“Déjame decirte algo, Andrew. Cuando te crían como nos criaron a la mayoría en este país, no se habla mucho de homosexualidad o de un estilo de vida alternativo. De niño te enseñan que los maricas son raros, que los maricas se visten como su mamá, que tienen miedo de pelear, que son un peligro para todos los niños y que lo único que quieren es manosearte. Eso, más o menos, resume el pensamiento general existente”. Así habla Joe Miller, el personaje interpretado por Denzel Washington en Filadelfia, la película de 1993 protagonizada por Tom Hanks y escrita por Ron Nyswaner que se proyecta este martes 5 de noviembre a las 19 en el Ciclo de Cine y Diversidad Sexual organizado por el Suplemento SOY y el Cine Arte Cacodelphia.
Con proyecciones que convocan a toda la comunidad a ver cine en el cine y debatir junto a películas locales e internacionales que exploran y visibilizan otras formas de existir por fuera de la heteronorma, en esta oportunidad le llega el turno al clásico dirigido por el realizador estadounidense Jonathan Demme, quien dos años antes de Filadelfia había ganado el Oscar como mejor director por El silencio de los inocentes y, recurriendo a un elenco de mega celebridades de Hollywood, logró con esta película masificar la problemática de la pandemia del VIH-Sida en los años 90. El film, una de las primeras producciones comerciales que se dedica de lleno a la pandemia de VIH-Sida logrando alcanzar las salas y los hogares del mundo, además de retratar positivamente y con respeto a personajes homosexuales, se convirtió en la novena película más taquillera del año de su estreno, llevándose además dos estatuillas de las cinco nominaciones a los premios Oscar, varios premios en la Berlinale y cuatro Grammys por la música original, con un hit de Bruce Springsteen incluido.
La historia de la película es conocida y lamentablemente transitada por muchas personas reales con experiencias similares a la de su protagonista Andrew Beckett, quien luego de convertirse en uno de los miembros más mimados de la poderosa firma de abogados Whyant Wheeler es repentinamente despedido por supuesta incompetencia, tras una evidente cama que le tendieron los mismos miembros de la firma para la que trabaja. Andrew es consciente de que su despido no se debe a su falta de compromiso, siendo un trabajador ejemplar en la empresa, sino a la sospecha del directorio de la firma sobre su homosexualidad y sobre su infección de VIH-Sida que, debido a los avances de la enfermedad, se hace visible en las marcas que lleva en su rostro y en su cuerpo. Así, Andrew decide llevar a juicio a su antiguo jefe junto a su equipo, en una corte judicial que se convierte en el centro de operaciones de un film que expone la violencia heteronormativa, la brutal homofobia, la profunda ignorancia y los prejuicios más corrientes de las masculinidades cis heterosexuales que lo rodean. Evidenciando también la falta de compromiso social y la discriminación, focalizadas en un ámbito laboral de élite en la ciudad que le da nombre al film.
Este año, mientras escasean medicamentos y reactivos para las personas con VIH en Argentina y el gobierno anunció que en 2025 pretende recortar hasta el 76 % del presupuesto destinado a la Dirección de Respuesta al VIH, ITS, Hepatitis Virales y Tuberculosis, Filadelfia cumplió tres décadas desde su estreno en el país, el 10 de marzo de 1994, con mucho aún para decir y repensar en estos tiempos que corren y nos corren. Pasados tantos años, naturalmente la película reproduce clichés y estereotipos prácticamente inevitables para un cine mainstream producido en el Hollywood de los ’90, pero la curiosidad del caso es que son justamente esos lugares comunes tan criticados los que, quizás, constituyeron un arma contra los prejuicios sociales de la época, permitieron la masificación de su mensaje y provocaron un impacto que perduró durante años.
Así, situaciones poco frecuentes como que en aquel momento una familia apoye 100% a su hijo homosexual e infectado con el virus que se expone y los expone mediáticamente ante todo el país, un correctísimo novio latino (interpretado por un baby face Antonio Banderas), un abogado afrodescendiente exitosísimo y la falta total de escenas sexuales e íntimas entre la pareja gay parecen ser demasiados elementos juntos y ordenados para la perfecta corrección política de la que peca Filadelfia. Pero esas mismas circunstancias son las que lograron su principal cometido: ser una película pensada para la toma de conciencia del problema del VIH-Sida a nivel global, evitando salirse de los moldes establecidos por la industria cinematográfica para alcanzar así un público masivo y ajeno a dicha problemática.
“Mi amigo Juan Botas se enfermó y cuando me enteré de que era VIH positivo reaccioné de la única manera positiva que podía, que era intentar trabajar el problema de alguna forma. El deseo de hacer una película sobre el sida nació de la enfermedad de Juan, y estuvimos buscando una historia durante mucho tiempo hasta que decidimos que no tendría sentido hacer una película para personas con el virus, o para sus seres queridos. Ellas no necesitan una película sobre el sida porque ya viven la verdad. Queríamos llegar a personas que no conocen a personas infectadas, que menosprecian a las personas con sida”, declaró Demme, haciéndole un poco de homenaje al título de uno de sus primeros films, Luchando por mis derechos, de 1976.
Estas particulares circunstancias de su realización arrastraron una serie de críticas muy fuertes por parte de algunos miembros de la comunidad LGBT, que vieron en Filadelfia una suerte de lavado de cara heteronormada de la comunidad queer: Larry Kramer, uno de los más destacados activistas de la comunidad gay estadounidense, escritor y productor cinematográfico que en 1985 escribió y estrenó la obra de teatro The Normal Heart, sobre la crisis del VIH dentro de la comunidad LGBT en la década del 80, tildó al personaje de Tom Hanks como “bidimensional y desexualizado”, además de criticar fuertemente la decisión del director del film de cortar una escena en la que Andrew y su novio Miguel Álvarez se abrazaban en la cama, llegando a describir a Filadelfia como “legal, médica y políticamente inexacta”.
El propio Hanks, entrevistado para el documental El celuloide oculto que en 1996 le pasa revista a la historia queer de la cinematografía hollywoodense, reafirmó que durante el montaje se cortaron varias escenas que mostraban mayor intimidad entre él y Antonio Banderas, incluida la famosa escena eliminada de la cama. Ante las críticas de Kramer y otras a las que tanto el elenco como su director escucharon atentamente, Demme respondió sin titubear que “teníamos una escena en la que aparecían los chicos preparándose para irse a dormir, pero era como decir: ‘¡Lo hemos logrado! ¡Están juntos en la cama!’ Y, por supuesto, uno de ellos lleva pijama, el otro no. Pero luego están de nuevo en el juzgado pasando por toda esa otra mierda, así que tomamos una decisión: la película se editó, finalmente, para contar la historia más fuerte de la mejor manera posible, y esa fue la historia de la lucha por la reivindicación”.
Filadelfia en New York
Filadelfia surge de una historia personal de amistad de su director con una persona infectada por el virus, pero se inspira realmente en los hechos que tuvo que transitar en carne propia el abogado Geoffrey Bowers en 1987, quien demandó a la firma de abogados neoyorkina Baker McKenzie por haberlo despedido sin aviso y repentinamente, debido a que sus jefes descubrieron que era portador del virus. Ante vericuetos legales y malos procedimientos en el estudio de filmación, la familia de Bowers, quien ya había fallecido en 1987, demandó a la productora del film argumentando que tomaron como inspiración una historia por la no habían pedido permiso. El fallo resultó favorable para la familia.
Más allá de la inspiración sobre el caso real, la elección de Filadelfia nada tiene que ver con distraer u ocultar la locación del caso original. Nacida de los sueños de su fundador William Penn, la estrella urbana del estado de Pensylvania fue concebida como una ciudad que operase como ejemplo de tolerancia hacia otras naciones, siendo ese el verdadero interés detrás de la elección geográfica para la película: por un lado reivindica sus orígenes democráticos e igualitarios, pero por otro hace uso de la paradoja con la intolerancia que se vive hacia las personas con VIH-Sida, que se denuncia constantemente en su transcurrir.
En el set de filmación trabajaron 53 personas con diagnóstico de VIH positivo que lograron obtener un salario en una época en la que la brutal discriminación hacía prácticamente imposible el acceso al trabajo formal. Además asesoraron sobre la verosimilitud, tal como lo cuenta Hanks luego de finalizar el rodaje: “Primero hablé con un médico que ha estado trabajando en la crisis del sida desde que comenzó en 1981 y me brindó una educación increíblemente accesible sobre lo que el virus le hace al sistema inmunológico y lo que eso significa para el cuerpo. Armado con eso, hablé con un buen número de hombres que tienen sida y les hice preguntas muy directas y atrevidas. Recibí respuestas que no podrías creer por su franqueza y su disposición a contarme no sólo sobre su salud, sino sobre su origen, su sexualidad, sus vidas, a quiénes aman y las relaciones con su familia. A partir de eso descubrí probablemente lo más importante para poder interpretar a Andrew, y es que tenía mucho más en común con esos tipos de lo que probablemente pensaba”.
Nadie le puede quitar a Filadelfia el título de ser una pionera y una de las primeras, sino la primera película convencional de Hollywood, en proyectar masivamente la situación de las personas homosexuales viviendo con VIH-Sida. Aunque en rigor no fue estrictamente la que dio el puntapié: dicho galardón lo detenta An Early Frost, traducida como Escarcha de verano o con el amarillista título de Diagnóstico fatal: SIDA, un telefilm estadounidense estrenado en 1985 bajo la dirección de John Erman en el que se narra la brutal serofobia causada por la ignorancia sobre el virus y la inexistencia de antirretrovirales para realizar los tratamientos adecuados.
An Early Frost fue transmitida por la cadena NBC en noviembre de 1985, momento en el que ya 220 mil estadounidenses habían muerto por complicaciones relacionadas con el VIH-Sida. Se estima que aproximadamente 34 millones de familias estuvieron frente a la pantalla del televisor esa noche, atestiguando una historia inédita sobre un hombre gay que padecía la enfermedad, acompañado de la maravillosa Gena Rowlands en el papel de la madre del protagonista, encarnado por Aidan Quinn, también abogado.
Ayer y hoy
El tiempo pasa pero los clásicos subsisten, y la razón es que todavía tienen mucho para decir. Estrenado en julio de este año, el documental People Like Us: Making ‘Philadelphia’ dirigido por Jeffrey Schwarz, explora el impacto que generó Filadelfia desde su estreno y cómo fue su proceso de producción y filmación recurriendo a entrevistas y materiales inéditos. Por su parte Hanks, quien siendo heterosexual se postuló para interpretar a Andrew sin que nadie lo llamara, fue entrevistado hace dos años por el New York Times acerca del que fue probablemente su papel más icónico y arriesgado de su carrera y, frente al interrogante sobre si podría un hombre heterosexual hacer lo que él hizo en Filadelfia en esta época, respondió que “No, y con razón. El objetivo de Filadelfia era no tener miedo. Una de las razones por las que la gente no tenía miedo de esa película era que yo estaba interpretando a un hombre gay. Ya hemos superado eso y no creo que la gente acepte la falta de autenticidad de un hombre heterosexual interpretando a un hombre gay. No es un crimen ni es una tontería que alguien pida exigir más de una película en el ámbito moderno de la autenticidad”.
Consultado por este medio a raíz de la reposición del film en el Ciclo de Cine y Diversidad Sexual a 30 años de su estreno local, Leandro Cahn, Director Ejecutivo de Fundación Huésped, señala que “Filadelfia fue un hito en la respuesta al VIH a nivel mundial, porque fue la primera gran película de Hollywood que trató el tema, y lo trató desde un lugar muy interesante y que tiene todavía, lamentablemente casi más de 30 años después, muchos visos de actualidad. En una era, a diferencia de lo que ocurre hoy, en la que no existían todavía los tratamientos antirretrovirales de alta eficacia que permiten hacer del VIH una infección crónica y no mortal, lo que la película muestra es cómo la serofobia y la homofobia influyen en ese caso en la discriminación en el ámbito laboral. Es algo que lamentablemente se sigue observando aún en nuestros días y aún en un momento en donde los avances científicos han cambiado para bien dramáticamente la historia natural del VIH.”
“Hoy una persona con VIH, que conoce su situación y que accede a los tratamientos, tiene una expectativa de vida igual a la de una persona que no vive con el virus”, señala Cahn. “Pero los prejuicios, el estigma y la discriminación siguen siendo motores de la epidemia, y de hecho uno de los servicios más antiguos que tenemos en Fundación Huésped, que es el área de promoción de derechos que recibe consultas por casos de discriminación también en el ámbito laboral, sigue recibiendo miles de consultas cada año. Eso es entonces una invitación a reflexionar sobre cuáles son las maneras que tenemos para avanzar en la respuesta social al VIH, que sigue generando nuevos casos de infección, enfermedad y muerte. No solo por dificultades prácticas en el acceso a la salud, sino también porque, como decía una frase de una campaña de hace muchos años, ‘El silencio es igual a la muerte’. Tenemos que seguir trabajando para dar respuesta contra el estigma y la discriminación, para realmente poder controlar el VIH”.
En su obra teatral performática Avenida Libertad. Una historia, infinitos colores, cuyas próximas funciones son los domingos 3 y 10 de noviembre para celebrar el mes del Orgullo, José María Di Bello realiza un recorrido único por la Avenida Santa Fe narrando su historia personal entre la década del 80 y 90, la noche gay, sus boliches, la aparición del VIH-Sida y las campañas de prevención de la época. Consultado por Página/12, José María, militante y activista sobre VIH, referente por el reconocimiento de derechos y psicologue no binarie, recuerda que “a finales de los años 80 y a principio de los 90 en Buenos Aires todo florecía. Esa pulsión de vida que había estado reprimida en los últimos años empujaba y desbordaba por las calles. En un boliche como Área, mostrarte como realmente eras era posible, el arte brotaba por donde miraras y en muchos casos se entrelazaba con la búsqueda de nuevas identidades. Recuerdo ver a Federico Moura bailando o al mismísimo Charly García. Te cruzabas a los personajes más excéntricos que te imagines y escuchabas las conversaciones más divertidas y delirantes.”
Di Bello recuerda que “había otros puntos de la ciudad en donde pasaban cosas increíbles, como en San Telmo y alrededores. A toda esta visibilidad y desparpajo, el VIH vino a ponerle un límite. La epidemia del VIH fue veloz y despiadada. Primero por sus efectos devastadores sobre la salud y luego por la estigmatización social que la acompañó. Entonces esta cosa de hacerte la mariquita ya había que relajarla. Desde el 87 en adelante la cosa se empezó a poner más pesada. También tenía que ver con la autopreservación y la autodiscriminación, porque la mirada del otro era inquisidora, estigmatizante, pero también quien tenía VIH se sentía un arma cargada. La llamaban la ‘Peste rosa’, la de los ‘amorales sexuales’. Era la enfermedad del estigma y la discriminación. Estaba por comenzar un quiebre en mi vida”.