Nathy Peluso, la reconstrucción del camino de una artista única que rompe todos los estereotipos del mundo de la música

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Dice que cuando terminó la gira de Calambre se preguntó cómo superar la catarata de premios, escuchas y récords que tuvieron sus canciones. Y la respuesta fue asesinar la fórmula del éxito seguro para contar una historia a través de un disco conceptual. Con el lanzamiento de Grasa, la cantante cuestiona la productividad de la industria musical y enfrenta sus monstruos internos con un sonido que vuelve a sus raíces. Una evolución sólida de su inigualable destreza interpretativa para llegar al trabajo más revelador de su carrera.

Sofía sale del temible pabellón criminal del hospicio Arkham pero sabe que no está loca. Su cabeza no para. ¿Qué va a hacer ahora? Reconstruirse, erigirse como una nueva reina hecha con los despojos de la que alguna vez fue. Deshacerse del apellido paterno, Falcone, y abrazarse a una nueva identidad que honre el de su madre: Gigante. Parece mentira, pero ese ser tan frágil, cuyo cuerpo se balanceaba colgado del techo ante sus ojos infantiles, se apellidaba así.

Sofía Gigante es la contradicción en carne viva, se alimenta del amor que alguna vez sintió y del polvo de sus muertos, de la libertad y la dependencia, del dominio y la esclavitud. Y en esa Ciudad Gótica que se ve como si hubiera sido erigida detrás un vidrio engrasado, ella volverá con sus hombreras y el flequillo cortado con los dientes. Con esos ojos de animé bien abiertos un viernes a las 3 a.m y será rap, rumba, Rambo, mambo, ritmo, blues, soul, alma electrónica, arma letal.

Porque Sofía Gigante, en el rostro azarado y azotado de Cristin Milioti, no es un spin off de Batman ni la protagonista de la serie El PingüinoEs la ama de esa historia que está escribiendo en este momento mientras la imagino escuchando “Corleone”, la canción que abre Grasa, el segundo y monumental disco de estudio de Nathy Peluso.

“Esta ambición me está matando”, canta su voz rasgada, partida al medio. “Me fumo un cigarrillo, llanto y pena. Gloria y paz. Y aunque lo consiga todo, siempre quiero más”. La fama y el poder son barriles sin fondo, prestamistas de tu alma. Nunca cancelarás el capital, solo pagarás los intereses. Un imperio, un palacio brillante, una pena muy honda y un bolero que, misteriosamente, se llama como un jefe mafioso, pero es justo reconocer que hasta Don Vito amaba a sus hijos y a su gato.

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Nathy Peluso contó varias veces que siempre sintió fascinación por el mundo de la mafia, con sus códigos, sus reglas de sangre, la lealtad y el sacrificio, la gloria y la tragedia. Y ese (des)amor que rompe de entrada en su último disco, está marcado por el mismo beso de la muerte que Michael Corleone le da a su hermano Fredo. Nathy mira las luces de una lejana Buenos Aires y la grasa de las capitales no se banca más. Sofía Gigante se aferra a las últimas imágenes del naufragio de Ciudad Gótica. El disco sigue girando, los temas en loop, suena “Todo roto”, su feat con Ca7riel y Paco Amoroso. “Levántate, perra”, Nathy, Sofía. “Si te duele, curita. Todo roto, de mis moves tengo yo el control remoto.”

Con la cantina, con la cantora/ Con la televisión gastadora/ Con esas chicas bien decoradas/ Con esas viejas todas quemadas/ Gente re-vista, gente careta/ La grasa inunda cual fugazzeta.”

(“La grasa de las capitales”, Serú Girán)

Es 3 de mayo de 2024 y Nathy Peluso está presentando Grasa en Times Square. Los afortunados que concurren al evento se ven sorprendidos por porciones de pizza y servilletas chorreadas de muzza y aceite con el nombre del disco. De pronto, Nueva York es la calle Corrientes en 1979. Solo falta el moscato, la fainá y los cines del centro que ya no existen. Persisten el clima enrarecido, la frivolidad orgullosa y la furia mientras la ironía se la rebusca para no morir en un mundo condenado a la literalidad. La grasa de las capitales también fue un segundo disco de estudio: Grasa es, para Nathy Peluso, lo que La grasa de las capitales fue para Serú Girán.

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Dice que no lo pensó conscientemente pero que toda la vida escuchó a Charly García; y viéndolo en retrospectiva, nadie supo expresar tan bien lo que ella sintió al componer los 16 temas que gestaron un disco conceptual, como los de antes.

Cuenta la leyenda que grabó los videos que acompañaron el lanzamiento audiovisual durante 15 horas de corrido. Casi sin respirar, reptando por el set, fumando o cantando como una Gloria Estefan seducida y abandonada con su cuerpo desparramado en una jaula. Pero antes de eso escribió otro disco entero y lo tiró, de una, a la basura. Si para dejar de ser hijo en algún momento hay que matar simbólicamente al padre, Nathy decidió asesinar la fórmula del éxito asegurado, liquidar la fama, barajar y dar de nuevo.

“Maté un disco y en el momento sentí que me había equivocado y una sensación de fracaso re heavy”, le dijo a Rolling Stone y agregó: “Pero luego me di cuenta de que era precisamente lo que tenía que vivir para llegar a Grasa. Fue un aprendizaje. También desde el lado de productora, como letrista, como cantante, me ayudó a formarme y componer todas esas canciones. No todo lo que hacés tiene que tener una productividad tangible de cara a los demás… Yo llegué con muchísimas ganas de escupir todo lo que tengo ahora. Es muy de mi presente. No quiero que pase el tiempo, que caduque y que se transforme en otra cosa. Tengo muchas ganas de contarlo ya. Siento que le debo mucha música a la gente por tanto tiempo que estuve construyéndome a mí misma. ¿Para qué voy a estar coqueteando? Quiero soltarles todo esto y que sea lo que Dios quiera. Estoy huyendo de las estrategias, de la corporatividad, de la burocracia. Simplemente quiero sacar música y música y más música. Me quiero cansar de sacar música”. La urgencia tuvo más que ver con escaparle a la depresión que con llenar estadios, salir de la melancolía eterna de sufrir.

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Lo que en otros artistas suena más a marketing que a verdad, en Nathy Peluso se puede palpar. La aspereza y la bravura de Grasa es una manera de enfrentar sus monstruos, hacerles estallar los oídos, arrastrarlos por tantos estilos musicales hasta lograr dejarlos exhaustos pidiendo piedad. Te amo, te odio, dame más.

Dice que cuando terminó la gira de su disco Calambre se preguntó cómo seguir, de qué manera superar la catarata de premios, Grammy Latinos y Gardel, el bombazo global que fue su BZRP Music Session, los estadios abarrotados de un público entregado a la sensualidad de esas caderas argentas, carnosas, descaradas. Y mientras coreaba hasta al mismísimo Camilo Sesto sintió que efectivamente vivir así es morir de amor. No quiso que así fuera.

¿Qué hay después?

Los atletas de élite conocen el sentimiento que viene después de la medalla olímpica. Muchas veces, una abismal sensación de vacío. Quizás la misma extrañeza y alienación que la acompañó a España cuando partió junto a su familia desde la Argentina a los 9 años, huyendo de la crisis de 2001. Dice que siempre se educó en colegios de inmigrantes, que su primer novio fue colombiano, que su corazón está donde vaya Fito Páez y que siempre está volviendo. Incluso, a aquellos lugares en los que nunca estuvo.

En un país donde “grasa” es sinónimo de pardo, de nuevo rico con mucha plata y poco gusto, de ostentación impúdica, de cuerpos no hegemónicos, de rubio oxigenado en barrios populares, Nathy Peluso se abraza a eso hasta exprimir todo el aceite. Y si las redes gritan “gorda”, “mersa” o “autotune”, ella responde con un bife de chorizo, cuatro empanadas fritas, 16 canciones maravillosas y las palabras que comparte con C. Tangana en su canción “No les creo nada (skit)”:

“Yo no les creo cuando hablan/ No les creo cuando dicen que soy el mejor/

Ni cuando dicen que soy el peor/ Solo les creo cuando bailan, cuando ríen, cuando lloran/ Ahí no tienen forma de mentir.”

Legendario

Tres Grammys latinos ganados, una nominación al Grammy como “Mejor Álbum Latino de Rock o Alternativo” para Grasa, colaboraciones con Duki, Ca7riel y Paco Amoroso, C. Tangana, Blood Orange, Lua de Santana. Una presentación legendaria en el Tonight Show con Jimmy Fallon, donde interpretó un medley que incluyó El día que perdí mi juventud y Corleone junto a Blood Orange.

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Con solo 29 años ya ganó cinco Grammys Latinos, igualando nada menos que a Mercedes Sosa en el mayor número de estos premios para una artista femenina argentina. También es la primera mujer en ganar la categoría “Mejor Canción de Rap/Hip-Hop”. Lo que escapa a tantas estadísticas y galardones es muy difícil de transmitir, hablamos de la intimidad de un disco que te agarra de la mano y no te suelta nunca más. Hay que ser muy valiente para tirarse de cabeza a la prosa callejera, los meneos tropicales, los precipicios de jazz y a los rascacielos del R&B sin romperse todos los huesos. También es necesario ser temeraria para contar una historia a través de un disco en épocas donde la inmediatez mata a la memoria y las canciones se apilan en listas como cajas de zapatos que nunca vas a usar.

Esta nota es una invitación a perderse en el sonido de Grasa sin lavarse las manos, saboreando cada porción, comiéndose los bordes, sorbiendo la espuma de la birra, limpiándose los dedos con una servilleta de papel madera. En la barra, de parada, como el Diego en Las Cuartetas a la salida del civil después de casarse con Claudia. Las calles de Ciudad Gótica y las de Buenos Aires tienen ese qué sé yo. Nathy canta: “Si alguna vez me equivoco, mamá, te prometo volver a intentarlo”.

Fotos: gentileza Sony Music