PAMPA DE PILMATHUE, Neuquén.- Al ingresar en la sala de máquinas de la base de la gigantesca antena de propiedad china que ha sido fuente de especulación en los últimos diez años, uno se encuentra con una enorme jaula de Faraday, una construcción “escudo”, una suerte de búnker que bloquea la electricidad y las ondas electromagnéticas (como las del WIFI y la radio).
El mito sobre esta base aeroespacial en Neuquén se montó sobre la sospecha de un bloqueo similar: que aquí no ingresaban las personas ni salía la información suficiente para descartar que en este lugar desértico de la Argentina, China estuviera conduciendo operaciones de inteligencia.
La mayor parte de las especulaciones se generaron por lo que habría sido una reticencia de las autoridades asiáticas a dar acceso a la base. Los responsables del lugar niegan haber impedido el ingreso a la prensa y alegan que los permisos los otorga la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), pero lo cierto es que poco se accedió durante años a lo que pasaba allí y a eso se sumaron las quejas de Estados Unidos, que hace tiempo cuestiona la actividad china en el lugar. Ahora, LA NACION recorrió la estación; al menos, los espacios que están a la vista, y por primera vez pudo tomar imágenes del interior del edificio de la antena.
El predio en el que se montó la antena está a unos diez kilómetros de la emblemática ruta 40, en la localidad de Pampa de Pilmathue. Se accede por la ruta provincial 33, de ripio.
Un imponente tendido eléctrico acompaña el camino hasta la estación aeroespacial, que tiene cuatro partes principales. La más importante es la zona de la antena, de 420 metros cuadrados, en la que se erige la tecnología que le permite a China conectar con sus satélites. Las otras tres son una sala de equipos, una estación de energía y un edificio multifuncional de 3530 metros cuadrados, en el que hay habitaciones, cocinas, salas de reuniones y entretenimiento para quienes trabajan aquí, que viven en el lugar.
Durante años se especuló con conexiones a través de túneles por debajo de estos edificios. Esas sospechas fueron negadas por las autoridades chinas consultadas por LA NACION.
El centro de la atención está en la antena parabólica, que tiene, a la vista, un único ingreso, al nivel del suelo, a una construcción circular que es la base sobre la que se monta la antena. A simple vista se ve debajo un subsuelo, con máquinas.
Esa base, de una planta, tiene en su interior tres jaulas de Faraday; una en el medio, de doble altura, que ocupa el centro de la edificación, y otras dos a los lados.
Contra las paredes, en una disposición circular, hay máquinas: receptores de alta sensibilidad, sistemas de procesamiento de señal, transmisores, estaciones de tiempo y múltiples sistemas de ventilación y refrigeración, según explicaron a LA NACION en el lugar. En las paredes hay varias cámaras domo que dan cuenta del nivel de seguridad del espacio.
No hay ruido ni polvo. Los distintos dispositivos no producen siquiera pitidos. Al ojo externo, no experto en operaciones espaciales, las máquinas parecen cajas fuertes gigantes con botones que casi no titilan. Junto a ellas hay solo algunas laptops, la mayoría con sus pantallas en negro, y nadie que las opere. No hay trabajadores presentes, solo sillas vacías.
Durante la visita no había técnicos chinos en sus puestos, lo cual dificultó la indagación periodística sobre la labor y operación diaria de quienes se ocupan de la estación. Las ausencias fueron descriptas como algo habitual cuando la antena no está conectada a una misión específica. El martes pasado, cuando LA NACION ingresó, quienes viven en la estación estaban jugando al ping pong en el edificio residencial.
Uno de los interrogantes alrededor de la estación espacial es el carácter de su personal. ¿Cuántas personas son? ¿Cuánto tiempo se quedan? ¿Son militares? Según uno de los encargados de la operación, actualmente hay siete ciudadanos chinos trabajando aquí. Los científicos argentinos están técnicamente autorizados a entrar, siempre y cuando presenten proyectos en la Conae, que tiene el convenio con la empresa estatal asiática Control General de Seguimiento y Lanzamiento de Satélites de China (CLTC). Marcelo Colazo, gerente de vinculación tecnológica del organismo argentino, explicó que no es usual que se planteen propuestas que involucren el uso de la ingeniería específica que tiene el complejo, por lo que no es frecuente que haya argentinos trabajando en la parte científica. Sí hay habitantes de los pueblos cercanos que se ocupan de la limpieza, la cocina y la jardinería. Los trabajadores chinos llegan y salen juntos, en grupos que rotan en períodos que van entre los seis meses y el año.
Un dato curioso: todos los que residen actualmente en la estación se conocen de antes y vienen del mismo lugar. Todos son de Xi’an, la antigua ciudad en la que se encontró el “Ejército de Terracota”, una colección de miles de estatuas de guerreros en tamaño real enterradas alrededor del emperador Qin Shi Huang. En esa ciudad también está la conocida “Base 26″, la instalación de satélites más importante del país.
La relación de esta base con la de Neuquén está reflejado en el artículo séptimo del acuerdo firmado en 2012, que establece que el Centro de Control de Satélites de Xi’an sería el responsable de las cuestiones operativas del sitio. De los residentes actuales de la estación neuquina, algunos pasaron por varios destinos antes de llegar a la Argentina, como Namibia, Kenia y Pakistán.
El carácter militar o no de los científicos es una de las preocupaciones principales expresadas por quienes denuncian que hubo una “entrega de soberanía” en los acuerdos con China. Diana Mondino, cuando era la canciller argentina, se refirió al tema con una frase que después debió rectificar: “En la base china nadie identificó personal militar; son chinos, son todos iguales”. Nadie viste uniforme castrense y fuentes de la estación respondieron que no forman parte de las Fuerzas Armadas, pero hay dos cuestiones que alimentan la sospecha. Cuatro fuentes que participaron de eventos dentro de la estación o de su construcción aseguran que se presentaban como militares. Además, la CLTC depende directamente del Departamento General de Armamentos del Ejército Popular de Liberación chino. Estructuralmente, formarían parte de las Fuerzas Armadas.
La explicación oficial de la labor que se realiza en la estación es consistente con el equipamiento que puede verse en ella y con el destino que se le da a antenas similares, como la que -menos conocidamente- la Unión Europea controla en Malargüe, en la provincia de Mendoza. Las dudas yacen en la posibilidad de darle múltiples usos a la tecnología, algunos que incluyan la vigilancia de comunicaciones e interceptación de operaciones espaciales de otros países. Estaciones similares tienen, justamente, los países europeos (en la Argentina, España y Australia) y los Estados Unidos, en su propio territorio, España y Australia (esta última, en Pine Gap, también fue cuestionada por posible utilización para el espionaje).
China tiene dos de sus bases en su territorio y la tercera, en Neuquén. Según explicaron, se precisan tres puntos en el globo, distribuidos en lugares relativamente opuestos, para posibilitar el seguimiento de los satélites y las misiones que se envían al espacio profundo.
Los acuerdos firmados entre las autoridades argentinas -neuquinas en particular- y chinas incluyen una posibilidad de expansión de la estación. No es una opción que descarten, aunque tampoco se está explorando actualmente un plan de ampliación, informan en la estación. La idea a largo plazo sería sumar una nueva antena en el ala este. El permiso de explotación contempla 200 hectáreas, de las cuales hoy se utiliza cerca de una séptima parte.
Las razones para no priorizar un incremento de la tecnología allí obedecen, en primer lugar, a los cuestionamientos que recibieron las operaciones en Neuquén, incluso de parte del gobierno libertario, en los orígenes de la gestión de Javier Milei.
El gobierno argentino, sin embargo, dejó de plantear dudas sobre la estación espacial, que fue visitada por una comitiva de funcionarios de la Secretaría de Estrategia Nacional, la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, la Cancillería, el Enacom y la Conae. Las advertencias sobre las operaciones en la estación habían sido presentadas por Estados Unidos, a través del embajador Marc Stanley y la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur norteamericano, que cuestionaron el secretismo del trabajo diario y la falta de control de las autoridades argentinas. Hoy, desde el Poder Ejecutivo ya no plantean dudas sobre el uso pacífico y técnico aeroespacial.
La barrera del idioma ha sido un problema, en visitas anteriores, para obtener una descripción acabada y específica de la labor que se realiza en la base. Fuentes conocedoras a las visitas oficiales que se pidieron en abril cuestionaron que se haya “demorado” la coordinación de la inspección pedida por el Gobierno.
La apertura al público parece mayor ahora con, por ejemplo, la reanudación de visitas de estudiantes de secundario al predio, como la que ocurrió el día en el que LA NACION lo recorrió.
En cuanto a las instalaciones, este medio ingresó al edificio multifunción, a la sala de equipos (el único lugar donde se permitió tomar imágenes, pero se dieron instrucciones específicas de que esas imágenes no fueran publicadas) y el exterior e interior (solo la planta baja) de la antena.
Dentro del convenio, se establece que las partes “mantendrán la confidencialidad respecto de la tecnología, actividades y programas de seguimiento, control y adquisición de datos, así como de toda información de equipamiento, etc. relacionados con sus actividades en el Sitio CLTC –Conae -Neuquén y no los divulgará a terceros”, a su vez que se establece que “la divulgación de la información pública relacionada con el Sitio CLTC -Conae – Neuquén se acordará entre las partes”. Fuentes de la estación brindaron a este medio los tres acuerdos principales que componen el plexo legal que rige la estación.