a día, vocalizo y doy clases, medito y hago yoga. Me ordena.

–Con tanto foco en la carrera, ¿tenés tiempo para el amor?

–En este momento, estoy sola. Una experiencia frustrada me llevó a escribir canciones sobre los vínculos: en mi disco, hay canciones que hablan sobre la falta de comunicación; sobre la nueva manera de contactarnos con las apps de citas; sobre cuando te ghostean o sobre cuando te histeriquean y terminás haciéndote una novela que no es, muy confundida. Si aparece alguien, debería ser especial: debería comprender que mi croquis –con funciones de miércoles a domingos– puede ser complejo y, que, en el caso de tener hijos, que deberíamos complementarnos en el cuidado. Pero ojo: no me desvela. Disfruto de mi soledad, tengo muchos amigos, tres sobrinos y un ahijado, muchos viajes por hacer e inquietudes para concretar y una curiosidad sin límites. A los 36, la vida está siendo muy generosa conmigo.

En una foto reciente con su madre, la reconocida periodista Carolina Perín. “Ella ha sido siempre mi fan número uno. Está orgullosa de mí: sabe que hice mi camino sola”, dice Manu.

Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist

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