Un correo muy especial

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Hola, ¿cómo estás?

El mail que te mando hoy es distinto. Quiero que sea directamente David quien te cuente su historia.

Adelante David, te leemos:

Hola. Mi nombre es David. Cuando tenía 11 años, conocí por primera vez a Ariel y Guillermo, una pareja que quería adoptarme. Antes de conocerlos, vivía al cuidado de una de mis hermanas mayores y la jueza quería llevarme a un orfanato.

Ariel y Guillermo no se parecían tanto como para ser hermanos. Uno era bastante más alto que el otro, tenía la nariz más grande y las facciones más marcadas. ¿Serían amigos? ¿Cuñados? No entendía. Mientras les hacía la pregunta, levanté la vista y los miré a los ojos. En ese momento, sentí que había encontrado lo que había estado buscando. En ellos, vi el amor.

“Somos pareja y estamos casados. Y estamos muy felices de estar acá”, me respondieron. Una semana después, los empezaría a llamar papá. Pero hasta ese momento, todavía eran el muralista Ariel Ocampo (53) y el empleado público Guillermo Boccamazzo (51).

Hasta ese día, no sabía que dos hombres podían casarse. Tampoco sabía que una mirada podía transmitir tanto amor. Y menos que una mirada así podía darme la seguridad de que me esperaba la oportunidad de tener una vida feliz.

En ese momento, sentí que había encontrado el amor y no quería perderlo. Le expresé a la trabajadora social mi deseo de irme a vivir con ellos a su casa de Córdoba capital.

Esta es la foto de uno de los recuerdos más lindos de mi vida: el primer día que compartí con mis papás en casa. Esa tarde jugamos al jenga

Apenas unas horas después, jugamos al yenga. Fue el primer regalo de muchos. Al día siguiente, conocí al resto de mi familia. Aunque estaba desbordado de felicidad, los primeros dos días casi que me dolía la cabeza de tanta información.

Nunca había vivido en un hogar o una familia “convencional”. De repente, había horarios para ir a dormir, juguetes que ordenar y el nombre de decenas de familiares que aprender.

Algo que tampoco había tenido jamás era un cuarto propio, un lugar en el que pudiera tener privacidad. Estaba decorada con un mural de Hora de Aventura que empecé a mirar gracias a mi padre. De la mano de Ariel y Guillermo también tuve mi primer festejo de cumpleaños. Antes, siempre pasaba, así sin más, como cualquier otro día. Pero la mañana en la que cumplí 12 años, mis papás me levantaron con una mini torta lista para soplar las velitas antes de ir a la escuela.

Después de tantos años de alternar entre vivir al cuidado de alguno de mis hermanos mayores y rotar entre distintos hogares de Córdoba, me sentía “bloqueado”. Prácticamente había dejado de ir al colegio. Pero cuando llegué a mi nuevo hogar, sentí como que me “debloqueé”. Vi en mis papás una luz que me alumbraba. En sexto grado fui escolta de la bandera y después terminé el secundario sin llevarme ni una sola materia.

Así nos vemos hoy los tres: yo con Ariel (a la izquierda) y Guillermo. Somos familia

Yo me sentí hijo desde aquél día en el juzgado. Pero, por mucho tiempo, legalmente eran mi “familia de acogimiento”. Recién a mis 15 años logramos, como familia, la adopción plena. Pero lo más emocionante fue cuando, después de tanta burocracia, ví en mi documento los apellidos de mis dos papás: David Boccamazzo Ocampo.

Cuando era chico, antes de que me adoptaran, todo lo que sentía era odio y tristeza. Mi sueño más grande era tener una familia que me enseñara qué es el amor, y se cumplió. Para mí, el amor es un lugar donde te elegís con otra persona, en el que te sentís cómodo y podés expresarte como a vos te guste. Y eso es mi familia para mí: un lugar de contención, en el que me escuchan, me apoyan y me aman.

No detesto a las personas que juzgan a otros por cómo son, que me juzgan a mí por tener dos papás. Más bien me duele, porque no pueden ver más allá de su realidad, no pueden ver el amor que hay en familias como la mía. Todos los días van a haber personas que juzguen a mi familia por cómo son, y nosotros siempre vamos a luchar para mostrarles quiénes somos en verdad: una familia feliz, amorosa y trabajadora, que no le hace daño a nadie.

Mis papás me enseñaron la importancia de ser buena persona y extenderle una mano al otro para ayudarlo a levantarse. Soñaba con tener una familia que me enseñara a leer, a escribir, a cocinar, a sumar y a restar. Pero, por sobre todo, quería a una familia que me enseñaba qué era el amor. Y la conseguí.

Gracias David por compartir tu historia, ahora sigo yo, Javier. No tengo mucho que agregar al relato hermoso que hizo David y que me recuerda a una historia reciente contada por un cineasta.

Solo les quiero reconocer que me genera mucha admiración el hecho de que Ariel y Guillermo le hayan permitido a David cumplir el sueño de tener una familia.

Si querés leer la historia completa de él y sus papás, podés entrar acá.

Eso es todo por hoy. Buen fin de semana.

Saludos,

Javier