En el marco de LA NACIÓN + Cerca Protagonistas, un ciclo de entrevistas exclusivas para suscriptores del diario, Juan José Campanella se sumergió en un diálogo profundo con Pablo Sirvén, en el que repasó su trayectoria y reflexionó sobre los desafíos del cine en tiempos de crisis, la importancia de ser fiel a la vocación y la idiosincracia argentina. “Lo que da orgullo de la Argentina y por lo que nos conocen en el mundo es por la cultura que hemos generado, que es notable, muy por encima de sus necesidades económicas”, aseguró.
Tras dirigir en Nueva York un nuevo episodio de la serie La ley y el orden: Unidad de Víctimas Especiales, Campanella regresó este mes a Buenos Aires para ocuparse en persona de la preproducción de la serie animada sobre Mafalda que se verá por Netflix en fecha todavía a confirmar. El director divide sus días entre la grabación de las voces de los personajes de Quino y los ensayos de Empieza con D 7 letras, la obra teatral que escribió junto con su esposa, Cecilia Monti, y que va a estrenarse el 10 de enero en el Teatro Politeama con Eduardo Blanco y Fernanda Metilli como protagonistas.
Sincero y reflexivo, Campanella destacó el espíritu de sus historias: “Lo que yo hago tiene que ver con el hombre común en todo sentido: el hombre de clase media” señaló a la hora de definir sus obras. “Muchas veces se habla de costumbrismo de forma despectiva, pero a mí me encanta hablar de nuestras costumbres. El cine que más me gusta es el que yo he podido relacionar con lo que me ha ido pasando”, apuntó quién alzó el Oscar a mejor película extranjera en 2010 gracias a El secreto de sus ojos.
Cuando Sirvén le consultó si haber ganado el Oscar significó alguna transformación profunda en su manera de trabajar, Campanella comentó que el galardón le brindó un gran caudal de confianza en su trabajo: “Ganar el Oscar me calmó un poco el hambre de producir. Me dio tranquilidad y seguridad. Uno siempre se cuestiona si sirve o no sirve lo que hace. Fue una validación. Y con ello vino la responsabilidad de elegir bien lo que hago, quizás demasiado. Ahora pienso más a la hora de hacer algo y me preguntó si vale la pena. Antes me tiraba más”, reconoció.
Además, el productor recordó la primera revelación de su vocación de cineasta: “La primera vez que dije conscientemente que quería hacer cine fue cuando vi Cantando bajo la lluvia, a mis 14 años. La fui a ver al Auditorio Kraft. Me obligó mi vieja, porque yo no quería ver un musical. El cine siempre me encantó, pero ese día me di cuenta de que quería dedicarme a esto. De hecho, salí del cine y me compré un libro que se llama Así se hace cine, que todavía tengo. Así como yo me inspiré en esa sala, apuesto a que otros chicos encuentren su vocación con mis películas”, reveló.
Campanella afinó su mirada sobre el avance de las plataformas y cómo ese fenómeno afectó a la industria cinematográfica: “El cine está agonizando. No veo un cine lleno hace siete años. Era un proceso que venía avanzando y al que la pandemia le terminó de dar el golpe”, apuntó. “El cine que se experimenta solo o con dos o tres personas en una casa no emociona ni impacta de la misma manera que en una sala. La comedia es mi género más adorado, me gusta mucho reírme fuerte y para que esa experiencia sea potente se necesita que se junte un público, que sea comunitaria”, agregó.
Campanella profundizó su perspectiva sobre la transformación de los consumos de los espectadores: “La televisión también se convirtió en algo de nicho, no hay un programa masivo que todos veamos o no veamos. El cine y la televisión se convirtieron en la misma experiencia del libro. Un libro lo lees a tu tiempo y no todos leemos lo mismo a la vez. Ahora con las ficciones es lo mismo: para comentar una serie o una película tenés que coincidir con el otro y ya no es tanto una experiencia comunitaria. Todo esta transformación se nota en la muerte de las estrellas de cine que mí me encantaban. Esta es la primera década después del cine mudo en la que no hay un “comediante del momento”, así como lo fue Jim Carrey. Ya no hay nuevas estrellas de cine, el último creo que fue Leonardo DiCaprio”, señaló.
A lo largo de la entrevista, Sirvén abrió el diálogo con los suscriptores que aprovecharon para hacerle algunas preguntas al creador cinematográfico.
—¿En qué medida ha necesitado de subsidios estatales para su actividad como productor/director?
—En gran medida, El mismo amor la misma lluvia se hizo con un crédito del Incaa. Los subsidios, hasta ahora, son automáticos para todas las películas los quieras o no los quieras. Son créditos posteriores que tienen que ver con las entradas vendidas. A veces se usa como arma que se da plata a películas que no ve la gente, pero justamente esas son las películas que menos plata reciben. Las películas posteriores se hicieron sin el crédito. El crédito lo tenés que devolver y con intereses, así que si uno puede no sacarlo, no lo saca, pero no hubiera podido empezar sin eso. Nos hemos arreglado los argentinos para pasar de ser uno de los países más importantes del mundo a ser uno de los tres o cuatro peores del mundo occidental, por lo menos en términos económicos. Aún en ese caso, lo que da orgullo y por los que nos conocen y nos prestan atención en todo el mundo, es por la cultura que ha generado la Argentina, que es notable, entre ello el cine. Creo que [al cine] hay que ayudarlo, como a un jugador de fútbol que se lo incentiva cuando todavía no mete goles en las finales del mundial.
—¿En los Estados Unidos, cómo se manejan las ayudas al cine?
—En los Estados Unidos hay un Fondo Nacional de las Artes, The National Endowment for the Arts, y hay mucho apoyo de las empresas a los artistas. Además, el gobierno apoya la industria del cine con un proteccionismo mundial feroz: el cine es una de sus armas más poderosas para mantener la primacía en el mundo. De cualquier manera, hay un informe del Ministerio de Economía argentino que dice que el gasto del presupuesto que se hace en cultura es del 0,06.
—¿No le parece egoísta hacer lobby económico para su sector, cuando se sabe que más plata para ellos es menos plata para otros más necesitados?
—Esos son malos entendidos. Hay cosas mucho más grandes para solucionar en la Argentina, empezando por la corrupción. Cuando se solucione, eso podríamos hablar de ese 0,06% que va a la cultura.
Hacia el final del encuentro, Campanella destacó la emoción que le genera otra de sus grandes pasiones: el teatro.“El teatro me gustó siempre”. Después de hacer Metegol me propuse montar Parque Lezama, porque quería hacer algo “antitécnica”. Quería volver al texto y los actores, y la obra la hicimos durante 11 años. La risa en el teatro es la droga más grande que me podés dar. Hoy el teatro está lo más barato que ha estado en su historia. Comprensiblemente, en momentos de ajuste de cinturón lo que la gente primero abandona es el esparcimiento, que es también lo último que recupera, así que sería imposible que las entrada suban a la par de la inflación. Tengo mucha expectativa con Empieza con D 7 letras, la obra teatral que escribí junto con mi mujer y que va a estrenarse a principios del año que viene en el Politeama.