Cuarta encíclica de Francisco Una reflexión sobre el amor humano, que no descuida lo social

0
19

“Nos amó” es el título en español (“Dilexit nos”, en latín), de la cuarta encíclica de Francisco, un documento de 46 páginas en 5 capítulos y 220 párrafos, sobre “el amor humano y divino del corazón de Jesucristo”, fechada en el Vaticano el 24 de octubre de 2024 “décimo segundo de mi Pontificado”. Se trata de una reflexión de carácter expresamente espiritual y religioso en la que Jorge Bergoglio retoma la devoción católica popular al Corazón de Jesús para reivindicar esa manifestación, ponderarla en la tradición de la Iglesia, resaltando los aportes de teólogos y filósofos, pero también de sus antecesores en el pontificado, en especial de quien hoy es reconocido como san Juan Pablo II.

Señalado por sus críticos como “excesivamente social” el Papa pone de manifiesto su impronta devocional en este texto. Algo que también queda dicho explícitamente en uno de los párrafos de las conclusiones. “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (217), argumenta ahora Bergoglio como indirecta respuesta a quienes le señalan lo anterior.

La acción misionera

Pero al mismo tiempo, bajo el título de “La misión de enamorar al mundo”, Francisco recuerda que en la acción “misionera” de la Iglesia se debe construir también “una sociedad de justicia, paz y fraternidad” (206). Sin abandonar su estilo de “diálogo” permanente con la vida cotidiana que Francisco mantiene aún en este texto de perfil claramente espiritual, el Papa recuerda que “hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero”. Por ese motivo -dice- “sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas”. Y argumenta que “el amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso y sólo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito” (208).

En la parte inicial de la encíclica Francisco justifica el sentido del documento dado a conocer en coincidencia con el cierre de la sesiones del “sínodo de la sinodalidad” que reunió durante tres semanas en Roma a obispos, religiosas y religiosas, laicas y laicos de todo el mundo para debatir sobre temas que hacen a la vida de la comunidad católica. Sostiene Francisco que “en este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones” (9).

Sin perder de vista, afirma el Papa, que “nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere”. Motivo por el cual, sigue argumentando, “en la sociedad actual el ser humano ‘corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo’ “.

“El hombre: trastornado y dividido”

“Falta corazón” reflexiona Bergoglio, porque “el hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva”. Y sigue diciendo Francisco que “necesitamos que todas las acciones se pongan bajo el ‘dominio político’ del corazón, que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón les ofrece y en la fortaleza que tiene contra los males” (13).

Queda también espacio para recordar que “en el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor”. Y recurriendo a ejemplos de la vida cotidiana, quizás recuerdos de su propia infancia en Argentina, Bergoglio dice que “lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta”. Apunta Francisco que “podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita”. Para concluir que “todos esos pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor… se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón” (20).

Pasando al plano de los conflictos en el mundo, Francisco dice también que “viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón”. “Bastaría mirar y oír a las ancianas —de las distintas partes en pugna— cautivas de estos conflictos devastadores” y –señala- “es desgarrador verlas llorando a sus nietos asesinados, o escucharlas desear la propia muerte porque se han quedado sin la casa donde han vivido siempre (…). El recurso de decir que la culpa es de otros no resuelve este drama vergonzoso. Ver llorar a las abuelas sin que se nos vuelva intolerable es signo de un mundo sin corazón” (22), expresa a modo de denuncia.

Hay además palabras sobre “el pecado” y su carácter “social”, y también sobre el valor y la importancia de pedir perdón. Para Francisco a todo pecado individual se le puede atribuir “el carácter de pecado social” porque siempre constituye “una agresión directa contra el prójimo” (183) que muchas veces “termina consolidando una estructura de pecado” y que, inserta en “una mentalidad dominante que considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia”, se puede definir como “alienación social” (183).