Obsesivo, autoritario, extraño. Así describen quienes conocen a Leandro Tulia, el entrenador de vela en la escuela Optimist que recientemente fue denunciado en la justicia por su exalumna Eugenia Bosco por abuso sexual. A ella se sumaron tres víctimas más. Y desde entonces, lo que eran comentarios por lo bajo explotó: la figura de ese hombre recio y fabricante de campeones terminó de romperse para los que todavía permanecían ajenos a su costado oscuro. “Qué buena que está esa chica”, podía decir sin ningún cuidado a sus alumnos varones sobre una compañera de ellos: todos menores de 12 o 13 años. El gesto, rescatado por LA NACION para esta investigación, grafica parte de la personalidad de Tulia. La que el pequeño mundo de la vela observó durante muchos años sin tomar medidas contra él.
Bosco, que se llevó la medalla de plata junto a su compañero Mateo Majdalani en los Juegos Olímpicos de París, ofreció una extensa entrevista a LA NACION en la que detalló que los abusos ocurrían en el club donde ella entrenaba a los 12 años. Aunque no quiso mencionar el nombre del acusado ni del club, se trata de Tulia y del Yacht Club Olivos, según pudo averiguar este medio. Una semana después de la denuncia que sacudió al deporte argentino, la acusación pesa sobre una persona que solía ser de renombre en el mundo de la vela, pero que desde hace unos años comenzó a perder lentamente ese prestigio. Entrenador de la escuela que va desde los seis hasta los 15 años, en sus inicios Tulia se ganó la reputación de ser un instructor duro, pero eficaz.
Oriundo de Zárate, y amante del deporte desde su infancia -compitió en Optimist cuando estaba en el Club Náutico local-, arribó a Olivos 20 años atrás a partir de una oferta laboral. Su llegada significó un antes y un después para el Yacht Club, una institución de la zona norte del conurbano. Tulia se mudó al club y no miró atrás. Le dieron una habitación en una pequeña casona de madera dentro del predio y, desde entonces, se volvió un obsesivo de su profesión.
Pasó a estar disponible todos los días, y a toda hora, para la vela. En el ambiente recuerdan su presencia constante alrededor de los barcos, observando o reparándolos en cada minuto libre en el que no estuviera dando clases. Pintar, arreglar mástiles, robando horas de su descanso. Muchos lo consideraban una eminencia tanto en la enseñanza como en el estudio de los barcos.
Apodaron el “Boom Caroso” al impacto que tuvo su llegada, en relación al apodo por el que se lo conoce. Aquel hombre minucioso puso al club en boca de todos, a pesar de que siempre tuvo menos renombre que los clubes náuticos tradicionales. De repente, todos querían que sus hijos entrenaran con él, en especial los padres interesados en que los niños fueran relevantes en la disciplina que se acostumbró a ser el mayor aportante de medallas para Argentina en los Juegos Olímpicos en las últimas dos décadas.
De esa forma es que muchos pequeños deportistas de lugares lejanos de la provincia de Buenos Aires, pero también de otros distritos del país, comenzaron a acercarse a la escuela Optimist del YCO. Tulia abría sus brazos a aquellos que venían de afuera de Olivos. Muchos niños pasaban los fines de semana en el club mientras practicaban con Tulia. Algunos, como narró Bosco, dormían en la casona de madera que tenía cuatro habitaciones, pegadas una al lado de la otra, y dos baños. Una de ellas era del entrenador.
Aunque había camas limitadas, cuando era necesario se tiraban colchones en el piso: había lugar para todos. Tulia representaba una figura paterna para muchos de ellos, alguien que los albergaba durante los días de distancia de sus familias y hogares. Era el único adulto responsable a cargo. “Para mí, Caroso es como mi papá”, comentaba una de sus alumnas en una entrevista que brindó a un medio náutico. Para los niños que asistían, quedarse a dormir en el club era una diversión excepcional. Se encontraban con sus amigos, entrenaban y después tenían los lujos que significaban estar en Buenos Aires para un niño, como comer comida chatarra de marcas que todavía no habían llegado a sus pueblos o ciudades de origen.
“Éramos un grupo grande que se quedaba a dormir en el mismo lugar, todos bajo el cuidado de esta persona. Era un pequeño mundo. Que al final, cuando sos niño, es muy divertido porque estás con tus amigos, estás en un ambiente que creés que controlás, digamos, porque estás en un club, te sentís cuidada y sobre todo tus papás confían y te dan esa confianza de quedarte a dormir ahí”, contaba Eugenia Bosco una semana atrás a LA NACION. Aun así, aquella casona también ocultaba secretos.
No todos acordaban con el “método Caroso”. Tulia era exigente y autoritario y eso se conocía en el ambiente de la vela. Los comentarios rondaban. Los niños que integraban sus equipos eran especiales, de muy alto nivel deportivo, y desde afuera muchos veían a ese mundo como una secta: quienes no la integraban, odiaban a Tulia; quienes estaban dentro, lo vanagloriaban.
Sus agresiones verbales no eran desconocidas, pero sí justificadas por parte del ambiente por sus grandes resultados. A los gritos y con una gran variedad de insultos, el entrenador consideraba que la forma de hacer que los chicos fueran grandes en el deporte era haciéndolos sentir pequeños. Cuanta más exigencia por la perfección, mejor. Era agresivo con todos, peor era con aquellos que eran malos. “No servís, barrefondo”, denigraba a los que salían últimos en las carreras.
En 2019, en una entrevista con el medio náutico Proa al Sol, se quejaba de cómo los clubes habían bajado la exigencia: “Bajaron la cantidad de entrenamientos y hay una política de no ser tan exigentes en una etapa inicial como el Optimist. Están buscando que haya una vela más de juego que de competencia a nivel federativo y general, buscan bajar el nivel”, decía.
El maltrato era constante frente a los alumnos porque era parte del método. Y a ello se sumaban los comentarios sexuales, frecuentes y sin decoro. También se realizaban frente a otros alumnos y los utilizaba como parte de la enseñanza. Otra víctima, que no quiso revelar su nombre, comentó a LA NACION que el entrenador hablaba de orgasmos frente a ellos o mencionaba el desarrollo de la pubertad en las niñas. “Qué buena que está esa chica”, expresaba frente a los niños sobre una de sus compañeras. Muchas de sus palabras giraban en torno al cuerpo de los chicos y, allí, el trato era diferencial. Las niñas sufrían los comentarios sexuales inapropiados de su parte, mientras que a los niños los criticaba por su cuerpo; por ejemplo, si habían subido de peso. En ese contexto es que surgieron los abusos, en forma de tocamientos y masajes que se denuncian en la causa actual. La denuncia, realizada inicialmente por Bosco en octubre, quedó radicada en la UFE Género de Vicente López, a cargo de la fiscal Lida Osores Soler.
A veces, los abusos ocurrían bajo amenaza: la advertencia de que lo que pasaba allí no podía contarse fuera; mucho menos, a sus padres. Otras, a cambio de privilegios de toda índole: Tulia les daba el mejor colchón, el mejor acolchado o el mejor barco a quien él elegía. También les hacía regalos como, por ejemplo, chocolates. A algunas niñas les daba el carácter de “preferidas”. Todo variaba para ellas, hasta que dejaban de ser las favoritas y caían en la angustia, sin entender las razones de ese cambio repentino.
Aun así, había comentarios sexuales dirigidos a todos de la misma forma. “Ustedes se tienen que coger al barco”, explicaba a sus alumnos en las largas clases teóricas que brindaba. Sus expresiones se daban con niños que ni siquiera lograban entender el significado de sus palabras, muchos de los cuales solo pudieron hacerlo cuando fueron adultos. “Hablaba de cosas que yo no conocía a esa edad. De grande entendí que era raro”, señala ahora una de las víctimas.
“Es que al final no conocés otra cosa, vivís tu pequeña realidad. Cuando te vas distanciando de todo eso, o cuando hablas con gente de otros clubes, o cuando vas creciendo, te vas dando cuenta de que había cosas que no estaban bien”, reflexionó Eugenia Bosco. Los abusos y comentarios no ocurrían solo en las instalaciones del club, sino que también se daban en torneos o campeonatos para los que debían viajar. Allí, Tulia bajaba levemente el perfil y los insultos ocurrían con menor frecuencia, para evitar los juzgamientos de ajenos.
Pero era en esa casona de madera donde ardían las llamas del infierno, aunque nadie veía el fuego. “Había mucho hermetismo”, sostiene una víctima, quien remarca el rol de autoridad que tenía Tulia. Quien mencionara siquiera el maltrato, más tarde era “tomado de punto” por el entrenador: el niño que hablaba era ignorado por Tulia o, en otros casos, insultado en mayor medida.
Tulia vivió en el club hasta hace diez años atrás, cuando el YCO cambió su política y determinó que ningún empleado podía vivir allí. Desde entonces, la institución le paga el alquiler de un departamento a unas cuadras del lugar. Todavía hoy, en medio del escándalo que tomó estado público tras la entrevista de Bosco con LA NACION. El club habla de “neutralidad”: esperan una decisión firme de la justicia.
En los últimos años, la reputación de Tulia comenzó a bajar y el prestigio que lo rodeaba se disipó. El maltrato verbal dejó de pesar más que los grandes resultados y la cantidad de alumnos disminuyó. En internet ya casi no quedan rastros de él. Tras la publicación de este medio, el entrenador eliminó todo el contenido de su cuenta de Facebook. Solo quedó una foto de perfil y una de portada. En la primera, Tulia mira a la cámara, con unos anteojos de marco azul y un semblante serio. Detrás, el Museo de Leonardo Da Vinci en Florencia, Italia. De portada, un fondo blanco con un logo. “Caroso Sails”, dice. Se trata de una academia de vela conformada por Tulia, Andrés Quagliotti y Nicolás Fidalgo, con la que buscaban organizar clínicas de perfeccionamiento y eventos. Aun así, fue un proyecto muy corto y no llegó a prosperar.
La denuncia generó algo de aislamiento y cierta lejanía por parte de su familia: hay un malestar general detrás de la idea de que el apellido esté “manchado”. Por el momento, la causa se encuentra en las etapas iniciales: la fiscal recaba información y testimonios de víctimas y testigos. Tulia se encuentra de licencia en el Yacht Club Olivos, por lo que todavía recibe su sueldo y el pago de su departamento. Mientras tanto, dos nuevas víctimas se sumaron a declarar. LA NACION se comunicó por segunda vez con el acusado, que se mantiene callado: se negó a realizar declaraciones.