Hace seis años Iair Said escribió unas líneas que no olvidaré jamás. Tras el entierro de su papá volvió a la casa familiar, prendió la televisión y la muerte quedó chiquita: el aparato quedó seteado con el canal de deporte que vio hasta el último día de vida el hombre que acababan de despedir.
Sin embargo, ahí estaba. Presentándose en forma de electrodoméstico, de un sonido cercano que pone en duda la eficacia de la muerte. ¿Cuánto tiempo lleva acostumbrarse a que una persona amada no esté? A veces la vida entera. Con su segunda película Iair Said profundiza la tesis que comenzó con su largometraje anterior, Flora no es un canto a la vida: las capas de una despedida.
Los domingos mueren más personas comienza con un final: la relación amorosa entre el protagonista interpretado por Iair Said, David, y quien fue su novio segundos atrás. Esa habitación de hotel en el extranjero será lo último que compartirán como pareja. David descarga en sollozos el dolor de ser dejado, llora desconsolado con el torso desnudo, sentado en la punta de la cama. No patalea con las piernas sino con la voz, le suplica a un sillón vacío que por favor no lo deje.
La ausencia es visible, David le habla a un hombre que está fuera de campo, encerrado en el baño, dándose una ducha ruidosa que anula las palabras del protagonista. Es un cuadro de Edward Hopper, pero lejos de contemplar la soledad, los personajes la evitan como si fuera un virus. A pesar de su tono melodramático, los ruegos de David no hacen efecto y con el sol pegándole en la cara deberá atravesar una playa paradisíaca cargando su valija.
La primera ficción de Iair Said tiene un humor sutil, delicado, hay chistes escondidos que se fusionan con la ropa, los objetos, la piel de los sufrientes. El protagonista camina por la arena con dos cepillos de dientes, además del propio toma el de su ex. Ese acto define al personaje y a la película: nadie nos enseña a sobrevivir a las despedidas. Y menos a no hacer el ridículo. El temor a quedarnos solos desactiva el protocolo de la elegancia, la fragilidad irrumpe con la fuerza del capricho de un niño. Ese primer adiós es la antesala de otra despedida, la muerte inminente del padre del protagonista. Un hombre en coma hospitalario que permanece entre los vivos enchufado a toda clase de máquinas que responden por él. En Buenos Aires lo espera una madre dedicada a cuidar a un cuerpo enfermo (Rita Cortese) y una hermana esposa y madre (Juliana Gattas) que debe sostener a la propia. Ambas esperan al protagonista para que vea por última vez a su papá.
Los domingos mueren más personas es una comedia sobre el duelo que lejos de demonizar la muerte le quita autoridad. Es una batalla que Iair Said inició con su documental Flora no es un canto a la vida, donde los espectadores sabíamos que de una escena a otra la anciana protagonista iba a fallecer.
Una mujer antipática, tía abuela del cineasta, que se encargó de espantar hasta los mozos. Aquella película que popularizó a una vieja que, salvo a Iair, nunca le importó demasiado a nadie, fue un ensayo de otra muerte que estaba cerca. El fallecimiento del padre del director. Con Los domingos mueren más personas Iair hace un largometraje sobre el duelo batiendo a duelo a la muerte. Tras lograr la inmortalidad de Flora, ahora consigue mantener vivo a su papá. No con un respirador artificial, sino con una cámara. Iair terminó el rodaje de su nueva película en la fecha que cumpliría años su papá. Ese día escribió: “Es un homenaje para todos los que nos resulta caro vivir cuando alguien que amamos se muere.”.
Iair filma impulsado por el miedo al olvido. El sentimiento insoportable de atestiguar cómo la vida de los demás continúa mientras la propia se hace añicos, una existencia mutilada. Su ejercicio de la memoria consiste en transformar a las personas en películas. Hace un cine zombie, los humanos no mueren del todo. Si en la vida real el papá del director se presenta tras su entierro en el ruido blanco de un canal de deporte, el papá ficcional sobrevive en el olor. David se empapa del perfume que define al hombre que lo crió, inhala hondo para impedir que se vaya. No resucita quien nunca dejó de estar. El protagonista se niega a la despedida. No pisa el hospital a pesar del pedido de su madre, y cada vez que piensa en la muerte escapa de la idea a través del sexo. Indaga en internet información acerca del derecho a morir, pero se desvía (o protege) clickeando en un video porno.
Los domingos mueren más personas es una película gay fiel a su tiempo, evita los lugares comunes y desde la lateralidad llega al centro del conflicto silencioso. La dificultad de conectar con el otro, la necesidad de validarse acreditando (o no) ser un cuerpo deseado. David busca ser correspondido por hombres desconocidos con una violencia solapada, y ante el rechazo insiste. Son escenas incómodas que generan una risa, sin embargo, hay una actitud amenazante en ese chico que necesita exorcizar la sombra de la soledad. Reafirmar a traves del sexo que él sigue vivo a pesar de que su padre esté muriendo. Cuando una muerte se avecina es imposible divorciar la risa del llanto, conviven como lo hacen la vida y la muerte.
Los domingos mueren más personas es una película que retrata la difícil tarea de convivir con la tristeza, una tristeza que llega para quedarse, se fija en la piel como lo hace el rush indeleble color azul en los labios del protagonista. Iair no representa a la tristeza como una postal bonita, tampoco con imágenes putrefactas. Se arrima con la curiosidad de un arqueólogo que estudia las muescas de un bajo relieve, rodeando las huellas de un pasado que es tangible.
La tristeza, como la comedia, es un tono. Una manera de hablar, de ver, de respirar. Y, en este caso, también es una manera de filmar. Los planos desprenden el azul de la nostalgia, un mar de dolor donde el protagonista no hace pie a pesar de su altura generosa. David no sabe dormirse, su padre no puede despertar. Cuando alguien que amamos muere, nuestras vidas parecen detenerse, pero no lo hacen. Y eso duele y alivia al mismo tiempo. Los personajes de Los domingos mueren más personas no paran de comer, hamburguesas, comida china o judía. Hablan sin parar de plata, se pelean por ella, ¿cuánto cuesta morir? Iair propone una comedia de la burocracia mortuoria, el absurdo de seguir vivos frente a la mayor tragedia: perder a un ser querido. La obligación de tomar decisiones frías a pesar de la fragilidad.
En la primera secuencia de Los domingos mueren más personas, ocurre la muerte de un vínculo. Quien deja al protagonista sigue vivo, lo que no está más es el amor. Cerca del desenlace sucede la muerte de un hombre, el padre. La persona ya no está viva, pero el amor lo está más que nunca. Hay tantos duelos como formas de cuerpo, pero en una cosa se parecen: creer que ese dolor puede matarnos. Los domingos mueren más personas es además de una película un lugar, un lugar para compartir la tristeza que nos desaloja del mundo.