Al intentar delinear un panorama para nada presuntuoso de lo que deparó esta semana al mundo en que habitamos, deberíamos quizá centrarnos en la Cumbre del G-20, escenificada el lunes y martes en la maravillosa Río de Janeiro, y en donde confluyeron los gobernantes de los países más poderosos de la Tierra junto a líderes de un variopinto espectro que pugnan –con muy disímiles estilos y argumentos– por un lugar mucho más que simbólico en las recurrentes “fotos de familia” de este tipo de eventos.
Si el balance cupiese en un par de epígrafes largos de las postales de esta cumbre, habría que decir que Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva y la diplomacia de Brasil fortalecieron su imagen al promover una “Alianza global contra el hambre y la pobreza” y un impuesto a los superricos del mundo que permitiría recaudar unos 250 mil millones de dólares con los que hacer frente a urgencias alimentarias y desigualdades en el planeta.
Las secuencias del presidente argentino, Javier Milei, yendo al pie de su colega brasileño con el trasfondo de un acuerdo de venta de gas de Vaca Muerta, o el posterior encuentro con el jefe del gobierno chino, Xi Jinping, en aras de preservar el swap como salvavidas financiero, contrastaron con las descalificaciones e insultos con los que el libertario juraba no hace mucho que jamás se sentaría a negociar con ninguno de ellos. Enésima prueba de que la realidad aniquiló hace rato la supuesta resistencia a cualquier archivo de la cual se ufanaba el Presidente
Pero la dinámica coyuntural del mundo no permite profundizar en esos virajes ni echarle la culpa a Río de sus cuentas pendientes. Tampoco para deslizar más que una mirada previa a las trascendentales elecciones presidenciales, que hoy tendrán lugar en nuestro vecino más pequeño, Uruguay.