“Alfonsín golpista”: la acusación del presidente Milei y “los problemas de los que hablan sin saber”

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En un nuevo acto de desmesura, el presidente Javier Milei afirmó que, si bien a Raúl Alfonsín se lo menciona como el padre de la democracia, lo cierto es que, en su hipótesis, “fue partidario de un golpe de Estado”. Se refiere, claro está, a la caída de Fernando de la Rúa. Ninguna fuente periodística seria y ninguno de quienes estuvieron próximos a Alfonsín en esos días aciagos sustentan esta descaminada afirmación.

Debe recordarse que en esa época Alfonsín era el Presidente de la Unión Cívica Radical. Pese a algunas insinuaciones de quienes entendían que el partido debía romper con un gobierno que había girado más bien hacia la derecha, Alfonsín jamás dio ese paso que hubiera implicado la caída del gobierno de De la Rúa bastante antes de su efectiva renuncia. En su valiosa obra “Alfonsín, mitos y verdades del padre de la democracia”, el periodista Oscar Muiño hace fincar principalmente esa caída en las manifestaciones y marchas que los propios votantes históricos del radicalismo venían protagonizando en las calles de Buenos Aires, en repudio a las medidas económicas que restringían severamente el retiro de dinero en efectivo de los bancos.

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Recuérdese que, previamente, el justicialismo había hecho saber que no aprobaría el presupuesto enviado por De la Rúa al Congreso y las negociaciones con el Fondo Monetario para obtener apoyo económico estaban estancadas, luego de los atentados a las Torres Gemelas de septiembre de 2001.

Además, el peronismo había forzado la salida de Mario Losada como presidente provisional del Senado -lo que lo desplazaba de la línea sucesoria- designándose en su lugar a Ramón Puerta. Fue en ese contexto que toda idea de “cogobierno” o de apelación a la figura de un Jefe de Gabinete de otro partido, según la creación de la reforma constitucional de 1994, quedó descartada como alternativa.

El presidente Javier, al fustigar a Raúl Alfonsín, en Córdoba

Pese a todos estos obstáculos institucionales y a los reparos que tenía con la figura de Domingo Cavallo como hombre fuerte del Gobierno en esos agitados días de diciembre de 2001, en ningún momento Alfonsín buscó la renuncia de De la Rúa, ni dejó de transmitir su respaldo a la continuidad constitucional. Lo cierto es que el Gobierno había quedado aislado y los discursos del Presidente en nada ayudaron para pacificar una situación muy compleja.

La intimación inicial al justicialismo para que corrigiera su comportamiento y la posterior declaración del estado de sitio no hicieron más que caldear ánimos ya muy exacerbados, que contribuyeron al aislamiento de un mandatario muy debilitado y que seguramente vio en su propia renuncia el único camino para la pacificación.

Es verdad que existieron en esos días algunos intendentes que alentaron saqueos a supermercados, según la prolija reconstrucción de Muiño en la obra ya referida. Pero no hay fuentes serias que apoyen la teoría conspirativa que el presidente Milei tan livianamente ha deslizado.

El radicalismo, que Alfonsín aún presidía, tampoco apoyó con su voto la elección de Rodríguez Saá en la primera Asamblea Legislativa convocada, lo que muestra que no existió un plan orquestado para provocar la caída de De la Rúa y, mucho menos, que el líder radical haya formado parte de esa conspiración.

La Argentina necesita que sus figuras más emblemáticas en la ardua lucha que significó la recuperación de la democracia sean debidamente honradas y respetadas. El presidente Milei tiene, quien lo duda, atendibles fundamentos para cuestionar el manejo macroeconómico del último período del gobierno alfonsinista. Pero, antes de sembrar dudas sobre el compromiso de Raúl Alfonsín con la recuperación y mantenimiento de la democracia, más le valdría informarse algo mejor.