Matrimonio infantil en Argentina “Hay niñas y adolescentes conviviendo con hombres que las duplican o triplican en edad”

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Sofía Quiroga nació en Jujuy, más precisamente en El Talar, un pequeño pueblo donde la falta de acceso a derechos básicos y la pobreza era un denominador común en toda la población. Un lugar arrasado por los negocios extractivistas de la empresa Ledesma, que colaboró con la dictadura militar en el secuestro y detención de sus propixs trabajadores en lo que se conoció como el “Apagón de Ledesma”. Carlos Blaquier, dueño de la compañía, murió sin ser juzgado por su complicidad con los crímenes de lesa humanidad.

Cuando Sofía era una niña, en El Talar ni siquiera había jardines. Su papá, carpintero de oficio, también hacía sandwiches para mantener a su familia y fue quien, además, impulsó una protesta en el pueblo para que llegaran maestras, algo que hoy Sofía recuerda como una anécdota tragicómica. Siendo conscientes de la falta de oportunidades en ese territorio, la familia se mudó a Tucumán en búsqueda de una mejora económica. De primera generación universitaria, Sofía asegura que gracias a la educación pública pudo acceder a “un mundo de conocimiento y posibilidades que hizo que pueda reconocer todas las opresiones que había vivido en mi vida.”

 

En una provincia ultra conservadora, donde el machismo está enquistado en la sociedad, la adolescencia de una joven abiertamente lesbiana no fue fácil. Sofía ingresó a un colegio de monjas muy conservador al que concurrían chicxs de alto poder adquisitivo que vivían una realidad muy distinta a la suya. Su facilidad para el estudio le permitió acceder a una beca completa en ese colegio que sus xadres jamás podrían pagar. Durante esos años fue discriminada por su color de piel, por ser pobre, lesbiana y gorda. Le gritaban boliviana como insulto.

“En la secundaria tuve una relación con una compañera, teníamos 15 años, yo estaba enamorada pero ella solo estaba conmigo a escondidas, entre nosotras estaba todo bien pero para el afuera decía que yo estaba mal de la cabeza. Ahí empezó una persecución importante hacia mí y mi familia. Llegaron a decir que yo acosaba a esa compañera, incluso fueron a mi casa a decirle a mi mamá que yo era rara y estuve a punto de perder la beca. Nadie me hablaba, nadie se quería sentar cerca mío, como si yo tuviera una enfermedad. Era la unica chica abiertamente lesbiana en mi colegio,” recuerda.

 

Unos de esos días de adolescencia, Sofía, que se sentía muy sola vio en la tele un anuncio que buscaba voluntarixs para la Fundación León, una ONG reconocida de Tucumán. Le pidió a sus xadres que la lleven. Tuvieron que presentar un permiso para poder asistir siendo menor, era la primera vez que una adolescente se acercaba para ser voluntaria. Ese fue el primer lugar que Sofía sintió como propio. Trabajó en un barrio de Tafí Viejo, ciudad ubicada a 10 km de San Miguel de Tucumán, allí dio clases de alfabetización a mujeres que no sabían leer ni escribir y apoyo escolar a adolescentes de su misma edad que la llamaban “profe”.

“Ahí conocí a muchas adolescentes que eran pibas del barrio que tenían ganas de hacer cosas, estudiar, algunas jugaban al fútbol, tenían proyectos. Me acuerdo que una quería ser ingeniera, otra patinar”, cuenta. En esos espacios Sofía descubrió su vocación como trabajadora social, dejó el voluntariado para meterse de lleno en la carrera y varios años después volvió a saber de esas adolescentes que ya tenían 20 o 21 años, eran madres, tenían hijos, estaban casadas con hombres mucho mayores que ellas y muchas habían sufrido violencia de género.

 

“¿Qué ha pasado con estas chicas? ¿En qué momento su proyecto de vida autónomo, independiente se quebró?, pensé. Me acuerdo clarito, me encontré a una de ellas en la terminal de Tucumán, un día que fuí a la facultad. Tenía un bebé en brazos y dos hijos más. Le vi su cara de niña, seguía siendo una niña. Era una niña con otra niña y dos niños más. No podía creer que era esa chica que quería jugar al fútbol en San Miguel de Tucumán. Esa situación fue el puntapié inicial para que Sofía comenzara a investigar sobre una problemática desconocida o incluso negada: las uniones de niñas o adolescentes con varones cis adultos.

Sofía Quiroga vio en primera persona desmoronarse los sueños de chicas de su edad por estar comprometidas a matrimonios con hombres mayores. Otra veta del patriarcado de la que no se habla. Foto: Gala Abramovich.

   

 

¿Con qué te encontraste en esa primera investigación?

–Antes de recibirme como Trabajadora Social, trabajé cuatro años en el programa Ellas Hacen, para víctimas de violencia de género en Tucumán. Cuando empecé a atender casos de mujeres que habían sufrido violencia y ahondé un poco más en sus historias, me di cuenta que atendía a mujeres de 40 años, muy envejecidas físicamente, con muchos hijos, algunas ya eran abuelas y cuando indagaba en la situación de violencia que habían vivido, varias de ellas me contaron que habían formado pareja con hombres mucho más grandes cuando tenían 13 o 14 años.

¿Por qué motivos tienen lugar esas uniones de niñas con varones adultos?

 

–Lo que yo planteo en mi tesis es que es una estrategia de supervivencia que, a diferencia del embarazo adolescente, por ejemplo, no es una problemática que se de en todas las clases sociales, sino que se da especialmente en los sectores pobres. Funciona como una estrategia de supervivencia y esto se puede dar de diferentes formas. Puede ser que la familia en situación de pobreza, promueva la unión de esa niña o adolescente con un hombre mucho más grande para que le provea a su familia alimentos o un dinero mensualmente. En ese caso funciona como una especie de venta y explotación sexual, básicamente. Otra causa es que esas niñas y adolescentes pobres viven en familias donde sufren violencia de género, sexual por parte de su padre, de su padrastro o su tío y buscan huir de ese círculo de violencia. Una tercera causa es lo que yo llamo: la falsa presunción de autonomía, es decir, las changuitas piensan: ‘tengo 13 o 14 años, mis papás me pegan, no como en mi casa, si me voy de mi casa y me junto – formar pareja se dice así – automáticamente ya soy adulta’. Hay una fantasía de que van a poder ser jefa de hogar, tener su plata, tomar decisiones y nadie les va a decir qué hacer porque van a mandar a su pareja y en su casa. Existe esa falsa idea de que por la unión, de alguna forma, se saltean un paso y se hacen adultas. Ahí sí puede haber algo del deseo o de la voluntad de ellas creyendo eso, pero es una voluntad coaccionada por el entorno de la pobreza, del hambre y del hacinamiento.

  

De esto no se habla, plantea Sofía: “es una práctica naturalizada”, explica. Foto: Gala Abramovich.

 

Más violencia para salir de la violencia

“En las historias de estas mujeres vi un patrón que se repite: son mujeres que necesitaban salir de una situación de violencia de su casa y por eso se juntaron y todo terminó siendo peor que lo que vivían en su casa, o son mujeres que las familias han propiciado expulsarlas del hogar recibiendo algo a cambio, o son mujeres que pensaban que casándose o juntándose iban a pasar a ser adultas. Juntarse siempre terminó en lo peor, sufrieron más violencia y más necesidad. La unión es el primer paso antes de la violencia de género que nadie ve porque el Estado actúa si esa niña o adolescente ya fue violada, o cuando hay una solicitud de aborto, o cuando la judicializan porque no pudo cuidar a su hijo porque es una adolescente. Entonces la primera vez que llega el Estado a la vida de esas mujeres es criminalizándolas o cuestionando cómo deberían haber sido madres”, explica Sofía.

 

¿Tu primera investigación estuvo acotada a un territorio en particular?

–Sí, son casos de Tucumán contrastados con entrevistas de grupos focales de niñas y adolescentes del barrio 11 de marzo, que es uno de los barrios más pobres de la provincia y tomé a un grupo de adultas pertenecientes al programa Ellas Hacen con el que yo había trabajado para hacer este contraste entre las niñas de hoy y las adultas que eran niñas hace 30 años y en todas se daba esta unión temprana, es decir, que es un fenómeno que a pesar de los cambios y avances que tuvo Argentina, sigue extendiéndose y empeora porque quizás ya no hay tantas niñas casadas pero sí hay niñas y adolescentes unidas, conviviendo con hombres que las doblan o triplican en edad. En los casos que yo he relevado tenía nenas de 12 y 13 años con supuestos “novios” – muy entre comillas – que eran hombres de 40, 50 y hasta 60 años y las mujeres que tenían 40 tenían parejas que eran varones de 70 o 80 años, ancianos, es decir, que siempre la diferencia de edad es muy grande.

  

Las uniones infantiles tempranas son una práctica generalizada en nuestro país, “que obstaculiza las prioridades de desarrollo y está arraigada en la desigualdad de género”, explica Sofía. Foto: Jose Nico.

 

 

Una problemática que no cambió

Hoy Sofía continúa investigando esta problemática desde organismos internacionales. En el informe titulado “Poner fin a los matrimonios y uniones infantiles, tempranas y forzadas en Argentina: Marcos legales y políticas”, que realizó para la ONG Equality Now y el Comité de Latinoamérica y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer sostiene: “Los matrimonios y las uniones infantiles, tempranas y forzadas (MUITF) son una violación fundamental de los derechos humanos que afecta desproporcionadamente a mujeres, niñas y adolescentes en todo el mundo. En particular, los MUITF afectan los derechos de las mujeres y niñas a vivir una vida libre de violencias y explotación, obstruyendo también en algunas ocasiones el derecho a la educación, el derecho al nivel más alto posible de salud, incluida la salud sexual y reproductiva. Los MUITF son una práctica generalizada y nociva que obstaculiza las prioridades de desarrollo y está arraigada en la desigualdad de género, costumbres, tradiciones, cultura, política, intereses económicos y religión, y puede tener consecuencias devastadoras para las personas y la sociedad.”

 

¿Con qué te encontraste en tu nueva investigación que ampliaste a nivel nacional?

–En la primera investigación sostuve: está pasando esto, pasa en otros países, la ONU ya habló de esto y se llaman matrimonios y uniones infantiles, tempranas y forzadas. En mi tesis propongo desde el Trabajo Social combatir esto con programas educativos desde distintos espacios de trabajo como salud, educación y la parte penal para la prevención. En la nueva investigación estoy posicionada desde mi lugar como integrante de una organización internacional que trabaja en litigio estratégico y que va a los organismos internacionales para denunciar a los países por cosas que allí suceden. Es un tipo de intervención a nivel macro, que lucha por el cambio de las normativas de los países. El marco legal de Argentina permite el matrimonio infantil porque tiene algo que se llama excepciones, es decir, que con permiso judicial o con permiso de los padres, las niñas pueden casarse. El problema es que nunca es la niña o la adolescente la que está decidiendo ahí, no está nunca la voluntad de la niña.

 

¿La ley no dice nada sobre si la persona con la que se une es menor o mayor de edad?

–No, y a propósito de esto el Mecanismo de Seguimiento a la aplicación de la Convención de Belém do Pará sobre Violencia Contra la Mujer (MESECVI), sacó un Informe Hemisférico que releva la situación de los países en torno a la problemática de matrimonio infantil e hizo un semáforo donde ubicó a las legislaciones de matrimonio infantil en la región y Argentina está en rojo porque ni siquiera tiene una edad mínima.

¿Las excepciones habilitan esas uniones?

–Sí, las excepciones son un anexo, están en la ley y permiten que a partir de los 16 con el permiso de los padres, se puedan realizar esas uniones y no hay una edad mínima. Antes de los 16 es con permiso judicial. Lo que dicen las Naciones Unidas y todos los organismos internacionales de derechos humanos es que no tienen que haber excepciones directamente, o sea, que el matrimonio tiene que ser legal a partir de los 18 años.

 

¿Por qué crees que no se habla de esto?

–Creo que es algo de lo que no se habla porque la práctica está naturalizada, que las niñas de 13 y 14 años estén unidas – por lo general hoy son uniones no hay casamientos – con un tipo de 60 o 40, en los sectores populares lo ven y no se horrorizan. Además, es una práctica que se da en los sectores populares, no es algo que va a afectar a las adolescentes de clase media como si es, por ejemplo, la problemática del embarazo adolescente. Lo que les pasa a los pobres no le importa a nadie, lo que le pasa a las niñas pobres no le importa a nadie y esto tiene una connotación mucho más fuerte en la región del NOA y el NEA, entonces lo que pasa en el interior del país no le importa a absolutamente nadie.

¿Cuáles son las recomendaciones a partir de esta investigación?

 

–Con este informe no solo pedimos que se eliminen las excepciones, no sirve solo con cambiar la ley, es necesario crear un programa de política pública que pueda brindar contención a las niñas y adolescentes de los sectores populares, vulnerados históricamente. Esas políticas públicas tienen que estar atravesadas por políticas educativas, de salud y de contención social para que las niñas y adolescentes como aquellas con las que yo trabajaba que sí tienen sueños y ganas de hacer otra cosa en su vida, tengan las posibilidades materiales de hacerlo, que haya un Estado que las acompañe, que puedan generar otro proyecto de vida que no sea el matrimonio o la unión temprana porque podés prohibir que se casen antes de los 18 pero se van a seguir juntando, podes prohibir las uniones. Las criminalizás. Eso es penalización, punitivismo, yo no estoy tan de acuerdo con eso, prohibís las uniones, pero qué otra alternativa de proyecto de vida le das a esa niña y a esa adolescente.

 

Una red feminista interseccional

Sofía se desempeña hace tres años como oficial de alianzas estratégicas e incidencia para América Latina y el Caribe en Equality Now, organización que defiende la protección y promoción de los derechos humanos de mujeres y niñas. En 2020 Sofía junto a otras jóvenes de distintos territorios de latinoamérica fundaron Jovenas Latidas, una red feminista que aborda la problematica del matrimonio infantil y las uniones tempranas en distintos países.

“Me encontré con muchas jóvenes que también trabajaban en territorio y decíamos: este mundo de las Naciones Unidas es fantástico, pero acá hablan de los problemas con cifras, hablan de la gente como si fueran objetos y desconociendo lo que pasa en Argentina, Venezuela, Colombia, Guatemala. Mis compañeras provienen al igual que yo de sectores marginalizados, son indígenas, afro, lesbianas, bisexuales y al juntarnos nos dimos cuenta que no había ningún espacio regional de mujeres jóvenes feministas, o sea, hablan de la juventud pero sin la juventud y además vimos que las personas que están en esos espacios siempre son blancas, privilegiadas, con estudios en la Universidad de Harvard, es decir, no son jóvenes que tengan nuestra realidad y por eso fundamos Jóvenes Latidas”, asegura.

 

Sofía no viene de una familia de feministas pero las mujeres que la criaron: su mamá, su tía, sus abuelas supieron acompañarla en su lucha, en ese sentido asegura: “Vengo de un legado de mujeres fuertes y luchadoras. Mujeres que han construido un linaje de resistencia, para mí eso es mi mamá, mis abuelas que, quizás, no han sido intelectuales, ni siquiera han estudiado o han ido a la universidad, pero sí han sido mujeres que desde su territorio han dado su batalla para que hoy, yo, mis primas y las futuras generaciones podamos pensar la vida desde otro lado.”