No puede ser la matanza la única respuesta ante los animales

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En este último tiempo, han trascendido alertas sobre los destrozos que producen animales silvestres exóticos y autóctonos en los cultivos y en el ganado. Imágenes de terneros, potrillos u ovejas muertas; bosques y cultivos destrozados. También con frecuencia se conoce la presencia de algún animal salvaje en pueblos o ciudades.

En ese contexto, el sector productivo exige políticas que protejan su trabajo y el fruto del mismo. Y, casi sin excepciones, en cada provincia –dependiendo de su flora y fauna, y del “problema”– la propuesta será la misma: matar, eliminar a los ejemplares que atentan contra nuestra producción y otros segmentos de la población.

Si son autóctonos –hace pocos días, el 31 de octubre, se conmemoró el Día Nacional de las Especies Amenazadas– el procedimiento será más cauteloso y se realizará con algo más de reserva, pues hemos aprendido, seguramente y gracias a una cantidad de organizaciones que trabajan para ello y a las redes sociales, que representan un valor y una riqueza para nuestro país. Más sutil, pero riqueza al fin.

Pero, también, dentro de los animales nativos existen algunos más sagrados que otros. El yaguareté, debido a su escaso número y maravilloso pelaje, es uno de ellos. Sin embargo, el carpincho, el puma, el guanaco, la comadreja, el oso hormiguero en algunas zonas y tantos más son eliminados sin que se oigan demasiadas voces en su defensa.

Quedan pocos yaguaretés (¿no nos preguntamos la razón?), un símbolo americano. Todo lo que sucede con respecto a esta especie es noticia. Si se muere una comadreja, pese a las importantes funciones que ella cumple, poco importa. A algunos animales se les llama “carismáticos”, pues son aquellos que más atraerán a las personas y, por lo tanto, más rédito de todo tipo nos dejarán.

Pero lo cierto es que la solución es inexorablemente la matanza.

Queda pocos yaguaretés, en gran medida por la acción de la caza ilegal

La discusión es quién la ejecutará: los cazadores, el Ejército o los frigoríficos, en el caso de que la carne y demás subproductos se puedan comerciar. Habrá que ponerse de acuerdo en quien hará el trabajo sucio y a quiénes beneficiarán las ganancias que este conlleve.

Sí, sin duda las consecuencias de nuestras acciones con respecto a los animales y a nuestro medio ambiente son devastadoras. Muchas de ellas por desconocimiento. Otras, por dinero. Hoy sabemos que cada animal –por minúsculo que sea– al que le modificamos su hábitat traerá aparejada una consecuencia, no solo para él, sino también para nosotros, los humanos (sin nombrar a las temibles pandemias).

Es que a la ética con respecto a nuestros “hermanos menores”, como decía San Francisco, en general no la tenemos incorporada. Ellos están a nuestra disposición, para servirnos. Y, especialmente, no deben perturbarnos. Si un animal salvaje es capturado adonde kilómetros a la redonda habita un ser humano, es eliminado o encerrado en una jaula de por vida. Sin embargo, si manejamos un auto o cruzamos una calle, tendremos un porcentaje infinitamente mayor de riesgo que la de ser atacados por ese animal, por temible que parezca.

También existen sistemas para proteger los rebaños de ovejas, las manadas o frenar la reproducción de los animales salvajes, y pensar en soluciones a largo plazo. Seguramente requerirán mayor trabajo y esfuerzo que salir a matarlos.

En el caso de que creyéramos que nuestra ética no se extiende a los animales, me pregunto si alguien duda de que la crueldad hacia ellos y la crueldad hacia los humanos tiene correlación. Por no hablar de los efectos catastróficos que vamos produciendo con cada movimiento sin conciencia que realizamos con ellos, que son parte del mismo ecosistema que nosotros. ¿Es posible que el mismo ser humano que, con infinita capacidad de razonamiento, descubre y avanza contra enfermedades en otros tiempos consideradas incurables, que es capaz de lo impensable en tecnología, proponga la muerte como única solución frente a esta nueva “amenaza”?

Una prueba de humanidad no es solamente respetar a nuestros pares, sino a todos los seres vivientes. Cada uno según su nivel de sensibilidad y conciencia.

La pregunta ya no es si pueden razonar o pueden hablar, sino “¿Pueden sufrir?” Y todos conocemos la respuesta. Como dice Schopenhauer, “es el sufrimiento, y no la razón, el verdadero requisito del respeto moral”.

*La autora es presidenta de la Fundación Zorba