“Hay una frase famosa adjudicada a Jorge Valdano que dice ‘el fútbol es la cosa más importante de las menos importantes’. Creo que para Argentina esa valoración queda corta, porque el fútbol ocupa un lugar central social y culturalmente en nuestro país, reforzado en los últimos años con la importancia creciente que tiene el deporte en Occidente. El fútbol en Argentina forma comunidad, crea identidades e impregna las relaciones sociales”.
Así piensa el fútbol Diego Murzi, doctor en Ciencias Sociales por la UBA, magister en Sociología General por la École des Hautes en Sciences de París. Es autor del imprescindible Fútbol, violencia y Estado. Una historia política de la seguridad deportiva en Argentina (Prometeo), libro donde repasa de manera novedosa cómo los distintos gobiernos y el Estado en general enfrentaron la problemática de la violencia. Las conclusiones a las que llega son notorias, y exigen pensar al futbol actual desde perspectivas menos esquemáticas y lejos de “esas recetas siempre prohibitivas y represivas” que se implementaron hasta el presente.
Murzi también trabaja hoy sobre tres ejes: el proceso de profesionalización de futbolistas varones, las políticas públicas deportivas y las apuestas deportivas online en jóvenes. Sobre esos temas ocurre este diálogo.
–Cuando miramos la Argentina a través del mundo fútbol, ¿qué vemos?
–El fútbol tiene un papel central cuando pensamos en cómo construimos la idea de nación. Como lo mostró Pablo Alabarces, el fútbol es un motivo de orgullo nacional, sostenido en héroes como Maradona y Messi, que construyen la idea de una excepcionalidad argentina. De hecho, muchos argentinos piensan la geopolítica a través del fútbol e imaginan a Argentina como un país relevante en el concierto mundial, cuando en rigor estamos más cerca de la periferia y la subalternidad.
–Algunos hablan de una “futbolización” de la sociedad argentina, ¿coincide con esta idea?
–Se ha teorizado mucho acerca de eso para señalar los antagonismos y discrepancias sociales, algo que me hace ruido porque en sociedades donde el fútbol no es tan importante, también existen esas divisiones. Más bien encuentro al fútbol como lo único capaz de crear una comunión nacional como la que se dio alrededor de la Scaloneta en Qatar, un hecho social fantástico. Donde sí veo sentidos futboleros que se derraman en otros espacios sociales es en el uso de ciertos discursos asociados a la rivalidad y a lo viril. Las metáforas de sometimiento anal para dar cuenta de la victoria, por ejemplo, que hoy utiliza incluso el presidente de la Nación. El fútbol también es central en Argentina como vector de construcción de masculinidad hegemónica, y juega un papel muy importante en los lazos filiales y en la sociabilidad entre varones. Otra particularidad super interesante de nuestro fútbol es la vinculación que tiene con la política. El fútbol en Argentina es un juego político y una usina de la vida democrática, gracias al status de asociaciones civiles de los clubes, como lo mostraron bien los trabajos de la investigadora Verónica Moreira.
–¿De qué manera cambió al fútbol en estos años y cómo afectó la manera en que lo miramos?
–Creo que el fútbol cambió bastante en los últimos cinco años, producto de procesos sociales globales que se traducen en nuestro país de manera particular. Estoy pensando en el impacto que tienen sobre el fútbol los procesos de mercantilización, es decir, que todo tenga valor de mercado, y de racionalización, es decir, el reemplazo de valores y emociones por el cálculo y la medición. Ambos procesos están asociados a la etapa actual del capitalismo y a la tecnología. Observo que están modificando la forma en que vivenciamos el deporte y que permean en casi todos los ámbitos y formas del fútbol.
–¿Por ejemplo?
–El ejemplo más directo es el de las apuestas. Las apuestas cambian la forma en que se mira un partido porque quien apuesta ya no tiene sólo un interés estético o sentimental sino utilitario. En TikTok, YouTube y streaming priman como contenido de fútbol los rankings y tops, que es una forma de ponerle valor a las situaciones y las performances. En los videojuegos como FIFA o Football Manager, donde mucha gente pasa mucho tiempo de su vida, los futbolistas tienen sus habilidades traducidas a cifras, se establecen escalas globales de jugadores, y buena parte del juego se basa en comprarlos y venderlos: es pensar al fútbol indisociado del mercado. Esa lógica también se extendió a nuevos enfoques tácticos y técnicos de los entrenadores, que miden cuantitativamente el rendimiento individual y colectivo en base a acciones dentro del campo.
El mismo proceso de racionalización lo identifico en los rankings de socios que elaboran clubes con alta demanda para ir al estadio, como Boca, River y Estudiantes, donde el acceso a la cancha depende de un historial de asistencia. La mercantilización de las barras bravas, cada vez más volcadas a actividades económicas, o la explosión de los partidos por dinero en los barrios (“el potrero”), son también ejemplos de esos procesos.
–¿Hay en esos cambios algún costado positivo?
–Son reflejo de cambios sociales más amplios, ligados a cómo cambió la industria del entretenimiento y a las nuevas generaciones de hinchas. Y tampoco quiero afirmar que todo el fútbol pasó a estar mediado por el cálculo y el dinero, de hecho, hay elementos como el clima y la fiesta en los estadios, las organizaciones de hinchas o los procesos políticos al interior de los clubes, que son propios de la cultura futbolística argentina y mantienen valores como la solidaridad, la inversión desinteresada, la pasión y el amor a los colores.
–¿A qué conclusiones llegó al analizar los actos de violencia en el fútbol desde la restauración democrática?
–Sostengo que el fenómeno de la violencia en el fútbol se vuelve un problema público en la vuelta de la democracia, producto de hechos conmocionantes como la muerte del jefe de la barra de River “Matutito” y el asesinato del chico Scaserra, al calor de nuevas violencias civiles a las que el gobierno de Alfonsín debe dar respuesta. Allí se sanciona la primera ley de violencia en espectáculos deportivos, y desde ese momento todos los gobiernos democráticos se ocupan en mayor o menor medida del problema. Con Menem, la gestión de la violencia en el fútbol pasa a depender de las áreas estatales de Seguridad, convirtiéndose en un problema “de seguridad”. Pasa a compartir lecturas y modos de abordaje más cercanos a los del delito común y a la inseguridad que a los de un evento masivo. La característica principal que tiene la gestión de la violencia en el fútbol en Argentina es que siempre fue abordada de la misma manera por el Estado, más allá de los colores políticos y las ideologías de los sucesivos gobiernos. Esas recetas fueron siempre prohibitivas y represivas, basadas en limitar el margen de maniobra de los hinchas, desatendiendo el bienestar de quienes van a los estadios y acumulando dispositivos de vigilancia.
–Siempre el hincha como culpable…
–Claro, porque el Estado siempre pensó al hincha como un sujeto peligroso que debe ser controlado y no como un sujeto de derechos que debe ser cuidado. Pero lo peor es que, incluso así, los incidentes continuaron ocurriendo. Esas recetas son consecuencia, además de la falta de imaginación de los funcionarios y de la inclinación represiva de la seguridad pública en general, a la importancia que reviste la violencia en el fútbol en términos políticos. Ningún gobierno quiere tener un muerto en una cancha de su jurisdicción, porque la caja de resonancia social que es el fútbol magnifica el problema. Pensemos que el ministro de Seguridad de Ciudad tuvo que renunciar en 2018 por una piedra que tiró un hincha de River sobre un micro.
–¿Cómo inciden los discursos de los actores del mundo fútbol, jugadores, relatores, comentaristas?
–La violencia en el fútbol es un fenómeno complejo, y empieza por la definición de qué es violencia y qué no lo es, como bien señaló el investigador José Garriga. Es un terreno en disputa que va cambiando con el tiempo, como queda muy claro hoy si miramos ciertos discursos que emergen de altas esferas del Gobierno, hace un tiempo inconcebibles. Además, en Argentina se fue configurando de manera especial por la evolución del propio mundo del fútbol y por los nexos que este tiene con otros mundos sociales, como el político. Esquemáticamente pienso a la violencia en el fútbol argentino en tres planos. Uno cultural, relacionado a la manera tan antagónica en que se conciben las rivalidades, al aguante, a la construcción de la masculinidad y a la cuestión territorial. Otro plano es el organizacional, ligado a cómo se piensan y organizan los eventos deportivos, con la policía como el actor central. Y un tercer plano delictual, relacionado al perfil que fueron adquiriendo las barras bravas en los últimos 20 años, cada vez más involucradas en economías informales e ilegales, que es una particularidad propia de nuestro país.
Argentina presenta cifras de violencia en el fútbol (muertes, incidentes) mucho más altas que otros países de la región. Ahora, cuando miramos indicadores de violencia social general (homicidios, robos violentos, etc.), Argentina permanece como uno de los países más pacíficos de Latinoamérica. Esto indica que nuestro fútbol construye su propia violencia, y que todos los que formamos parte del mundo del fútbol la ejercemos de distintas maneras. Ya sea con cánticos, con discursos, con violencia física, etc.
–¿Las apuestas online son un nuevo foco?
–Las apuestas online y su deriva patológica, la ludopatía, se convirtieron en un problema público en el último año en nuestro país. Como ante todo fenómeno problemático que explota de la noche a la mañana, los discursos dominantes (medios, políticos, etc.) se posicionaron desde los pánicos morales: de repente, parece que quien apuesta es un ludópata y que apostar lleva irremediablemente a perder grandes sumas de dinero y endeudarse. Desde el Programa de Estudios Sociales del Deporte de la Unsam, con el Dr. Juan Branz venimos haciendo una investigación con jóvenes de 13 a 21 de todo el país usuarios de apuestas, y encontramos cosas interesantes. Si bien reafirman que las apuestas son un nuevo foco de conflicto abierto para familias y educadores, muestran que es clave reponer la voz de los jóvenes para entender mejor el problema.
–¿Qué cosas encontraron?
–Primero que el driver principal que lleva a los jóvenes a apostar no es ganar dinero sino jugar, y hacerlo con amigos, como actividad de sociabilidad. La mayoría apuesta como diversión y también “para que pase algo”, como forma de matar el tedio. Aparece de forma recurrente entre ellos la idea de que “el que apuesta al final siempre pierde” y saben caracterizar a los “buenos” y “malos” apostadores. En segundo lugar, observamos que las apuestas deportivas están cambiando la forma de consumir espectáculos deportivos. Muchos jóvenes apuestan en vivo en partidos y señalan que de esa forma no son sólo espectadores, sino que “compiten”. Las apuestas también los llevan a prestar atención a situaciones no tan relevantes del juego, como ser un córner o una tarjeta en fútbol, sólo porque apostaron sobre esas situaciones. Y el tercer punto es que las apuestas deportivas se vinculan al universo de las nuevas subjetividades económicas y a la financiarización de la vida cotidiana: algunos jóvenes nos dijeron que las consideraban “inversiones” y son numerosos los que creen que, “estudiando” y dedicándole tiempo es posible ganar dinero con ellas.
–¿El uso de la tecnología refuerza la idea de fraude?
–Los complots y las conspiraciones son un rasgo característico del fútbol en nuestro país. Como hinchas solemos ver “manos negras” que operan para perjudicar a nuestro equipo: decisiones dirigenciales, intereses políticos o corrupción arbitral que irremediablemente nos afectan a nosotros y favorecen al otro. La frase “nuestros dirigentes no tienen peso en AFA” refleja muy bien eso: la idea es que el fútbol no se define siempre en la cancha sino en otros lugares, y por eso hay que controlar también esos lugares para ganar: la tribuna, los escritorios, la política municipal o provincial. Lo malo es que en nuestro fútbol ser paranoico no significa que no te estén persiguiendo, porque siempre alguna de esas teorías conspirativas termina siendo cierta y los hinchas, al imaginar que el fútbol no se define en la cancha sino en otro lado, consideran que ellos también pueden influir en el resultado. El clima de sospecha constante es padrino de la justicia por mano propia. Y las apuestas alimentan más las suspicacias, porque ya hay varios casos confirmados (por ahora en categorías menores y juveniles) de futbolistas que perjudicaron a su equipo tras recibir dinero de apostadores. Es complejo porque las casas de apuestas son hoy una fuente de financiamiento importante para la industria del fútbol global, esponsorean a AFA, a River o a Boca.
–¿Y qué ocurre con el Var?
–El VAR prometía eliminar la aleatoriedad humana en las situaciones polémicas del juego. Un ojo tecnológico todopoderoso que venía a remediar lo que le escapaba a la visión falible de árbitros y jueces de línea. En parte lo hizo y su efectividad no puede ser cuestionada, como cuando determina si la pelota cruza la línea de gol o no. Pero su gran problema es que no se limita a aclarar lo dudoso, sino que aspira a descubrir lo que pasó desapercibido: así, offisdes milimétricos y fouls imperceptibles pueden cambiar el desarrollo de un partido y, el VAR lejos de terminar con la duda agrega nuevas capas de incertidumbre al hincha, por naturaleza desconfiado. Peor aún, cuando el árbitro es “llamado” por el VAR para decidir sobre una jugada que no vio en el momento en que sucedió: se mantuvo la arbitrariedad sobre las decisiones del juego, aún con un soporte visual y la ayuda tecnológica. Entonces aquella promesa de una justicia infalible nunca se cumplió, y se mantuvieron entre los hinchas las teorías conspirativas, ahora magnificadas y complejizadas por haber más actores en la toma de decisiones inmediatas del juego.
–Estudia el recorrido de los jóvenes que aspiran a ser futbolista y la respuesta del sistema deportivo ¿a qué reflexiones arribó?
–El recorrido que lleva a un chico a convertirse en futbolista profesional es fascinante como objeto de análisis sociológico. Con Federico Czesli venimos estudiando ese proceso desde hace 10 años a partir de una beca de la FIFA que nos permitió trabajar en clubes de Argentina, México y Francia, y sostenemos que el “sueño” de ser futbolista –y lo que eso conlleva: dinero, fama, reputación– se convierte en un proyecto de vida compartido entre club y jugador. Para llegar a cumplir ese sueño, los jóvenes se someten a un proceso de profesionalización temprano que es sumamente intenso y exigente, pero a la vez absolutamente incierto. Si el resultado deportivo no es satisfactorio, la institución puede cortar de la noche a la mañana con ese proyecto, con gran impacto en las subjetividades de los pibes, porque el objetivo de los clubes es ganar partidos, torneos, y bajo esa lógica gestionan existencias que son sociales y afectivas. La precariedad y la vulnerabilidad son elementos que caracterizan al mundo de las juveniles en nuestro país en términos generales, más allá de que haya clubes que trabajan muy bien.