“Las fuerzas del cielo”, el libro de textos que reflexionan sobre Milei y los judíos

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En la tercera temporada de Orange is the new black, la comedia de Netflix sobre un grupo de mujeres privadas de su libertad, el director del penal decide llamar a un rabino. No puede entender cómo es que, de pronto, setenta reclusas declaran ser judías para recibir comida kosher. ¿Son realmente judías o se quieren hacer pasar por tales para comer algo que les parece más rico? El rabino Alan Tatelbaum entrevista a una por una y la historia se detiene por unos minutos en la charla que mantiene con Black Cindy. La mujer quiere convencer al rabino de que es efectivamente judía:

-Señorita Hayes, ¿usted fue criada como judía?

-Nacida y criada. Y del lado materno; ese es el lado que lo hace legítimo. Inteligencia judía.

-¿Y respetó los preceptos de la cocina kosher en su infancia?

-Déjeme contarle. Todos los Hayes vivíamos bajo la montaña rusa de Coney Island, Brooklyn siempre presente. Y yo era una chica muy nerviosa, siempre preocupada por la expansión del universo. Entonces mis padres me llevaron a un terapeuta y el terapeuta me dijo: “Cindy, dejá de preocuparte, el universo seguirá estando otros mil millones de años”. Pero yo seguía preocupándome, cocinando langostinos y saliendo con mujeres que usaban tiradores.

-Veo que conoce Annie Hall

El rabino, al haber descubierto la mentira, se dispuso a escribir en su bloc de notas. Cindy no se rindió tan fácilmente y le ofreció otra versión de su historia:

-Ok, ok. Mi papá murió cuando era muy joven. Una historia muy triste. Y después de que él murió, yo me anoté en una yeshivá. Sabía que tenía que vestirme como hombre pero no me importaba porque lo que yo realmente quería era estudiar el, el ¿cómo se llama ese libro que empieza con T?

-El Talmud.

-No, el otro.

-¿La Torá?

-Sí, ese. Y cuando me sentía sola, le cantaba a mi papá en el cielo. Y le decía “Papa, can you feel me”? Y él me contestaba.

-Los judíos no tenemos una concepción oficial del más allá. Nos concentramos en cumplir nuestro deber con Dios aquí en la Tierra.

-Claro, ¡eso es lo que hacemos!

-Señorita Hayes, si bien me alegra que usted aprecie los trabajos de Woody Allen y Barbra Streisand, creo que confunde el judaísmo cultural con la creencia judía comprometida.

-¿Entonces aprobé?

Esa escena de Orange is the new black permite ilustrar la complejidad de la propia definición de judaísmo: ¿es un pueblo, es una religión, es una cultura? Y, fundamentalmente, ¿quiénes forman parte? ¿quiénes pueden hacerlo?

Tradicionalmente, se resume algo tan complejo en una breve formulación: es judía aquella persona que nació de una madre judía o la que hizo un proceso formal de guiur. Se suele traducir a esta palabra del hebreo antiguo como “conversión”, aunque veremos que no es una palabra precisa para describir el fenómeno. Antes de entrar en esa discusión semántica, podemos decir que se puede ser judío por herencia o por elección. En el segundo caso, la persona que decide ser judía debe pasar por un proceso de formación, lectura y exámenes con el objetivo de demostrar sus conocimientos y sus buenas intenciones. Desde hace varios siglos, el judaísmo dejó de ser proselitista, esto es, no busca activamente la incorporación de nuevos congregantes. Quien se incorpora al pueblo judío es porque así lo decide, en su fuero personal, y porque es recibido, en un marco comunitario. En la serie, Cindy Hayes decidió completar su proceso de guiur y ser judía según la halajá, la ley religiosa. En la vida real, el autor de este texto siguió ese camino en el marco de una comunidad reformista. Y, en el mediano plazo, quizá el presidente Javier Milei decida hacerlo en el marco de una comunidad ortodoxa.

DE JERUSALÉN A LA DIÁSPORA

En el origen, la religión y la cultura judía eran parte de una unidad; el personaje de Cindy no se podría haber confundido porque los primeros judíos eran parte de un pueblo que compartía una religión monoteísta que estaba centrada en Jerusalén, y fundamentalmente alrededor del Templo que construyó el rey Salomón. Había un sumo sacerdote, había sacerdotes que descendían de un linaje real, los kohanim, había sacrificios rituales. Jerusalén era el centro político y religioso de este pueblo. Esto cambió radicalmente en el año 70 de la era común, cuando el templo fue destruido por segunda vez. Esta vez fueron los romanos, que conquistaron la ciudad y obligaron a los judíos a iniciar un nuevo éxodo, primero hacia Yavne y Babilonia. En esos dos lugares, alejados de la ciudad santa y sin el templo que habían construido en homenaje a Dios, los judíos debieron reinventarse. Se profundizó un proceso que había empezado poco antes, la creación de centros de estudio y de oración, las sinagogas, y la formación de maestros, de rabinos. Se consolidó la formación de la diáspora, lejos de Jerusalén y con el texto de la Torá como nuevo eje ordenador. Es curioso, y determinante, que aun en medio de esta dispersión no se decidiera construir una figura jerárquica que estuviera por encima de todas las comunidades, una especie de Papa judío.

A partir de la dispersión, se quebró la unidad pueblo-religión que había sido característica de los primeros siglos. Por eso, hoy puede haber personas que se criaron en un ámbito judío que se sienten parte de un legado cultural en común aunque sean agnósticas o ateas, puede haber personas judías en lo religioso que privilegian ese aspecto por sobre otros, puede haber personas criadas en familias mixtas de judíos y no judíos, y puede haber personas que eligen ser judías.

DE RUT A MILEI

Se considera que la primera persona en completar un proceso de guiur es Rut. En el libro que lleva su nombre en la Torá, se cuenta su historia, que sirvió de punto de partida para pensar en las personas que eligen ser parte del pueblo judío desde entonces.

Naomi y su marido se habían ido de su pueblo natal, Judea, para empezar una nueva vida en Moab. ¿La razón? Escapar de una hambruna. Ahí, en ese nuevo hogar, uno de sus hijos se casó con una mujer de la zona, Rut, y estuvieron juntos diez años, y otro se casó con una tal Orpha. Primero falleció el marido de Naomi y después el de Rut. Y, en ese momento, ante la oportunidad de quedarse en la comodidad de su barrio, Rut decidió acompañar a su ex suegra Naomi en su regreso a Judea, que había logrado superar la hambruna. Orpha se quedó en Moab pero Rut no quiso dejar abandonada a Naomi, sabiendo que su regreso a Judea sola, viuda y sin sus hijos, iba a implicar una vida de miseria y sufrimiento. En el que tal vez sea uno de los pasajes bíblicos más bellos, Rut le dice a Naomi: “Donde vayas, yo iré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.

El término guiur viene del verbo hebreo lagur, que quiere decir residir. Rut decidió vivir en el pueblo judío y ser parte de él. Y, cuatro generaciones más tarde, nació su tataranieto, el Rey David. El rabino Jonathan Sacks leía, en esta historia, un alegato a favor de la igualdad entre los humanos (si el Rey David proviene de una familia que no tenía nada, eso quiere decir que es absurdo y hasta racista pensar en linajes de sangre) y a favor de las buenas acciones, de los actos de generosidad entre las personas.

A lo largo de la historia, son muchas las personas que han seguido los pasos de Rut. Ante la ausencia de una figura central al estilo del Papa, durante siglos cada comunidad fijó sus propias reglas y procesos. Hasta la Revolución Francesa, la situación de los judíos en Europa era la de súbditos de distintas coronas que no estaban en igualdad de condiciones con el resto. La emancipación que llegó en 1789 provocó un cisma entre distintos grupos: estaban los que querían integrarse, asimilarse, a las nuevas vidas urbanas que les empezaban a estar permitidas, y los que querían replegarse en la seguridad de los guetos, los shtetls. Así surgieron distintas formas de entender a la religión judía y su relación con la modernidad: el reformismo, que hoy es el movimiento mayoritario en Estados Unidos; el conservadurismo, que es muy fuerte en Argentina; y la ortodoxia. Cada una de estas ramas del judaísmo está agrupada en distintas federaciones de rabinos y rabinas en las que se discute sobre la halajá, la ley religiosa. Por ejemplo, en el movimiento reformista y en el movimiento conservador se permite la ordenación de rabinas mujeres, se aceptan las uniones entre personas del mismo sexo y se aligeraron algunas prohibiciones del shabat. En el movimiento ortodoxo, que tiene sus propias ramificaciones y complejidades, la situación es distinta y se promueve una mirada del mundo más estática, que aspira a representar una forma de vida lo más similar posible a la prescripta según su lectura por la Torá hace miles de años.

Cada uno de estas ramas del judaísmo tiene sus propias reglas acerca de cómo es el procedimiento de guiur. En lo que coinciden todas es en que es un proceso, que lleva al menos un año, de estudio y formación, de inmersión en la religión judía. El o la aspirante a ser judío debe celebrar las festividades, aprender de historia, de rezos, y, sobre todo, debe creer en la unidad de Dios, debe ser monoteísta. Al finalizar el proceso, cuando el rabino o la rabina a cargo de la enseñanza considera que su estudiante está listo para dar el gran paso, se convoca a un tribunal rabínico, a un beit din, para que le tome examen. Es una suerte de examen oral en el que el estudiante debe demostrar que se tomó en serio el camino y que, más allá de sus conocimientos, tiene buenas intenciones. Superada la evaluación, el estudiante debe sumergirse en un baño ritual, mikve, y recitar unas bendiciones. Más tarde, en el servicio religioso, es llamado al escenario para celebrar su incorporación al pueblo judío. En el caso de los hombres, antes de este último paso, deben haber completado su circuncisión. Este “pacto de sangre” representa la alianza firmada entre Dios y Abraham.

Son múltiples las razones que pueden llevar a una persona a querer ser judía, como múltiples son las maneras en que alguien puede vivir su judeidad. El presidente Milei, en las distintas entrevistas que ha dado sobre el tema, ha dicho que “solamente le falta el pacto de sangre” para culminar su proceso y que espera hacerlo una vez que haya terminado su mandato, porque le sería imposible de compatibilizar su rol político con la prohibición de trabajar en shabat. También ha dicho que hace poco descubrió que un abuelo suyo había sido judío, y que esa revelación lo ayudó a refrendar su elección. Lo cierto es que, al momento de escribir estas líneas, Milei no es judío y el camino para que lo sea está abierto. Dependerá de sus decisiones, de su capacidad de estudio y del veredicto del tribunal rabínico ante el que rendirá examen.

>Shofar y la Motosierra, según Miriam Lewin

Una madre judía de Buenos Aires le recomienda a su hijo no usar más una cadenita con la estrella de David. Otra, no llevar en sus vacaciones un short con el logo de las Macabeadas. Una escuela judía pero abierta a la comunidad refuerza sus muros de concreto para protegerse de posibles atentados con autos bomba. Una joven pareja teme inscribir a su hijita en una institución de la colectividad para practicar deportes. Lentamente, está consolidándose una sensación de miedo.

El clima para los judíos de todo el mundo ha cambiado, desde la cruenta operación de Hamas el 7 de octubre, que involucró muertos y rehenes argentinos y la posterior arrolladora y condenable reacción de Israel contra Gaza. Sin embargo, la creciente sensación de exposición y vulnerabilidad del judaísmo argentino tiene ingredientes locales.

Perplejidad es el nombre más adecuado para describir el sentimiento que genera el judaísmo performático desarrollado por el ex columnista de televisión y showman de la escuela económica austríaca Javier Milei. Es tan desaforadamente devoto de Ralph Hayek como denostador de John Maynard Keynes, y tan creyente en los mensajes desde el más allá de su mastín inglés muerto, como propalador denodado de su particular forma de estudiar la Torá. Admirador de su hermana Karina, su principal asesora, sostiene sin ruborizarse que ella es Moisés, y él Aron, dotado para la divulgación.

Una buena parte de la comunidad judía, aún la que lo votó en segunda vuelta para evitar un gobierno peronista, se interroga con distintos grados de extrañeza: ¿qué le pasa a Milei con el judaísmo? ¿Por qué esa apropiación cultural? Y hace bien en preguntárselo, porque la rimbombante adhesión del presidente pasa por alto la gran cantidad de personas judías que desapareció y asesinó la dictadura cívico militar que él y la vicepresidenta Victoria Villarruel abiertamente reivindican. Un alto porcentaje de judíos fue secuestrado y desaparecido por su activismo social, sindical o intelectual. Algunos cálculos hablan de que los integrantes de la colectividad suman un diez por ciento de las víctimas de la represión. Entre ellas se cuentan el periodista y escritor Jacobo Timerman, la familia Tarnopolsky y la hija de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Patricia Roisinblit, cuyo hijo robado fue recuperado ya en la adultez por la familia que lo buscaba. En la mesa de torturas, donde la picana estaba en manos de miembros de fuerzas militares con núcleos antisemitas, el judaísmo constituía un agravante, aunque no la causa de la desaparición.

El presidente se declara admirador incondicional de Israel, un país en el que el estado es fuerte y presente, con políticas sociales que están en las antípodas del ideario mileista.

Entre los funcionarios de su gobierno por otro lado, tienen su lugar personajes con pasado vinculado a organizaciones nazis, como el Procurador del tesoro, Rodolfo Barra, que fuera militante de Tacuara. Otros, como el secretario de educación, Martín Krause, dijo en un intento de ironía que constituyó una banalización lisa y llana que si la Gestapo hubiera sido argentina, habría matado menos judíos, por su ineficiencia. Y el mismo Milei habló de la “superioridad estética” de la derecha sobre sus antagonistas, los “zurdos”.

La política económica de Milei es reflejo de su espiritualidad, que desconoce el valor de cualquier sacrificio individual en pos de lo colectivo. La justicia social es obscena, dice. Los recortes de subsidios y eliminación de toda política proteccionista y reguladora condenan a las industrias nacionales al cierre o la crisis, a los investigadores científicos al exilio, a los talentosos directores de cine y otros artistas a la desfinanciación. Y muchos de los perjudicados son judíos.

Milei desconoce y repudia todo lo que tenga que ver con la solidaridad y el compromiso activo con la no discriminación, que están en el ADN de amplios sectores de la colectividad, como muestra el texto del seminarista rabínico Agustín Marcoff que está dentro de unas páginas en este libro. Una carta abierta firmada por casi cuatro mil intelectuales y artistas de origen judío señala precisamente que la ética judía “está íntimamente vinculada a la noción de igualdad y de justicia social”, la misma que Milei trata de aberrante.

El cierre del Instituto Nacional contra la Discriminación, creado en 1995 como una señal hacia la colectividad judía, luego de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA va en contra de ese sentido. Milei es un pseudo judío al que le parece bien discriminar.

El antisemitismo no necesita demasiado para florecer en la Argentina, pero ante un presidente que con la motosierra en una mano y el shofar para sumir en la desocupación y la miseria a amplios sectores y enajenar patrimonio nacional, el Plan Andinia, esa fábula ridícula, recupera credibilidad. Se trata de un mito inspirado en los Protocolos de los Sabios de Sion de la Rusia zarista, según el cual existe un plan de apropiarse de la Patagonia para crear allí un segundo estado judío. Algunos jefes de las fuerzas de seguridad argentina creían a pies juntillas en esta hipótesis en los 80, a tal punto que infiltraron a José Pérez, un agente de inteligencia policial en la comunidad judía para monitorear los avances de esta delirante teoría. Los judíos, de la mano de Milei, estarían ahora avanzando en un plan macabro de dominar el mundo para dar rienda suelta a su avaricia. Se acusa crecientemente al presidente, incluso desde sectores progresistas, de ser socio del “sionismo internacional” y ejecutor de sus ambiciones. Lamentablemente, los ejemplos se multiplican con una frecuencia difícil de seguir y nada parece indicar que este proceso se vaya a detener, sobre todo cuando el presidente no cesa en su impostación.

¿De dónde proviene el acercamiento de Milei al judaísmo? ¿Es una fijación más propia de un adolescente petulante que de un estadista?

Los líderes de ultra derecha del mundo adscriben a las ramas más conservadoras de cada culto, y consiguen así un respaldo místico para el despliegue de su poder. En el caso de Milei, su acercamiento a Jabad Lubavitch confirma la regla.

No hay antecedentes en la Argentina de un presidente que hiciera alarde de su religiosidad del modo en que lo hace Milei. Carlos Menem, el mandatario que Milei considera el “mejor de la historia argentina”, era de familia musulmana, pero sin embargo se bautizó antes de asumir su cargo. Rara vez hizo alguna expresión pública sobre su fe de origen o su conversión, aunque al morir fue enterrado junto a su primogénito en el cementerio islámico. Su alineamiento con Israel, que visitó después de haberse comprometido con Siria, el país de sus ancestros, es barajado como una de las razones de las dos mayores acciones terroristas de la historia argentina. No faltan quienes aseguran que el accidente de helicóptero en el que murió su hijo Carlitos fue un tercer atentado.

Desde 1994, una nueva Constitución elimina el requerimiento de que el primer mandatario sea católico. Entonces, ¿por qué no completa su conversión Milei, en medio de su histriónica adhesión al judaísmo? Milei esgrime excusas tan endebles como la imposibilidad de cumplir con la obligación del descanso del shabat desde la salida de la primera estrella el viernes.

 

La de Milei es una fe cosmética, que difiere de la de miles de integrantes de la colectividad que rumian su preocupación. Porque al interior de la comunidad judía quedan claras las diferencias, pero desde afuera es más difícil que se perciba que no hay nada en común entre quienes son parte de un pueblo que rechaza la misoginia, la violencia, abraza la pluralidad y celebra la democracia, y el fanatismo individual y exhibicionista del presidente.

(Este texto de Miriam Lewin pertenece al libro Las fuerzas del cielo, editado por Milena Caserola)