Señor Presidente al cumplirse el primer año de su mandato usted puede exhibir logros macroeconómicos: redujo de manera significativa el déficit fiscal, cortó con la emisión monetaria y bajó la inflación –de 12 puntos a menos del 3 por ciento mensual–; ordenó el balance del Banco Central y recuperó reservas; calmó el mercado financiero; se ganó la confianza de los operadores locales e internacionales y bajó el riesgo país; desreguló y eliminó trabas burocráticas para la actividad empresaria y logró que vuelva el crédito bancario.
Para los más ricos hubo reducción de impuestos y un generoso blanqueo de capitales. Para los que operan en el sector financiero, importantes ganancias. Para los grandes empresarios fue una fiesta, en especial en el sector energético y minero. Les ofrendó el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones. En ese club selecto el apoyo que tiene hoy es unánime. Lo ovacionan en el campo de polo y en las reuniones empresarias con el mismo entusiasmo que en las reuniones internacionales de la ultra derecha que le encanta animar.
Pero para lograr esos objetivos incumplió una de sus principales promesas de campaña: el ajuste no lo pagó la casta, sino la clase media, los jubilados y los sectores más humildes de la población.
La brutal devaluación inicial aumentó en diez puntos la pobreza (hay cuatro millones de pobres más que en diciembre pasado) y el ajuste a los jubilados representó el 17,5 en el gasto total (dato de la Oficina de Presupuesto del Congreso, OPC) y de un 28 por ciento en las jubilaciones más bajas. A eso hay que sumar la quita de la cobertura total a la compra de medicamentos del PAMI para los que ganen más de 390 mil pesos y la implementación de un sistema endemoniado para alcanzar el subsidio total.
Salvo algunos gremios con gran poder de negociación, la mayoría de los trabajadores formales perdieron capacidad adquisitiva en sus salarios. La caída entre los trabajadores informales fue mayor, y entre los empleados públicos el recorte fue impiadoso. Además, el transporte en el AMBA se multiplicó por siete y los aumentos en las tarifas y servicios duplicaron el número de la inflación.
Los medicamentos aumentaron entre un 220 % en promedio desde diciembre y las prepagas sus cuotas todas las veces que quisieron y muy por arriba de la inflación.
Se cayó el consumo en casi todos los rubros al ritmo de una profunda recesión con gran impacto en el empleo. El recorte a la obra pública (del 76,8 % según la Oficina de Presupuesto del Congreso) generando la pérdida de unos cien mil puestos de trabajo estimó la UOCRA. Pymes y fábricas despidieron personal durante 2024 (el desempleo subió del 5,7 al 7,6 %) y hacen oscuros vaticinios para el 2025 por la amenaza de importaciones con un tipo de cambio muy apreciado.
En su primer año de gobierno desfinanció la Educación y la Ciencia. Eliminó el fondo de incentivo docente que estaba destinado a las provincias. Según la OPC las transferencias a las universidades tuvieron una reducción del 27,9 por ciento y la caída del salario de los docentes fue del 28,5 por ciento. También redujo la asistencia a los hospitales universitarios.
En la estimación del economista Emmanuel Álvarez Agis: “un tercio del ajuste fiscal cayó sobre los jubilados; otro 20%, sobre el recorte de la obra pública, y el ajuste a las universidades y a los sueldos públicos llega al 15%”.
Pero más allá de estas consideraciones económicas que –seguramente– usted o sus defensores podrán salir a rebatir a partir de este instante, su primer año de gestión deja otro legado: envenenó el debate público como nunca antes en la historia democrática.
Usted, en su juego disruptivo, sigue agitando las banderas del odio y la violencia con una premisa simple: al que piensa distinto hay que destruirlo. Tiene una actitud mesiánica y delirante. Sólo admite obedientes. Esa lógica está repleta de paradojas. Vale un ejemplo: Daniel Scioli no es casta desde que se sumó a su gobierno, pero Victoria Villarruel –su compañera de fórmula– ahora sí lo es.
En doce meses inoculó dosis inéditas de violencia contra cualquier persona que no lo elogiara, sea periodista, político, artista o intelectual. Su apuesta a dividir a la sociedad entre los buenos (“las fuerzas del cielo”) y los “zurdos”, “ratas” o “kukas” es una amenaza a la paz social que tendrá consecuencias. Desde Santiago Caputo al Gordo Dan no ocultan sus ansias de algún tipo de confrontación callejera.
Usted Presidente, desmintió a quienes decían que insultar era sólo una estrategia de campaña. En el poder hizo de la descalificación personal su principal herramienta política como si todo el país fuese la red X de su amigo Elon Musk. Usted agrede a todos aquellos que no se arrodillan ante su majestad.
Para eso logró armar, con fondos del Estado y de los grandes empresarios privados, un ejército de trolls, una “guardia pretoriana”, los que están dispuestos “a dar la batalla cultural” contra el comunismo. En esa categoría del siglo pasado incluye a periodistas críticos, feministas, defensores de derechos humanos, integrantes de minorías sexuales, ecologistas o estudiantes. Y en esa guerra santa vale reivindicar genocidas, utilizar a los servicios de inteligencia para operaciones de desprestigio y amedrentar.
Con el argumento de combatir “a la casta” (a la que, como expliqué más arriba, no tocó en sus intereses) expresa un desprecio visceral por las instituciones democráticas. Gobierna a fuerza de decretos y prebendas a legisladores y gobernadores.
Contó este año con una oposición amigable, dócil, y, en muchos casos, cómplice; con un Poder Judicial –en especial la Corte Suprema de Justicia– en estado de mutismo permanente ante sus arbitrariedades (¿Por qué insistir con Ariel Lijo si está Horacio Rosatti para ayudarlo en todo lo que necesite?). También gozó del apoyo de la mayoría de los grandes medios de comunicación que, por convicción u odio expreso al peronismo, acompañó todas sus medidas y avaló en silencio los ataques a sus propios periodistas.
¿Usted cree que el repudio mayoritario al pasado reciente le otorga un manto de impunidad? Es bueno que sepa, como dicen los europeos, que después del verano cae la nieve. Muchos de quienes lo votaron lo hicieron cansados del maltrato y la falta de respuestas de una dirigencia política que reivindicaba a los trabajadores, pero no se ocupaba de la inflación, ni de la calidad de la educación o la salud pública ni de la inseguridad y, al mismo tiempo, se enriquecía de manera ilegal. Lo votaron para que les mejore la calidad de vida y esa batalla está lejos de ganarla. De hecho, lo más sorprendente de estos meses es la paciencia social de los más perjudicados (más de la mitad de la población, según las encuestas, lo respalda). Con todo, me resisto a pensar que millones de argentinos hayan apostado por consagrar a un autoritario que desprecia la democracia, y sólo acepta los halagos y exige pleitesía.
Sus raptos de furia se dan en un año donde consolidó su liderazgo, tanto dentro como fuera del país. Sería bueno que en medio de la algarabía no cofunda temor con cariño (en doce meses más de cincuenta funcionarios fueron despedidos), ni prestigio con exotismo y curiosidad.
Presidente Milei, aunque logre estabilizar la economía argentina y bajar la inflación, su presidencia se revela en estos primeros doce meses dañina para el país más allá de cualquier índice que pueda mostrar. Desde que asumió me hago una pregunta cada vez que lo escucho insultar o celebrar despidos: ¿Puede una persona perversa y cruel contribuir al bienestar general? Y la respuesta es no, definitivamente, no.