Leyendas del fútbol tucumano Mauro “El Inmortal” Amato, el goleador rebelde

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Mauro Amato se considera “un bicho raro en el fútbol”. Ya retirado y pasados los 50, el platense que tuvo una carrera por demás prolífica que lo hizo ídolo en Tucumán y en Córdoba, trabaja en inclusión de más de 30 chicos de entre 16 y 20 años en el Instituto de Menores Francisco Leggara de La Plata. Tiene a su cargo un taller de “futbol y valores” y lo explica a “El fútbol me interesa antes que nada como un vehículo para cambiar vidas y despertar emociones”, asegura.

Mauro llegó a Atlético Tucumán los 24 años proveniente de Huracán de Corrientes, mientras estaba leyendo el Nunca Más. No era, antes de eso, alguien con inquietudes políticas, pero la lucha por los Derechos Humanos le había despertado algo distinto.

Un día lluvioso de 1999 festejó un gol con una remera que decía “Aguanten las madres de Plaza de Mayo”, nada más y nada menos que en la provincia gobernada por Antonio Domingo Bussi, que ya tenido a Tucumán bajo su ala durante los años de la dictadura y luego fue condenados por múltiples delitos de lesa humanidad.  En otro festejo, pidió Justicia por José Luis Cabezas, el fotografío asesinado en el verano de 1997.

Ya jugando en Instituto, lo invitaron a ver a un hincha que estaba detenido y cuando se enteró que la escuela dentro de la unidad penitenciaria estaba destruida se encargó de organizar su puesta en valor para que “los pibes pudieran estudiar”.

Su lucha y compromiso social, lo acompañó el resto de su carrera, aun distanciándose de su familia y sintiendo una mirada de costado por gran parte del ambiente deportivo. Hoy reconoce que su función es “ayudar a formar personas” a través de su taller. “Entrenamos a los chicos, armamos equipos, pero principalmente le damos herramientas de inclusión y empatía, en un ámbito con mucha vulnerabilidad, con muchas carencias, no solo materiales sino afectivas”, dice mientras asegura que su rol consiste en “ayudar a emparchar un poco, a despertar emociones”. “Yo me contacto a través de las personas, no de sus condenas”, asegura.

–¿Te fue gustando más el fútbol en sí o como vehículo para tus luchas sociales?

–Es una buena pregunta, pero creo que una vez que descubrís la utilidad del fútbol como herramienta de inclusión y observas las cosas que lográs cuando lo transformas en un vehículo, ya no lo podés ver distinto. Son increíbles las cosas que podes hacer. Si vos vieras lo que se logra con los chicos del instituto, cómo comparten , cómo aprenden, cómo se nutren. Y en eso, el deporte tiene mucho que ver, como herramienta es poderosísimo. Yo me centro en la parte humana. No en lo futbolístico, sino en lo vincular. Para que aprendan a ser parte de un equipo, a trabajar, a entrenar en armonía. Lo trabajamos desde ese lugar.

–¿Te enoja qué la mayoría de los jugadores o ex jugadores no tengan, o por lo menos no manifiesten, una postura social?

–No me enoja. Un poco los entiendo, porque en general están metidos en lo que hacen, en su profesión. Si me parece que se podría hacer algo grande si ellos, con todo el alcance que tienen, se alinearan en difundir conciencia social. Pero creo que el mundo del fútbol es así, quizá los bichos raros somos los que lo pensamos desde otro lugar. Desde una mirada, no solo del fútbol sino de la vida misma, con conciencia social

–En el momento en que festejabas un gol con la remera de las Madres o pidiendo por José Luis Cabezas, ¿pensabas que tendría esa repercusión?

–Lo hice para eso. Nunca pensé que 25 años después íbamos a seguir hablando de lo mismo, pero si lo hice para generar conciencia colectiva. Fue una decisión muy fuerte. Yo estaba jugando en Tucumán, que era gobernada por Bussi. Después de ese gol, mis viejos no me hablaron por mucho tiempo, se generaron enojos en la familia, principalmente por miedos. No querían que me meta. Pero ahí es cuando uno como hijo empieza a revelarse. Yo tenía 24 años.

–¿Tuviste alguna vez alguna advertencia por las remeras?

–Una vez un dirigente me dijo que me fije qué cosas mostraba. Solo eso, después no hubo nada más. Pero esa situación me dio más ganas de seguir en la lucha. Además, te digo algo, las remeras me daban fuerza y suerte. Apenas me puse la de las Madres, hice el gol. Cuando me puse la de Cabezas, en Arrecifes, hice el gol. Al poco tiempo vino La Renga a Tucumán, intercambié la camiseta con Chizzo, y al otro día hice el gol y tenía la de La Renga abajo. Yo hacia todo para divulgar el mensaje y el destino se acomodaba para que lo hiciera. Al poco tiempo me rescindieron el contrato en Atlético, a mí y a todos los que veníamos desde Buenos Aires. Y ahí se acabó el tema de los festejos, pero  por suerte dejó un marca.

–¿Qué encontrás en todos estos pibes con los que trabajas hoy?

–Veo al chico cordobés que me impulso a pedir por la construcción de la escuela pero veo a mi hijo. Los tratos que yo tengo con ellos, son como los que tengo con mi hijo. Al final, la diferencia es que por ahí a ellos les faltó el amor que mi hijo tuvo. Hay que derribar muchos prejuicios. A mí me dicen “pero vos estas con ellos e hicieron tal o cual cosa”. Y yo veo chicos, no veo delitos. Veo personas, historias. Yo le digo a todos por el nombre. Ellos están acostumbrados a que le digan o por el apellido o por el apodo, bueno yo los llamo por su nombre. De hecho algunos me piden libros, ayer le regalé a uno de los chicos Cien Años de Soledad, compartimos una gaseosa, nos damos un abrazo. El deporte es eso. Si es otra cosa es algo que a mí no me interesa. Sin duda es el lugar en el que más cómodo me siento.

–¿Ahí te reencontraste con el fútbol?

–Si dudas. Yo trabajé antes en juveniles en clubes importantes y ves muchas cosas que te alejan. Cómo tratan a los chicos, las cosas que dicen, cómo los menosprecian. Les rompen la cabeza. Pareciera que solo importa ganar a cualquier costo. Eso no es fútbol. Vos como formador tenés que trabajar para que ellos mejoren, pero más que nada para que disfruten de esa etapa única, que no se vuelve a repetir. Cuando llegué al instituto si se armaba un partido se mataban a patadas, y poco a a poco fuimos enseñando y ellos aprendiendo que el fútbol es otra cosa. La esencia está en otro lado. Premiamos al mejor gol colectivo, a la decisión más inteligente

–¿Crees que muchos de tus compañeros u otros futbolistas se pierden todo esto que vivís vos?

–No se lo pierden porque no les interesa. No lo desean. Si los jugadores quisieran te paran el mundo de verdad, te cambian el negocio. Pero miran para otro lado. Y no lo digo como una crítica, simplemente no les interesa. Si les interesase sería un golazo.

Mauro “El inmortal”

Probablemente el pico más alto de la carrera de Amato fue el 19 de septiembre de 1999 cuando con dos goles suyos, Atlético Tucumán le ganó (3-2) un clásico a San Martín de visitante después de 13 años.

Desde ese momento, fue bautizado por todo el pueblo Decano, tal como llaman a sus hinchas a Atlético, como “El Inmortal” y todos los años lo invitan a la provincia para revivir ese hito histórico y recibir el apoyo de miles de fanáticos, en una escena diga de un cuento de Fontanarrosa o Eduardo Sacheri.

–¿Tenías conciencia en ese momento que ibas a vivir algo que te acompañaría los próximos 30 años?

–Jamás. Sabia la importancia del clásico, de ganarlo sobre la hora, de los años que hacía que no se ganaba ahí, de la pasión de la gente. Pero nunca me imaginé ir tantos años después y pibes que no me vieron jugar me digan “ídolo” y me muestren mi cara tatuada; o ver chicos, y no tan chicos con mi nombre. Cuando pienso en ese día hay cosas que recuerdo al detalle y otras que tengo flashees, como si fuera esos momentos de “emoción violenta”, que le dicen. De llevarme en andas, de los abrazos con todos. No caía. Eran momentos donde uno pierde la perspectiva. Hay cosas que entendí con los años por fotos de ese momento.

–¿Si jugaras hoy, qué remera te pondrías abajo de la camiseta?

–Sin duda, una de la universidad. Que suene, que haga ruido. Una buena remera de la Universidad Nacional de La Plata. Totalmente, no podés mirar para otro lado con la educación de los pibes. Ahí no la podemos tirar afuera.