La mañana no podría ser mejor: soleada, radiante, con una temperatura que no supera los 25 grados y un amigable viento de ocho nudos. Las aguas del extremo norte del Río de la Plata, a un puñado de kilómetros de la salida del Club Náutico San Isidro, invitan a navegar recreativamente durante horas, disfrutando del encanto de la brisa. Sin embargo, a la distancia, a otra escala, furiosos, se advierten dos 49er, veloces veleros olímpicos para dos personas. En uno batallan Klaus Lange como timonel [uno de los cuatro hijos de la leyenda, Santiago Lange] y Calixto Varela como tripulante; en el otro, Tadeo Funes [dos títulos mundiales en 29er] y Hernán Paulucci. “¡Tres, dos, uno, tooop!”, grita Klaus, que lleva la voz cantante del grupo. Ambos timoneles activan el cronómetro al mismo tiempo y empiezan a maniobrar la embarcación, coordinados, haciendo circuitos en forma de ocho. El objetivo de esa porción del entrenamiento es virar una boya a la distancia. El camino de cada 49er hasta la señal es independiente; lo importante es cumplir con el propósito. Lo hacen una y otra vez, por una dirección y por otra, una y otra vez, con poco descanso para hidratarse. Los cuatro regatistas realizan un enorme esfuerzo físico durante casi dos horas, se empujan al límite, sostenidos por trapecios que se sujetan a los arneses en la cintura, llevando el cuerpo colgado por fuera del barco, cual si fueran acróbatas circenses.
La demanda también es emocional, ya que todo el tiempo están tomando decisiones y una mala lectura del viento puede ocasionar problemas, incluso el vuelco de la embarcación. El timonel es el encargado de dirigir el rumbo, resolviendo tácticamente para maximizar la velocidad [los 49er pueden alcanzar los 45km/h, que sobre el barco y con viento a favor parece el triple]; el tripulante se enfoca en trimar las velas [tres, en este caso: mayor, foque y spinnaker] para adaptarse a las condiciones cambiantes del viento y optimizar la velocidad del barco. El fuerte entrenamiento que LA NACION logró escoltar, a pocos metros, desde un gomón, es lo que sucede casi a diario en ese sector del Río de la Plata. La producción de navegantes en la Argentina es, históricamente, muy rica. El contagio y el conocimiento transmitido por los grandes referentes es una de las razones. De hecho, con once, la vela es el deporte que más medallas olímpicas le dio al país después del boxeo (24). Mateo Majdalani y Eugenia Bosco, ganadores de la presea plateada en la clase Nacra 17 en París 2024, son los últimos eslabones de una larga cadena: desde Carlos Espínola en clase Mistral, a las gestas de Juan de la Fuente en la clase 470, en dupla con Javier Conte o con Lucas Calabrese, también Serena Amato en clase Europa y, más atrás, los héroes de plata de la clase 6 Metros en Londres 1948 y de la clase Dragón en Roma 1960, sumados a los dorados Santiago Lange y Cecilia Carranza, en Río 2016.
Otra de las explicaciones sobre la valiosa estructura de navegación nacional es el clima benigno -incluso en invierno, algo con lo que no cuentan en el hemisferio norte-, que ayuda a que haya veleros, de competencia y de paseo, durante cada fin de semana, en un mapa muy federal. De Tigre a Quilmes, de la ribera norte del Río de la Plata y siguiendo por el Paraná, también en San Pedro y Rosario. “El río, lo primero que tiene, es que es de color marrón. Parece gracioso, pero lo llamamos ‘el barro’. Cuando viene gente de afuera lo mira y es como que no quiere tocar el agua. Para ser bueno en el barro tenés que ser muy bueno. Al no ser agua salada, cuesta más, el bote va más agarrado, parece todo el tiempo trabado. Es como en el tenis, las distintas superficies. Nos reímos porque en la jerga decimos ‘vamos a llevarlo al barro’. En la cancha del Bayern Múnich nunca pica mal la pelota, pero no todos pueden jugar en el potrero del Diego”, dice, con una sonrisa, Klaus, que se inició en la navegación a los 5 años y, en 2016, junto con su hermano Yago, obtuvieron el séptimo puesto en 49er en los Juegos Olímpicos de Río, logrando un diploma. Hoy, a los 29 años, Klaus tiene una obsesión como entrenador de la categoría 49er para equipos nacionales: ayudar a los jóvenes regatistas a perfeccionarse, foguearse y obtener una plaza para Los Ángeles 2028. Pasional, dice que siente una obligación moral por lo que el deporte le entregó a él. Es el motor de un sueño olímpico motivante, pero complejo. Como sucede en otros deportes en la Argentina, la vela ostenta un fructífero semillero, pero lo más espinoso es lograr el salto internacional y equipararse con las potencias. Los altos costos [un barco de este tipo puede costar US$ 30.000], la carencia de infraestructura local y la distancia geográfica con los centros náuticos más importantes de Europa y Estados Unidos son obstáculos con los que se topan a diario. Los atletas en cuestión estudian, hacen mucho a pulmón, tienen algo de apoyo privado, pero necesitan más. ¿Con qué cuentan? Con la sabiduría de los que ya la vivieron.
Klaus Lange, junto a su hermano Yago, salió séptimo en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y ahora quiere formar nuevos navegantes
“Quiero devolverles a los chicos todo lo aprendido. Veo el talento que hay y, también, la falta de estructura a nivel federativo. He visto chicos muy talentosos que al año se quedan afuera de una categoría olímpica. No quiero que eso pase. Estoy en un momento de mi vida, al ser padre y tener una familia, en el que quiero encabezar este proyecto. Estamos empezando una relación con chicos que ya fueron campeones mundiales juveniles y tienen un potencial enorme para ser medallistas olímpicos. Quiero ser un puente entre lo amateur y el alto rendimiento”, apunta Klaus y le brillan los ojos. Además de los regatistas ya mencionados, el equipo lo conforman Máximo Videla y Agustín Frey [ambos con tres títulos mundiales en la categoría 29er], el preparador físico Jorge González Guedes, Diego Hilaire (director estratégico) y Juan Badino (asesor estratégico). También tienen, naturalmente, el empuje de Santiago Lange y de Majdalani, un año mayor que Klaus y gran compañero de ruta en optimist, la categoría infantil de vela (además de buenos amigos y confidentes entre ellos y las familias). La categoría 49er, diseñada en los ‘90 por el neozelandés Julian Bethwaite, es parte de los Juegos Olímpicos desde Sydney 2000 [con la designación de skiff masculino; en la rama femenina se llama 49erFX] y recibe su nombre por la eslora, la distancia entre la proa y la popa, con una longitud de 4.99 metros. “¡Son los Fórmula 1 de la náutica!”, lanza, entusiasmado, un socio del club. Una vez en la tierra, la experiencia de alto rendimiento, de la que es parte LA NACION, continúa con una conversación reflexiva, en la que cada atleta expone su mirada y se anotan puntos vitales en una pizarra. “Puntualidad, precisión, conciencia, administración de riesgos, roles claros, fluir, divertirse, coordinación, confianza, estudio, empujar límites, energía”, son algunos de los conceptos que se leen. Esta vez, uno de los testigos en un espacio de camaradería montado en uno de los quinchos del Náutico San Isidro, es el propio Santiago Lange. “A nosotros nos enseñaron a navegar marineros, lo que era un peligro, porque había poca información. No teníamos entrenador. Nosotros nos enfocamos en la aventura. Y la única manera de llegar lejos desde la Argentina es siendo aventurero, porque vas a tener cosas que no están escritas en los libros, sobre todo si soñás con ser el mejor del mundo”, explica Lange, de siete participaciones olímpicas, la primera en Seúl 1988.
El velero
La categoría que les quita el sueño, la 49er, “es la más compleja del Juego Olímpico”, sentencia Klaus. Y prosigue, pedagógico: “Si mirás el porcentaje de atletas que están en las categorías más profesionales y difíciles, son todos los que vienen de 49er, lo que habla del nivel. Es un barco de planeo, con muchísima potencia. Hay que ser ágil, resistente, porque vas todo el tiempo parado y en movimiento. A diferencia del Nacra 17, que tiene dos cascos que se apoyan en el agua y tiene estabilidad, si a nuestro barco lo tirás al agua se tumba, entonces eso lo hace más físico para dominar. Hay que tomar decisiones todo el tiempo. El casco armado pesa cerca de 130 kilos y entre los dos tripulantes pueden pesar hasta 164 kilos”. Habrá distintas instancias para que los argentinos intenten clasificarse para Los Ángeles 2028, donde la acción se realizará en Belmont Shore (Long Beach), en el océano Pacífico. Una primera chance será en el Mundial de Cagliari 2025, aunque más compleja, porque allí se elegirán los mejores ocho países del mundo y, por el momento, la Argentina no integra esa súper elite. “Después hay plazas continentales y los chicos van a luchar por ese lugar regional en los Panamericanos de Lima 2027. Vamos a entrenar hasta que se consiga esa plaza olímpica, es un común acuerdo. Después habrá un selectivo en la Argentina para ver qué tripulación irá a Los Ángeles. Me genera mucha ilusión, porque los primeros en ir a los Juegos Olímpicos para la Argentina en esta categoría fuimos mi hermano y yo”, dice Klaus, que dice haber llorado frente a la TV cuando su papá y Espínola ganaron el bronce en la clase Tornado en Pekín 2008. ¿Instalarse en Europa, como en su momento hicieron Majdalani y Bosco, es una opción para los jóvenes que compiten en 49er? “Va a depender del presupuesto y de la cantidad de barcos que logremos que haya en la Argentina -expresa Klaus-. Vivir en Europa te acorta la distancia, pero no significa que sea la única manera. Captar gente, generar competencias locales, tener barcos de 49er, gente que navegue ese barco… ese es el objetivo. En el país hay tres embarcaciones de este tipo, pero mi sueño es que haya cinco o seis y generar que los que navegan en 29er miren que hay un siguiente paso y no se frustren para el futuro”.
“¿Cómo veo a Klaus? Lo más importante es que haga lo que le guste. Siempre traté de asegurarme de que mis hijos hicieran vela porque les gustaba y no por mí; es un desafío que tuve como padre. Lo veo muy feliz con este proyecto, que es muy sano”, se enorgullece el Lange, de 63 años. Mira a su alrededor, advierte la pasión de los jóvenes regatistas y añade, ante el respeto de los presentes: “Es lindo lo que se está gestando. Solamente va a llegar uno, pero la amistad con alguien que competiste ferozmente es una amistad que llega a otro nivel. Lo que están pretendiendo hacer, que es llegar a los Juegos Olímpicos, que es muchísimo y lograrlo desde la Argentina es muchísimo más, es un honor. Hoy, pensar que puedan ganar una medalla, es difícil; puede estar en el plan, pero hay que estar seguros y trabajar. El esfuerzo trae disfrute. Cuanto más difícil es la cosa, si finalmente la lográs, es más grande la felicidad”. Lo trascendente en el 49er es ser “rápido en las maniobras”, aporta Lange, que se descalzó no bien llegó al club, para estar más cómodo. “Pero después hay toda una manipulación de velas, la dirección de mástiles, la sensibilidad que tienen los chicos para llevar el barco rápido. Eso es un mundo aparte que lleva una vida aprender. Después está el arte de leer el viento, que es lo que más me apasiona. Si bien hoy la tecnología nos ayuda muchísimo, leer el viento es algo clave”, dice Santiago, consciente de lo que generan sus palabras en los atletas. “Me encanta estar acá porque veo mis inicios -afirma-. Cuando empezamos en la Argentina no se podía ni soñar con unos Juegos Olímpicos. Si bien tenía en casa un escudo olímpico de mi viejo en mi cuarto, no sabía con certeza lo que era. De casualidad fui a los Juegos de Seúl ‘88, había un selectivo en la Argentina, mi excuñado se lesionó, no pudo competir, me llamaron para saber si podía reemplazarlo, competimos, clasificamos, no teníamos plata, no teníamos nada. Yo tenía un astillero en el que trabajaba, como cualquier deportista amateur, entrenaba martes y jueves. Durante la preparación en invierno entrenábamos de noche porque yo tenía que trabajar en el día. A nuestros primeros Juegos fuimos con un equipo prestado del equipo inglés y con las velas usadas del equipo estadounidense. En esos Juegos tuvimos la suerte de ganar una regata, quedamos novenos, cerca de un diploma olímpico. Todo era una locura. No tenía ni idea de dónde estaba ni cómo era ese mundo. Ni sentí nervios”.
Seúl ’88, según Lange, fue “la semilla de lo que están viviendo los chicos hoy. Había que conseguir los recursos, estudiar mucho porque no sabíamos nada, formar un equipo, dejar cosas de lado. Había que aprender. Cuando tenía 10 o 12 años y navegábamos en un barco de madera, volví a casa llorando porque había perdido y se me había roto el timón. Y mi viejo, que era alemán y exigente, me dijo: ‘Las regatas se ganan en tierra’. En ese momento no lo entendí, pero después sí. Esa frase puede sonar dura hacia un hijo en un momento en el que uno está mal, pero me marcó toda la carrera. Todo pasa antes en el deporte. Cuando prendemos la tele y vemos un partido de fútbol, todo ya pasó, simplemente estamos viendo la ejecución actual. Entonces les digo a los chicos que se entrena como se va a competir. Hay que planificar. Mi abuela me traducía las revistas en francés para poder encontrar la puesta a punto de los barcos, las tácticas de regatas. Hay que leer y leer; el estudio lleva a entender por qué hacemos las cosas. Es un ajedrez en el agua”. Los jóvenes regatistas que hoy trabajan en el río bajo los consejos de Klaus se formaron viendo a los grandes espejos que posee la vela argentina. Pero hoy, con Los Ángeles 2028 en la mira, el gran desafío de cada uno es añadirle su propia impronta y energía para seguir escribiendo ricos capítulos. Otro gran sueño olímpico está en marcha.